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P
or
gracia
pediré
la muerte
al
cielo
.
T
eresa
V
era
,
poetisa
suicida
del
siglo xix
Eduardo Delgado Fabián*
Leticia Romero Chumacero*
E
n 1859, a sus veinticinco años de edad, Teresa Vera vivía cerca
de la capital del estado de Tabasco, San Juan Bautista de Vi
llahermosa. Escribía poemas de aire romántico, de “exquisita
sensibilidad y de una imaginación ardiente”.
1
Títulos como “Amar
sufriendo”, “A una flor” y “Mis recuerdos”, circulaban manuscritos
entre las amistades de la joven, quien gustaba de firmar sus compo-
siciones con el anagrama
Ester Arave
.
2
Unas semanas más tarde,
cuando Vera adquirió repentina fama, esas amistades entregaron a
El Demócrata
algunos de los poemas autógrafos; varios años des-
pués, informaron a Francisco Sosa sobre la existencia de tantas
composiciones de la tabasqueña como para formar un libro.
3
Pero
antes de que sus versos llegaran por vez primera hasta las páginas
de un diario, durante los días posteriores a su cumpleaños, concien-
zuda e incansablemente, Teresa Vera ingirió un centenar de cabezas
de cerillo.
La palmaria forma como la crítica literaria incorporó a esa mu-
chacha en el catálogo de escritoras mexicanas de valía, resulta reve-
ladora: pese a haber pasado inadvertida en los círculos cultos del
país hasta el día de su muerte, la índole de ésta parece haberle otor-
gado un halo de legitimidad a sus composiciones poéticas. En efec-
to, tanto ella como un puñado de textos de su autoría, llegaron muy
pronto hasta las páginas de antologías e importantes libros de histo-
* Universidad Autónoma de la Ciudad de México-Cuautepec.
1
Poetas yucatecos y tabasqueños
, p. 193.
2
Manrique y Monroy,
Seudónimos, anagramas
…, p. 18.
3
Francisco Sosa, “Teresa Vera”, en
Biografías de mexicanos distinguidos
,
p. 1055.