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Tema y Variaciones de Literatura 40
go, le gustaban el riesgo y el peligro, quería morirse. Este hombre
que vivió diez años sobre y a la orilla del Paraná, que labraba velo-
ces canoas para volar sobre las aguas, no sabía nadar. “Le apasiona-
ba cuanto representara un peligro mortal, porque en el fondo de su
corazón deseaba morir […] Vivía tentando irresponsablemente a las
parcas […] No podía esperarse otro gozo que el de la emoción vio-
lenta, el peligro como fin y finalidad de la excusión”.
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Horacio Quiroga rehuyó las necesidades de la vida urbana (la
esclavitud laboral y su correlato, el dinero). Buscó el monte feraz
para sentirse hombre cabal y valerse por él mismo, sin las ventajas
de la vida fabril frente a la existencia silvestre. Por esto Martínez
Estrada se refiere a él como “Tarzán de las letras”. Quiroga quería
morir, sí, pero cuando Martínez Estrada buscó las razones profun-
das de este deseo, encontró la fatalidad que se fue tejiendo desde
sus años de infancia: su padre murió cuando se le disparó acciden-
talmente una escopeta; su padrastro se suicidó, después de una em-
bolia, disparando la escopeta con un dedo del pie; Quiroga mismo
asesinó accidentalmente a su amigo Federico Ferrando; su primera
esposa se quitó la vida porque no soportó los rigores de la selva ni
de su marido… y él mismo se mató con cianuro cuando le diagnos-
ticaron cáncer… Su soledad se convirtió en una necesidad; su cora-
za de hombre rudo fue un mecanismo de defensa.
Emir Rodríguez Monegal le atribuye, por su parte, “una soterra-
da voluntad de autodestrucción”
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y el deseo de hacerse un mundo a
su medida.
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Y va más lejos cuando toma las palabras del mismo
Quiroga para definirlo como un
fronterizo
, un hombre al filo de la
razón y de la insania.
Sobre la asociación que a menudo se hace entre las obras de Ki-
pling y Quiroga, Rodríguez Monegal hizo una observación suma-
mente aguda:
En muchos aspectos, es lícito considerar a Quiroga como discípulo de
Kipling: su común admiración por ciertos temas, la selva en primer lu-
11
Ezequiel Martínez Estrada,
El hermano Quiroga. Cartas de Quiroga a Martí-
nez Estrada
, Caracas, Biblioteca Ayacucho (La Expresión Americana), 1995, pp. 35,
36, 58 y 59.
12
Emir Rodríguez Monegal,
El desterrado. Vida y obra de Horacio Quiroga
,
Buenos Aires, Losada, 1968, p.83.
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Quiroga modificó la naturaleza para tener el entorno que quería. En la meseta
donde levantó su casa mandó cavar grandes agujeros para llenarlos de tierra fértil
para plantar cedros y palmeras.