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Tema y Variaciones de Literatura 40
estaban inmersos en la rumba, en el ambiente pictórico, en el teatral
y, además de las letras, se apasionaban especialmente por el cine. El
interés cinematográfico llevó a los miembros del llamado “grupo de
Cali” a la formación del primer cine-club de la ciudad y la creación
de la revista
Ojo al
cine
, que logró editar cinco números entre 1974
y 1976. Cabeza de estas iniciativas culturales y en cierta forma,
ideológicas, es el escritor suicida Andrés Caicedo.
Desde mis primeras charlas en Bogotá, mismas que prosiguie-
ron en Medellín, el nombre de Andrés Caicedo y su novela
Que viva
la música
ocuparon mis oídos. Su mito es breve y se narra con un
par de líneas: joven caleño que a los 25 años se suicida, justo cuan-
do acaba de recibir un ejemplar de la novela. No fue para su prota-
gonista nada sencillo llegar a este momento, mucho menos para sus
familiares y amigos. Se registran cuando menos otros dos intentos.
Me impresiona que el talento y la sensibilidad, además de la obse-
sión por escribir no eliminen esa condición de suicida. Así que ten-
go que imaginar al personaje Andrés Caicedo tratando de quitarse la
vida. Ni toda la música del mundo, la energía del rock, la armonía
de la salsa impiden que nuestro autor ingiera 25
blues,
término car-
gado de ternura musical para describir a los Valium de 10 mg.
Como Caicedo sabe que lleva mucha vida por dentro, toma precau-
ciones para que no sea la postrera quien marque la línea, le agrega a
su intento suicida el escénico arte de cortarse las venas. Se imagina
que ahora podrá cerrar los ojos y esperar el instante de su muerte.
Ha convocado al rayo, pero los días de su vida tienen marcado otro
límite, otra raya. Pasa el tiempo y quizá lo que pensó redondearía su
muerte termina por salvarlo, a punto de la inconciencia, explicaría
en sus escritos posteriores, un aterrador sonido, una melodía desafi-
nada, lo trae de vuelta a la gente, a la ciudad, a sus escritos, es decir,
vuelve a este mundo: “Me despertó el mismo ruido de mi sangre go-
teando sobre el piso de madera…”. Uno lee las palabras de Caicedo
y se asusta más que el mismo protagonista. Acaso su conciencia era
una gran superficie, donde el eco amplificado de una gota de sangre
le solicitaba reintegrarse a la vida. El primer intento sólo demostra-
ba el peso de la sangre, pero Andrés estaba por dedicarse por entero
a consumar su suicidio. Pero entre esos lapsos que le permitían car-
garse de angustia, se propuso consolidar una poética que le diera
cuerpo y peso a su partida.
Ninguno de sus amigos achaca su melancolía a las drogas: la
marihuana, por ejemplo, le provocaba reacciones y emociones bo-
baliconas que acaso lo pudieran conducir por el camino del “misti-