Melissa Marcela Martínez Lemus
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lengua de un maestro rural, representante de la ciencia y la razón,
y luego le obligaron a beber mezcal. No, no había diferencia entre
los crímenes de unos y de otros, todos eran parte de una misma
religión oscura y sin fe. Para Adán, ese primer hombre, quien ade-
más es comparado con Caín, el único lazo con la humanidad lo
constituía La Borrada, su mujer de ojos verdes, como borrados,
que constituye una especie de “alter ego” o conciencia que impi-
de que su marido ejecute a Úrsulo, pero es incapaz de domeñar el
odio que se interpondrá entre estos dos hombres, así como impe-
dir su asesinato y el convertirse en el primer platillo del banquete
de los zopilotes – los que recogen la basura.
Calixto, otro de los personajes que padece el
Luto Humano
,
es un hombre lúbrico y mordaz, exvillista a quien la mala fortuna
le arrebató su único botín de la fracasada revolución; es un hom-
bre gris que toma a una sirvienta como mujer, en un hotel de la
ciudad de México. Ella le suplica que la lleve, al fin que seguro él
–Calixto– le pegará menos. Una mujer acostumbrada a la violen-
cia, sometida y ausente de toda conciencia, la Calixta es el perso-
naje antagonista de Cecilia. Del mismo modo que Calixto es de
Natividad y Úrsulo de Adán, en el sentido dialéctico mediante el
cual Revueltas confronta a sus personajes. Es Adán el personaje
más ruin, ejecutor de Natividad, torturador de Valentín, asesino de
Guadalupe y el mayor pecador en esta historia, pues él no sólo ca-
rece de conciencia, sino que compromete su alma a los intereses
más bajos –los del sistema– y que, paradójicamente, morirá asesi-
nado con el mismo leño que mató, por otro personaje, no menos
importante del relato, que es el Cura. Hombre atormentado y gris,
defensor de los cristeros y a la vez cobarde, que los traiciona hu-
yendo, cuando éstos son torturados y acribillados por Adán.
–¿Cómo salvarnos…? Los ojos del cura se tornaron más opacos. Re-
puso con un vulgar consuelo teológico: la salvación había que espe-
rarla extrañamente de algo que en nosotros mismos llevamos y que
es la misericordia. Palabras sarcásticas. Las mismas del ángel rebelde
expulsado: el consuelo de uno mismo, del corazón soberbio. […] Ella
me hablaba –pensó el cura– de cómo salvarnos, y yo no he podido
contestar nada.
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Ibid.,
p.47.
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