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Tema y variaciones de literatura 43
a los 30 años, encontró su madurez expresiva con este libro. Había
partido de probarse en las formas cerradas, en sus “veloces y dis-
parejos endecasílabos”, por ejemplo, y había encontrado “su” rit-
mo del poema en el verso libre.
José Gorostiza afirmó: “Del verso libre, Dios me libre.” Es que
el autor de
Canciones para cantar en las barcas
sabía que el verso
no sujeto a un canon silábico puede ser una trampa para los inad-
vertidos. La aparente facilidad de la supresión métrica es, nada
más, un espejismo. Se debe llegar a él después de poner a prueba
las armas poéticas en el crisol de las formas cerradas; después es
posible indagar en nuevas posibilidades rítmicas. Tal como lo hizo
Efraín Huerta. A partir, sobre todo de
Los hombres del alba
, en
1944, primera obra maestra poética de su generación, dejó que
se verso cabalgara en esa “amplia ola rítmica” señalada por Ezra
Pound y T. S. Eliot. Huerta dominó el verso libre y le confirió gran-
des posibilidades expresivas.
Con ello, Efraín Huerta encuentra esa “expresión elocuente”,
señalada por Horacio,
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y en el uso del adjetivo. Dice Carlos Mon-
temayor:
[...] su adjetivo no busca encubrir ni embellecer el nombre al que se
aplica, sino acidularlo. Abrir los caminos a la realidad, derrumbar
muros y puertas para entrar en ella, tal es la furia a la que se someten
sus adjetivos en la búsqueda de una ciudad una mujer o una lucha.
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A la manera de Ramón López Velarde, con quien el autor de
Estre-
lla en alto
tiene más de una afinidad, encontró en el adjetivo, in-
esperado pero exacto, el modo más preciso de encarar la realidad.
Sabía perfectamente que Vicente Huidobro tenía razón: “el adje-
tivo, cuando no da vida, mata.” Y se arriesgó. Y ganó. Con ello
pudo acercarse a las posibilidades de la luz en la palabra “alba”,
para llenar esa luz primera de significados y razones para comba-
tir, odiar, amar… Dice Carlos Montemayor:
Pero Solana acertó al afirmar que no era un poeta ni amargo ni tris-
te, que desechaba airado los lujos y los colores y sólo pedía la luz,
pura dura, fría. Aunque esa luz, matizada ya, deja entrar la oscuridad
8
Véase
supra.
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C. Montemayor, art. cit., p. 1.
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