José Francisco Conde Ortega
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¿Termino? ¿Así lo quieres tú, encendida
como el sol y su silencio? (p. 37)
La prisión y la muerte de Hidalgo; y la proclama que hicieron para
escarmiento de los rebeldes; y su decapitación tensan el ánimo del
amante. A lo largo del poema, la primera persona la han compar-
tido Hidalgo y Efraín Huerta. A partir del verso 315, a Huerta no le
queda más remedio que asumirlo:
Ay, amada, oh tú, que llegaste como un aire
despacioso pero firme y oloroso a clavel:
ya parece que llego al final, a mi propio fin. (p. 42)
El fin de la historia es que la cabeza de Hidalgo estuvo once años
colgada:
¡once años allí, cabecitas de patriotas,
mi Mariano Jiménez, mi Juan Aldama,
mi capitán Allende y mi padrecito
de las vides y del barro cocido
y de las moreras y la campanada a la hora precisa! (p. 44)
En este momento la historia por referir ya está contada. Queda la
historia no oficial: es incomprensible por injusta y, finalmente, inútil.
La verdad la tienen “los soldadones, los delatores y los espías”.
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El último verso de
La suave patria
alude a “la carreta alegórica de
paja”. A despecho de interpretaciones buscadas en diccionarios
de símbolos, la ironía de López Velarde se refiere a la paja, lo insus-
tancial de los discursos oficiales, aquellos que hablan de una patria
que no es la nuestra. La alegoría, sin referente preciso es retórica
barata e inocua. Por eso él le cantó a la patria íntima y reconocible.
Efraín Huerta constató, con un solo episodio de nuestra historia,
cuánta razón tenía el autor de
La sangre devota.
Amor, patria mía
es un dolorido canto a la patria que quere-
mos amar. Han querido despojarnos todo el tiempo. Pero mientras
quede una brizna de decoro, como quería Martí, y unos amantes
que, en el momento cumbre del amor –en el lecho, antes y des-
pués del combate amoroso– decidan compartir la Historia, puede
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Véase
supra.
Revista_43.indb 187
05/11/14 08:55