las (iniversidadcs inglesas de la época. Lleno de entusiasmo, al
principio, por Cromweil y los puritanos, acabó por sentirse fatiga­
do, como !e ocurrió a Hobbes, por las querellas de las sectas. En
1660 saluda con alivio la restauración de Carlos И Estuardo. Cree
entonces que, al fin, la tempestad ha terminado de veras.
Hombre de estudio, de salud delicada, débil del pecho, sufrien–
do de asma, a! que cl aire de Londres no favorecía nada, Locke
estaba visiblemente hecho para la vida contemplativa. La filosofía
le atraía, sobre todo desde que había leído a Descartes (nporque
encontraba que escribía con mucha claridad»). Sin embargo, al
final fue la medicina su profesión: esta le permitía servir a la
Humanidad, a! mismo tiempo que se dedicaba a investigaciones
científicas y, más ampliamente, intelectuales. La medicina, por me–
dio de largos y curiosos rodeos, debía permitir a Locke realizar
su verdadera vocación, la de pensador y hombre de letras, desti–
nado a llegar a ser ilustre entre los ilustres. He aquí cómo ocurrió
esto:
Como médico, conoció a lord Ashiey, muy pronto conde de
Shaftesbury, uno de los hombres políticos más atrayentes y enga–
ñosos de la Restauración. Este apreció al médico filósofo e hjzo
de éi su Iiombre de confianza. A los treinta y cinco años, en 1667,
Locke se encontró de este modo situado en la escuela de los hechos
y de los hoinbres, arrojado en la política compleja de un período
decisivo de la historia inglesa. Carlos II, el antiguo alumno de
Hobbes, acabó por enemistarse—después de algunos años de bue–
na armonía—con el Parlamento. La lucha entre los
tories,
parti–
darios de la extensión de la prerrogativa regia, y los
whigs,
adver–
sarios de esta extensión, comenzó a enconarse. Shaftesbury rompió
con Carlos И, de quien había sido consejero omnipotente, y se
convirtió en uno de los principales jefes
whigs,
con Locke a la
zaga. Entre 1672 y 1680 ia atmósfera inglesa estuvo cargada de
complots, reales o presumidos: complots protestantes atribuidos
a los
whigs,
complots papistas atribuidos a los jesuítas, al Papa
y al rey de Francia. Shaftesbury, en su encarnizada lucha con el
rey, fue vencido. Acusado de conspirac:íón, compareció en juicio
y fue absuelto, pero tuvo que desterrarse a Holanda, donde murió
en 1683, El mismo año, Locke, por prudencia, tomaba también el
camino de Holanda; iba a pasar en este país, hospitalario para los
perseguidos, cinco años, que fueron decisivos para su formación
de filósofo político y de filósofo sin más.
El calvinismo europeo parecía entonces en peligro de muerte.
La revocación del Edicto de Nantes en
1685
daba la señal de la
cruel persecución de los protestantes franceses y de su éxodo, que
iba a estar tan cargado de consecuencias para la monarquía abso–
luta. En
1685,
también, moría Carlos
11;
su hermano y sucesor,
Jacobo II, se declaraba abiertamente católico, desafiando los sen–
timientos más poderosos de la mayoría del pueblo inglés. Locke,
colocado en el centro de un calvinismo en cierto modo replegado
tras la frágil y suprema muralla de la pequeña Holanda, se infla–
maba de odio hacia estos tiranos, apoyados en un pretendido dere–
cho divino, cuyo tipo, a sus ojos, era Luis XIV. Rompía para
siempre en su corazón con los Estnardo, cómplices del rey de
Francia, sospechosos de querer establecer en Inglaterra, para com–
placerle, la detestada religión romana. En esta disposición de áni–
mo fue presentado Locke a Guillermo de Oraiige, yerno de Jaco–
bo II, «apasionadamente holandés y protestante", que encarnaría
en lo sucesivo todas las esperanzas del calvinismo europeo contra
Luis XIV y el catolicismo.
EQ
noviembre de
1688,
Guillermo, llamado por la inmensa ma–
yoría del pueblo inglés y por la misma Iglesia oficial, llevando
seiscientos navios y quince mil soldados, desembarca en las costas
de Inglaterra. Por la
libertad,
por la
religión protestante,
por el
Parlamento:
tales son las palabras inscritas en las banderas del
príncipe de Grange. No encuentra ninguna resistencia serla. La
partida está definitivamente perdida para los Estuardo. Está de–
finitivamente ganada por el Parlamento, que planteará sus condi–
ciones al nuevo rey Guillermo, El protestantismo y el liberalismo
whigs
han prevalecido sobre el catolicismo a lo Bossuet, sobre el
absolutismo de derecho divino a lo Luis XIV, sobre la soberanía
absoluta y no compartida. ¿Cómo sorprenderse de que Bossuet
escriba, en diciembre de
1688,
a un abate: «No hago más que ge–
mir por Inglaterra»?
Cuando la princesa Магу, hija del destronado Jacobo II y mu­
jer de Guillermo de Grange, abandona Holanda en febrero de
1689
para reunirse con su marido y para ser coronada al mismo tiempo
que él, el barco que la conduce a Inglaterra lleva también a John
Locke y su fortuna. Entendemos por su fortima los manuscritos
de las dos obras que le harán célebre: la obra filosófica
Ensayo
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