viente convicción del buen derecho de los revolucionarios ingleses,
su sed de tranquilizar las conciencias religiosas de sus compa–
triotas, atormentadas por el temor de haber ofendido al cielo al
expulsar a Jacobo II, le inspiran la página más elocuente de su
libro:
Si ¡as personas prudentes y virtuosas, por amor a la paz, abandonasen
y concediesen tranquilamente todas las cosas a quienes quisiesen hacer–
les violencia, lah, qué ciase de paz reinaría en e! mundo! ¡Qué clase de
paz, la que consistiese ünicamciite en la violencia, en la rapifia y no
pudiese ser mantenida más que a costa de ta ventaja de los ladrones
y de los que se complacen en la opresión! Esta paz que habría entre los
Brandes y los pequeños, entre los poderosos y tos débiles, serla semejante
a la que se pretendiese establecer entre )obos y corderos, cuando los
corderos se dejasen desgarrar y devorar pacificamente por Jos lobos,
O, si se quiere, consideremos la caverna de Pollfemo como un modelo
perfecto de semejante paz. Este gobierno, al que Ulises y sus compañe–
ros se encontraban sometidos, era el más agradable del mundo; ellos no
icnfan otra cosa que hacer en él sino aguantar con sosiego que los devo–
rasen. ¿ Y quién duda que Ulises, que era un personaje tan prudente,
no predicase entonces ta
obediencia pasiva y
no exhortase э una sumi
sión completa, representando a sus compaSeros cuan importante y nece<
sacia es ¡a paz entre los hombres y haciéndoles ver los inconvenientes
que podrían sobrevenir si intentasen
resistir
a Pollfemo, que los tenia
en su poder?
El
Ensayo sobre el entendimiento
humano,
del mismo autor,
aparecido igualmente en J690, obra de pura filosofía, que declara
la guerra a la metafísica y a sus «novelas», debía, por su parte,
marcar
«ua
cambio decisivo, una orientación nueva» (P. Hazard)
en el estudio del espíritu humano. El siglo xvin francés sufriría
su imborrable impronta, tomaría de él en gran parte su gusto por
la
tabla rasa,
su horror a los prejuicios y a los argumentos de
autoridad. Mientras tanto, Locke, cristiano ferviente, pero cristia–
no latitudinariü, en sus
Carias sobre la tolerancia,
anunciaba en
una breve frase la laicización del Estado moderno:
"Todo el poder
del gobierno civil afecta exclusivamente
a los intereses civiles, se
limita a las cosas de este mundo y no tiene tiada que ver con el
Giro.»
En 1704, a los setenta y dos años, moría, pacífico y modesto,
Locke, aquel hombre enfermizo, cuyo espíritu, tan claro, tan inge–
nioso, más claro e ingenioso que profundo y potente, habfa sabido
aportar a un mundo sobrecargado de derecho divino, de teología
y de sistemas metafísicos, exactamente el alimento espiritual que
necesitaba.
Retengamos esta requisitoria y esta defensa, eternamente válida
con respecto al espíritu. Requisitoria contra la obediencia pasiva,
tan tranquilizadora para los poderosos. Defensa de lo que, en nues–
tros días, bajo la ocupación hitleriana, llevó simplemente el nom–
bre de
Resistencia.
Tal es la sustancia del
Ensayo sobre el gobierno civil:
catecismo
—protestante—del anti-absolutismo, en que el derecho natural se
ensambla hábilmente con la constitución inglesa. En esta fuente
límpida y abundante de filosofía política debían beber los publi–
cistas ingleses, americanos, franceses, durante todo el curso del
siglo xviTi, El
Ensayo
había planteado, de manera definitiva, las
bases de la democracia liberal, de esencia individualista, cuya gran
carta la constituirian las Declaraciones de derechos—derechos na–
turales, inalienables e imprescriptibles—de las colonias america–
nas insurreccionadas, y, después, de la Francia revolucionaría.