mcnes con motivación virtuosa у regímenes con motivación mal intencio–
nada. De este modo, Montesquieu emplea el termino "aristocracia" en el
caso de regímenes que Aristóteles habría llamado "oligarquías". También
denomina "democracia" al tipo de régimen que Aristóteles probablemente
habría llamado "constitución política", e incluso toma como casos de "de–
mocracia" regímenes que Aristóteles consideraba aristocracias n\ixtas (por
ejemplo: Cartago). Poclría concluirse que la clasificación revisada de Mon–
tesquieu tiene dos efectos: primero, pone en duda la conveniencia de clasi–
ficar los regímenes de acuerdo con la bondad de los motivos de sus gober–
nantes; segundo, eleva el mérito de los regímenes populares, o del elemento
popular en regímenes mixtos, indicando con eUo que el bien común puede
alcanzarse mejor por medio de una amplia participación popular en el go–
bierno. Podríamos sentirnos tentados a cuestionar esto por la exaltación que
hace Montesquieu de las "instituciones singulares" de
La República
de Pla–
tón en el Libro IV, pero tal concesión no significa adoptar la preferencia
clásica por la aristocracia.
El gobierno republicano tiene como ámbito natura! el de una sociedad
pequeña, y la expansión en cuanto a tamaño, poder y riqueza de una repú–
blica conduce forzosamente al resquebrajamiento de su espíritu y sus insti–
tuciones. Ésta es, antes que nada, la lección que Montesquieu extrae de su
estudio de Roma, contrariamente a ia defensa de Maquiavelo del imperia–
lismo romano en los Discursos. Pero la pequenez requerida por las repúbli–
cas plantea un fundamental problema de defensa. La solución a este proble–
ma sobre fundamentos republicanos es la confederación, a partir de la cual
diversas repúblicas se luien para formar un сиефо defensivo mas poderoso.
La república holandesa moderna y la antigua confederación iicia son ejem­
plos de esta disposición. Montesquieu consideraba al parecer la confedera­
ción como una asociación de sociedades, no directamente de individuos, y
hace referencia a la posibilidad de disolución de la confederación en tanto
las sociedades que la conforman se conservan. Aunque también expresa en
forma explícita predilección —como en el caso licio-— por una asociación
sumamente centralizada más que libre de lus Estados miembros.
En la monarquía, gobierna una persona de acuerdo con leyes fijas y esta­
blecidas. Esto hace necesario que haya poderes intermedios entre el mo­
narca
y
el pueblo, de ahí la nobleza, la Iglesia y los concejos. Debe existir
también un depositario
O
guardián de las leyes independiente, como los
par-
kmenti
franceses. Juntas, estas fuerzas —en virtud de sus privilegios e inde­
pendencia— pueden frenar las acciones tanto del monarca como del pueblo.
Sin embargo, cuando el monarca combina en su persona el poder legislatívo
V
el poder ejecutivo (como en Francia), el gobierno se indina al despotismo.
Ел forma cauta aunque con toda claridad, Montesquieu da muestras de con­
siderar equilibrada una monarquía como aquella en la que algo parecido a
los antiguos Estados Generales franceses comparte el poder legislativo con
el monarca.
5
A menos que la monarquía posea una estructura como ésta, no será un ré­
gimen estable. Montesquieu afirma que el mimdo antiguo no tenía una con­
cepción adecuada de la monarquía. Esta concepción surgió de la conquista
germánica de Roma, y sus dos componentes principales eran una nobleza
privilegiada, hereditaria e independiente y un gobierno representativo. En
la que más se acercaron los antiguos a ésta fue en ia monarquía de la época
heroica descrita por Aristóteles, pero en ella el pueblo poseía un poder le­
gislativo directo y podía, en última instancia, despojar de sus poderes ai
rey. En lo que respecta a la clasificación de las monarquías, Montesquieu
está explícitamente en desacuerdo con Aristóteles. Rechaza el principio clá­
sico de clasificar los regímenes con base en las intenciones o en los vicios y
virtudes de los gobernantes. No basta tener una buena monarquía para te­
ner un buen monarca. El gobierno posee una naturaleza o constitución sólo
si su estructura no depende de circunstancia tan poco fiable como las dotes
morales naturales o aprendidas de un individuo importante. Con todo, Mon­
tesquieu admite también más adelante que el carácter moral de un monarca
es tan vital para la libertad de su pais como lo son sus leyes.
El principio de ia monarquía es ei honor, no la virtud. Montesquieu es su­
mamente severo en su crítica moral de las cortes y de los hombres principales
de las monarquías de cualquier parte del mundo. Hace alusión a su carácter
miserable y a su marrullería, que se difunde por todos los niveles de la so­
ciedad. Sin embargo, lo más buscado —el honor, o superioridad de condi­
ción y personal— sirve como sustituto de los incentivos de la acdón virtuosa.
La ambición de distinguirse, propia de todas las clases e individuos, provoca
conductas que redundan en el beneficio público a pesar de tener como pro­
pósito sólo el bien privado o egoísta. Además, el código de honor estable­
ce límites no oficiales a la arbitrariedad tanto del rey como de los subditos.
La búsqueda del honor que critica Montesquieu no puede identificarse
sin más con la actividad que Aristóteles atribuía al hombre magnánimo o
liberal. El sistema de costumbres y tradiciones de la monarquía es honor
vulgarizado, u honor que pretende ser reconocido por muchos, que depen­
de tanto de! reconocimiento de los demás, que sucumbe, en lugar de resis­
tir, a los vicios (por ejemplo; la galantería) que popularmente son considera­
dos como signos de descaro. Por otro lado, Montesquieu parece menos
dispuesto que Aristóteles a aceptar a su vez la perspectiva mental de! hom­
bre magnánimo, dado que tal perspectiva tiene como marco fundamental el
amor propio, y fomenta la conducta menos a partir del amor al bien público
que a partir del amor propio y ei deseo de más altos honores,"
Las leyes que favorecen el honor en las monarquías deben garantizar
privilegios hereditarios a las personas y la propiedad de la nobleza. El lujo
ha de permitirse como medio de sustentar al pobre, y favorecerse el comer­
cio por parte de los que no son nobles. La monarquía está más dispuesta de
manera inherente a la guerra y la conquista de lo que lo está la república, y
por su naturaleza precisa de un territorio más grande. Pero la expansión
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