5.
EL COMERCIO
Ahora tenemos cierta idea de los imperfectos comienzos naturales del hom–
bre y de la más elevada cumbre que éste puede alcanzar, el régimen de la li–
bertad moderna. Ambas cosas se encuentran conectadas por e) desarrollo
del comercio. Montesquieu fue el primer gran filósofo político en conside–
rar el comercio como algo digno de un tratamiento empírico extenso dentro
de su obra principal. De los diversos elementos que aparecen en
El espíritu de
las leyes,
es el úrüco que recibe un trato independiente en un libro dedicado
a su historia o sus "revoluciones".
En su análisis de las sociedades primitivas, Montesquieu considera la
introducción de la agricultura como la causa de la introducción dei dinero.
Existe una interacción constante entre las necesidades del hombre y su
conocimiento: ias necesidades nuevas fomentan la búsqueda de conoci–
mientos nuevos, y el conocimiento nuevo propicia el desarrollo de nuevas
necesidades. El arte de la agricultura implica la existencia previa de diver–
sas habilidades especializadas y aimienta la necesidad de ciertos materiales
que han de servir de medios de cambio y normas de valor: el dinero. En el
momento en que se inventa la forma metálica del dinero, se agranda enor–
memente la posibilidad de que aumenten las desigualdades entre los hom–
bres. Pero el intercambio interno no es aún comercio internacional, y aparte
de la conquista, la principal fuente de multiplicación de la riqueza de un
pueblo, medida por la diversidad y abundancia de ias mercancías, es el
comercio internacional. El comercio lleva a las riquezas, las riquezas al lujo,
el lujo a la perfección de las artes. En su historia del comercio, Montesquieu
menciona la poesía de Homero y llama la atención sobre la perfección del
gusto y la finura de las artes en las antiguas ciudades griegas. En el libro so–
bre las sociedades priiiutivas no hay ninguna mención a la poesía.
Montesquieu dice del comercio que es la comunicación de los pueblos.
Esta comunicación está relacionada en dos sentidos con la civilización del
hombre, es decir, con la disminución de la barbarie. El primero es a través
de lariqueza-y las artes, el segundo a través de la filosofía. La tribu o nación
que no consigue participar en ei comercio se caracteriza por una superstí-
ción innata, por prejuicios e ignorancia, así como por costumbres bárbaras.
Así pues, la condición original o "natural" de las sociedades humanas es su–
mamente imperfecta. El comercio sienta las bjses para sahr de esta mentali–
dad localista. Favorece la comparación de diferentes formas de vida. Hace
posible el cuestionamiento de creencias atávicas. Permite a los hombres des–
cubrir más sobre la naturaleza. En suma, hace posible la filosofía, la busca
coherente o consciente de conocimiento sobre la naturaleza y el hombre. Es
curioso que Montesquieu no aluda a la ñlosofía de la antigua Grecia. Y aún
más sorprendente es que no haya hamado la atención con respecto a la gran
revolución en la filosofía natural que él consideraba la característica más
importante de la modernidad. Pero el epígrafe de Virgilio antepuesto al
primer libro sobre el comercio ya es bastante revelador: "las cosas que el
poderoso Atlas enseñó"
(Eneida,
I. 740) alude a una diversidad de temas
dentro del estudio de la naturaleza. Fue el resurgimiento del comercio lo
que propició el renacimiento de la filosofía así como el debilitamiento de la
barbarie europea en ios tiempos modernos. Comercio y conocimiento po–
nen fin a la Edad Media,
El comercio se desarrolla a partir de una combinación de necesidades, in–
venciones y accidentes, Montesquieu describe s u s variedades fundamenta–
les, sus orígenes a menudo difíciles,
su
dependencia de la tecnología, su des–
cubrimiento de maneras de burlar tiranos, su expansión mundial moderna
y
por último s u s complejos convenios financieros. Los efectos del comercio
son la suavización y el refinamiento de las costumbres bárbaras (al mismo
tiempo que la corrupción de las costumbres puras), el estímulo a las artes y
las ciencias, la conducción hacia la paz por la vinculación de las naciones
mediante sus necesidades, y la elevación del nivel de vida. De éstos, Mon–
tesquieu parece menos interesado en el último, considerado como fin en sí
mismo. Tampoco se muestra interesado en la producción de ganancias del
mercader: los mayores beneficios del comercio son los menos obvios, las
consecuencias no buscadas del egoísmo del mercader.
El hbro que vincula el estudio de Montesquieu acerca del hombre natural
o primitivo con su prolijo anáUsis del comercio trata del "espíritu general"
de ias naciones. Comier^a advirüéndonos contra cualquier intento de meter
por la tuerza en ei mismo molde a todas la naciones; a continuación señala
que las virtudes y los vicios morales s o n distintos de las virtudes y los vicios
políticos, termina declarando que la fundación de la Inglaterra moderna tiene
como base las pasiones egoístas de la avaricia y la ambición. La idea de que las
"virtudes" políticas exigidas a sus ciudadanos por un orden político imper–
fecto podrían ser en realidad vicios morales fue una piedra angular de la fi–
losofía política clásica: sólo rara vez, si acaso, eran identificados el hombre
bueno y el buen ciudadano. Pero Montesquieu esta pensando en algo aún más
desconcertante: los bienes humanos supremos son producidos por la acción
de los vicios morales, y el
mejor
orden político depende de tales vicios. Esta
concepción de la vida humana la aprendió Montesquieu de Maquiavelo y sus
seguidores, no de ios clásicos. Estos últimos condenaban el comercio, por con–
siderarlo avancia institucionalizada, empleaban palabras muy duras para
referirse al empréstito, y los regímenes que ellos favorecían tenían como base
la agricultura, no el comercio. Pero esto equivalía a querer los frutos del co–
mercio —las ciencias y las artes— sin el
c o m e r c i o .
Si las actividades popula–
res o vulgares generan y fomentan las actividades más elevadas del hom–
bre, hacerlas peligrar hace que también peligren los bienes supremos, ios
cuales no pueden subsistir por si solos. Eliminad el comercio y los viajes,
como en la Edad Media, y echaréis por tierra la filosoha. El cosmopolitismo
es el sustento de la filosofía, y el comercio sustenta al cosmopolitismo. La fi–
losofía se desenvuelve mejor en naciones muy comerciales, como Inglaterra.
La opinión de Montesquieu no implica que las cosas producidas en forma
indirecta mediante las acciones de la multitud estén, o puedan llegar a estar
en algún momento, en completa armonía c o n el carácter de la multitud mis–
m a . La filosofía es un ejemplo. ¿Pueden volverse filosóficos los pueblos o