de toda la especie humana ej una "verdadera quimera"; una espetie no es una
sociedad porque la mera semejanza no eres una unión real, en tanto que una so–
ciedad es una "persona moral" que surge de un vinculo (liaison) real que une a
sus miembros. Una sociedad tiene que tener cosas comunes, tales ctimo un idioma,
un interés y un bienestar, que no constituyen una suma de bienes privados, sino
la fuente de ellos. La especie humana
ea
conjunto no tiene nada de estas cosas
en común. En segundo lugar, es absolutamente falso que la razón por si sola haya
podido unir nunca a ios hombies si éstos se ocupaban sólo de su felicidad indi–
vidual, como supone la teoría convencional. Toda la argumentación es íicticia
porque todas nuestras ideas, aun las egoístas, están sacadas de las comunidades en
que vivimos. El egoísmo no es más natura! ni mis innato que las necesidades
sociales que unen a los bonibics en comunidades. Por último, si euste alguna idea
de una familia humana general, surge de las pequeñas comunidades en que viven
instintivamente los hombres; una comunidad internacional es cl fin y no cl co–
mienzo.
Concebimos una sociedad general con arreglo a nuestias sociedades particulares; el esta-
blecimienlo de eslados pequeños
nm
hace pensar en estados grandes; y sólo comenzamos
a ser verdadeiarnenle hombres después de habti llegado a ser ciudadanos. Eslo muestra lo
que debemos pensr de esos pretendidos cosmopolitas que al justificar el amor a su pals
por su amor a b especie humana, se jactan de amar a todo el mundo para poder disfrutar
cl piiviiegio de no amar a nadie.s
LA NATURTALEZ* T LA VIDA SENCILLA
La argumentación básica del Discurso sobre el oiigen de la desigualdad publicado
apronimadamente al mismo tiempo, está muy oscurecida por el atractivo ataque
contra la propiedad privada que ha venido a ser cl motivo principal de que se
conozca esa obra. Es evidente que, si no hay derechos del hombre, ta propiedad
no es uno de ellos; en su Proyecto de constitución .paia Córcega. Rousseau llegó
a decir que cl estado debía ser cl único propietario. Pero ciertamente no era
comunista. En el articulo sobre "Economía política" de la Enciclopedia se refiere
a la propiedad como "el más sagrado de todos los derechos de ciudadanía" y aun
en cl propio Discurso la considera como un derecho social enteramente indispen–
sable. Es cierto que el medio siglo anlericr a la Revolución produjo en Francia
planes de comunismo utópico que tienen aproximadamente la misma relación con
el radicalismo de clase media que el comunismo de Winslanley con la doctrina
política de los niveladores ingleses. Meslier antes de Rousseau, y Mably y Morelly
después de él, bosquejaion esquemas "naturales" de sociedad en los que los biones,
y cn especial la tierra, habían ile ser poseídos en común y su producto comparti–
do, y cn la era levoiiicionaria el Maniíiesto de Jos iguales de Maréclial y el alza–
miento comunisbi de Babeuf de ¡ 7 % sostuvieron la idea de que la hbertad política
es un remedio superficial sin la igualdad económica. Puede decirse que el ataque
de Rousseau contra la propiedad privada contenido en cl Discurso pertenece vaga–
mente a ese cuerpo de ideas comunistas. Pero cl gincbrino no contemplaba seria
mente la idea de abolir b propiedad ni tenia un concepto muy claro de cuál fue.ie
la posición que debiera corresponder a aquélla cn la comunidad. 1,0 que Rousseau
aportó al socialismo, utópico o no, fue la idea, mucho más general, tic que todos
• VJUGLIJII, vol. 1, p. 155.
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-
.
los derechos, incluso los de propiedad, son derechos dentro de la comunidad y no
contra ella.
El Discurso en conjunto trataba de resolver el mismo problema que el capitulo
en que criticaba el artículo de Diderot sobre cl derecho natural. Lo que Rousseau
plantea en ei prefacio como problema del libro es esto: ¿Qué hay de realmente
natural y qué de arbficíal en la naturaleza humana? En términos generales, su
respuesta consiste en que por encima dei egoísmo y más allá de él, los hombres
sienten una reacción innata ante el sufrimiento de los demás. La liase común de
sociabilidad es el sentimiento y no la razón; salvo para el hombre perverso, el
sufrimiento, dondequiera que se produzca, es directamente doloroso. En este sentido
los hombres son ' naturalmente' buenos. El egoísta calculador de las teorías no
existe en la naturaleza, sino sólo en una sociedad pervertida. Los filósofos "saben
muy bien lo que es un ciudadano de Londres o de Paris, рею no Io que es un
hombre".' jQué es, pues, el hombre verdaderamente natural? La respuesta no
puede sacarse de I.i historia, porque si han existido alguna vez hombres naturales,
no los hay, sin duda, en el momento presente. Si se trata de pintar un cuadro
hipotético, la respuesta es seguía: El hombre natural era un animal que observaba
una conducta puramente instintiva; todo pensamiento, cualquiera que sea, es "de-
Í
iravado". Ei hombre natural carecía enteramente de lenguaje, como no fuese en
orma de gritos instintivos, y sin lenguaje es imposible toda idea general. En con­
secuencia, et hombre natura] no era moral ni vicioso. No era desgraciado, pero
tampoco feliz. Sin duda no tenía propiedad, ya que ésta fue resultado de ideas,
necesidades previstas, conocimiento e industria que no eran intrínsecamente natu­
rales, sino que implicaban el lenguaje, el pensamiento y la sociedad. El egoísmo, el
gusto, la consideración por la opinión de los demás, las artes, la guerra, la esclavitud,
el vicio, el afecto conyugal y paternal, no existen en los hombres sino en cuanto
éstos son seres sociables que conviven en grupos mayores o menores.
Este argumento era muy general; demostraba únicamente que c! egoísmo na­
tural es una fíeeión, que es inevitable alguna forma de comunidad y que ninguna
sociedad es puramente instintiva. Peto Rousseau entretejió con él otro argumento
que era iirelcvante desde el punto de vista lógico. Sus pnmeros escritos, en grado
mucho mayor que el Contrato social, están llenos de una especie de pesimismo,
resultado probablemente de la irritación provocada por su residencia en París, que
le hacia creer que la sociedad francesa de su tiempo era poco más que un instru­
mento de explotación. La miseria at>soluta de una clase no hace sino contribuir
al lujo parasitario de otra; las artes ponen "guirnaldas de flores sobre las cadenas
de los hombres" porque están más allá del alcance de las masas con euyo trabajo
se sostienen; y Ь explotación económica produce como resultado natural el des–
potismo político. En contraste eon esta sociedad per^'ert^da quiso pintar Rousseau
una sociedad sencilla idealizada [(ue se encuentra en un justo medio entre la indo–
lencia primitiva y el egoísmo civilizado. Evidentemente ta conclusión de que las
sociedades existentes están pervertidas y deben simplificarse no tiene nada que
ver con la conclusión anterior de que la única fuerza moralizadora que hay en la
vida humana es alguna forma de sociedad. Si la sociedad como tal fuese una per–
versión, la conclusión serb que debía abolírse: se ha acusado a Rousseau de timidez
por no haberla deducido. Pero en realidad no era esa su conclusión.
La
sociedad
sencilla que prefirió admirar está, como el propio Rousseau trató con ahinco de
demostrar, muy lejos del instinto natural. Fot esla tazón no es muy ciato qué con–
secuencias prácticas derivan —si es que se deduce alguna— de su critica del estado
• L'^ttt de guene. Vaughan. vol. 1,
ÌD;.
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