torno a si mismo un mito de seudoesloicismo
y
ficlieia aufosuficiencia, <¡uc se
exprcsíbi
sobic todo en foinia de suspicacia hacia quienes trataban de ser amigos
suyos y en ei descubrimiento de complicadas conspiraciones, probablemente ima-
ginaiias,
pin
arruinaile y traicionarle. Antes del fio de su vida esas sospechas se
convirtieron claramente en delirios de persecución. A pesar de sus años de vaga–
bundaje —que no iba mal con su temperamento—, sus gustos y su moral repre–
sentaban cl scntímentaTismo de la clase media baja.
En
esencia le interesaban las
cosas
hogareñas, tenia terror por la ciencia
y
el arte, desconfiaba de los modales
corteses, exaltaba seatimen taimenle las virtudes vulgares y entronizaba el sentimiento
por encima de la inteligeneia.
LA REBELIÓN CONTUA LA RAZÓN
Más que la mayor parle de los hombres, Rousseau proyectaba bs contradicciones
y desajustes de su propia naturaleza sobre la sociedad que encontraba a su alredt
dor
y
buscaba un ancMÍno para su sensibilidad dolorosa. A este fin adoptó el eon-
tiaste familiar entre lo ikatural
y
lo real, corriente en todas bs apelaciones a U
razón. Pero Rousseau no apeló a la razón. Por el contrario, utilizó et contraste
para atacüt la razón. Contrapuso a la inteligencia, el desarrollo del conocimiento
y
el progreso de la ciencia que la Ilustración creía constituhvos <te la única espe–
ranza de la civüiiación, los sentimientos amistosos y benévolos, la buena voluntad
y la reverencia.
Lo
que da valor a la vida
son
las emociones comunes, casi podría–
mos decir los instintos, con respecto
s
los cuales apenas difieren los hombres entre
si, y que Rousseau imaginaba enstian en forma mas pula y menos pervertida en el
hombre sencilla e ineducado que cn el ilustrado y refinado. "Un hombre que pien–
sa es
im
aninul depravado." Todas sus valoraciones morales giraban alrededor del
valor de esos senlimienlos
comunesi
las afecciones de la vida familiar, el goce y
la belleza de la maternidad, las satisfacciones de bs artes familiares como
h
la–
branza, el sentimiento universal de reverencia religiosa y, sobre lodo, cl sentido
de una suerte común y la partíripaeión en una vida común —todo lo que los
hombres aprendieron de él a denominar las "realidades" de b vida cotidiana—.
En contraste con el valor de estos senlimienlos, la ciencia es el fruto de la cu–
riosidad ociosa; la filosofía, mera farsa inteleetuali b civilidad de la vida cor–
tesana, oropel.
Et héroe del primitivismo de Rousseau no era el noble salvaie; era el irritado
y asombrado burgués, opuesto a una sociedad que le despreciaba mirándole de
arriba abajo, consciente de su propia pureza de coiazón y de b grandeza de sus
méritos, y que tenia una profunda repugnancia por la maldad de los filósofos, para
quienes
no
habia nada sagrado.
En
consecuencia, por una extraña lógica de las
emociones, unió cn una igual condena al orden social que le oprimía y a la filosofía
que había atacado los cimientos de ese mismo orden. Opuso a anibos la re\etcncía
y las virtudes del corazón sencillo. La verdad es que Rousseau dio expresión poi
primera vez a un resucitado temor, el temor de que U crítica racional, después
de haber demolido los aspectos más inconvenientes de la reverencia tradi–
cional, como los dogmas y las disciplinas de la iglesia, no pudiera detenerse ya
ante aquellas otros aspectos de esa reverencia que parecía aún evidentemente jui'
cioíO conservar.
Esos drclmnadtkret vanos y futile^ [los filósofos] van por todies parles, arinados de sus
fataks psiadojas, minando los cimientos de niieslia fe y anulando la virtud. Soniícn
án-
dcflosamente anic nombres antiguos como patriotismo
y
lelielón y consagran sus talentos y
su íilosolia a destruir
y
difamar lodo lo que los hombres consideran sagiado.'
En resumen,
\s
inteligencia es peligrosa porque mina b veneración; la ciencia es
destructora porque elimina b le; la razón, mala porque opone la prudencia a b in–
tuición moral. Sin veneración, fe e intuición moral no hay carácter ni sociedad. Esto
era una nota que la Ilustración no podía comprender fácilmente —a no sei que la
interpretase como una defensa encubierta de la revelación y b iglesia, cosa que no
era—, ya que b llustiación estaba acostumbtada a centrar su fe y su esperanza cn la
razón y en b ciencia. La enorme importancia de Rousseau reside en que, hablando
en términos generales, puso de su lado la filosofía contra la propia tradición de ésta.
Kanl reconocb tiabei aprendido de Rousseau el extraordinario valor de la voluntad
mota! cii comparación con la investigación cientifica; y la filosofía de Kant, si no
la iniciación de una nueva época de
te,
es al menos el comienzo de una nueva
división entre la ciencia de una parte y la religión y la moral de otra. En esta
nueva alineación la (ilosofia era menos la aliada de b ciencia que b protectora
de la religión. La eiencb tiene que limitarse cuidadosamente al mundo de los
fenómenos donde no puede dañar a' bs verdades del corazón, a la religión y a b
ley rnoral. Decir que la ciencia sólo conoce las apariencias sugiere, por lo menos,
que hay algún otro medio de conocer bs realidades. La filosofía, una vez librada
de la ciencia, no siempre acompañó tranquilamente a la ley moral. A veces buscó la
verdad superior por procedimientos no-racionales e irracionales —por la fe, b luz
del genio o la intuición melafísica, o en la voluntad—. La desconfianza hacia la
inteligencia opera sobre toda la filosofía del siglo Kiic.
Una filosofía política que, como la de Rousseau, comenzó engrandeciendo los
sentimientos morales frente a b razón, podía desarrollarse de muy diversas mane–
ras, ptero tenía por necesidad que ser contraria al libcrali.smo tradicional, tanto al
de los derechos naturales como al de la utilidad. Tanto Rousseau como Kant ne–
garon que eJ egoísmo raciona! fuese un motivo moral bueno y encluyeron la pru–
dencia de Ь lista de virtudes morales. El resultado podía ser una doctrina de b
igualdad, más radical que la que fuera posible defender por motivos de razón y de
derechos individuales, ya que Rousseau suponía que te virtudes morales se dan
en su mayor pureza enlrc bs gentes vulgares. Como di]0 en el Emílio:
Son las genles cnmuncs las qgc componen
¡a
especie humana; lo que no c! el pueblo
apenas merece ser tomado en cuenta. El hombre es el mismo cn todos los rangos de la
esola social y siendo ello así los rangos más numerosos merecen mayor respeto.^
Sin embargo, una democracb de este tipo no tiene que implicar necesariamente
sino muy poca libertad personal, ya que da una importancia muy ligera a la pre–
eminencia individual. Una ética que identifica la moialidud con el egoísmo racional
presume al menos la libertad del juicio privado, pero una ética de sentimiento, en
especial
si
subraya los sentimientos que son igualmente innatos en todos los hom–
bres, no tiene por qué hacerlo asi. En último término, lo mas seguro es inculcar
la reverencia hacia la autoridad de b tradición y la costumbre. La moralidad del
hombre corriente,
рот
muy buena voluntad que pueda representar, es inevitablemente
la moralidad de .su tiempo y lugar, Sus paulas son más bien bs del grupo que bs
del individuo y tal moralidad enseña siempre
h
sumisión al grupo y la conformidad
1
Diiciino sobre
h> ula y
iii cicnriai. liid. ingl. C. D H. Colc. Tíie SocijI Contracl anJ
DÍHBIHJSF
(Evtrynian'i Library), p.
111.
1
СгЫо рог Motley. Rousseau (ISeS], voL
¡1,
pp.
22A
i.