las sociedades en su conjunto? ¿Son capaces de iluminación en el sentido ra–
dical? La respuesta de Montesquieu se encuentra expresada en el libro so–
bre el "espíritu general" de cada pueblo. El espíritu general está constituido
por ei clima, la religión, las leyes, las máximas políticas, los ejemplos del
pasado, las tradiciones, las costumbres. La razón nu constituye el espíritu
o
mentalidad de ninguna nación. Las naciones viven en función J e la pasión
y el prejuicio, no dei entendimiento. Es posible la ilustración para hacer la
vida humana menos bárbara o inhumana, pero aun tal ilustración debe apo–
yarse en una apelación a las pasiones, sean egoístas o piadosas, y a los pre–
juicios característicos de la sociedad en cuestión. O, volviendo al caso de In–
glaterra, ésta ofrece la mejor coyuntura y mayor seguridad para la filosofía
y las artes, pero Inglaterra misma no es filosófica ni poética. Las sociedades
creen mientras que los filósofos cuestionan, y las sociedades protegen la fi–
losofía más por interés egoísta que por preocupación por la libertad. Fiio-
soh'a y sociedad no están, por tanto, nunca unidas en una verdadera amis-.
tad. Por su lado, la filosofía se encuentra moralmente obligada a considerar,
tanto los efectos benéficos como las consecuencias sociales dañinas de sus
escritos: de ahí. el estilo de escritura que D'Alembert atribuye a Montes–
quieu y el encubrimiento peculiar de la filosofía misma que io caracteriza. •
Al comienzo de la obra, Montesquieu distìngue entre las tareas del hlóso--.
fo moralista y las del legislador.'" Para Aristóteles, los fines políticos debían;,
entenderse como la búsqueda del bien perfecto: la ética y la política forma^-
ban parte de un solo estudio, y aquélla precedía a esta última. Fara Montes–
quieu, sin embargo, la ética у la politica tienen una relación mucho menos
directa, v como legislador, él mismo nunca expuso de manera sistemática la
mora! filosófica, la verdadera moral. Estrictamente hablando, el mundo po-";
litico nunca es ni puede ser guiado por esta moral. Pues las virtudes políti­
cas, al igual que los vicios pob'ticos, son todos pasiones. Si es así, ningún no
filosofo puede ser moralmente virtuoso en grado alguno. Pero ésta es una
doctrina más radica! que la de los clasicos, quienes consideraban que los
hombres de virtud corriente o meramente habitual estaban animados por
un conocimiento muy incompleto pero muy real de la virtud. Concluye,
por es.a y otras razones que hemos visto, que el hombre no es por natura­
leza
ЧП
ser racional más de lo que es un ser sociable o filantrópico: los ele­
mentos del alma humana no fienden de manera natural a la perfección mo­
ral e intelectual. De lo cual se sigue que las utopías
o
las doctrinas (cercanas
a lo utópico) de la filosoíia política clásica se basan en premisas falsas. Es­
tas doctrinas juzgan y tratan de guiar la naturaleza humana con normas aje­
nas a ella, v por tal razón son utópicas. El legislador filósofo tiene una ven­
taja inconmensurable en eficacia al ocultar su éfica filosófica
y
hacer un uso
prudente de las pasiones y opiniones reales por las que pueden ser movidas
las élites inteiectuales y las grandes multitudes. Sin embargo, con eso cam­
bia su función: antes, él era sólo un educador de filósofos y hombres de Es­
tado, ahora es un manipulador polífico de los hombres. Las normas a las
1 0 Ш . ,
Г. i. al final.
que apela son aquellas que e! hombre promedio está mejor dotado por natu–
raleza para entenderlas. Su doble fundamento es la conservación propia y la
compasión. Su mayor alcance es la libertad política, no la excelencia.
6.
LA RELIGIÓN
En el Libro í Montesquieu había sugerido de manera vaga que Dios, ayudó
al hombre por una revelación especial, y que el hecho de que el hornbre sea
atraído hacia el Creador (una vez que se ha formado una idea de El) es la
primera de las leyes naturales en importancia, aunque no en términos tem–
porales. Resulta, pues, que la religión es el último elemento del espíritu de
las leyes que ha de discutirse en la obra. Los dos temas que preceden inme–
diatamente a éste —el comercio y la expansión— tienen que ver con las ne–
cesidades de! cuerpo. Y en el libro siguiente, la religión es tratada en forma
tal que oscurece la disfinción entre la ley verdaderamente divina de judíos y
cristianos por un lado, y las leyes religiosas de ¡os paganos por otro. Tam–
bién es cierto que la obra se basa muy poco en la historia sagrada como tal,
aunque algunas veces toma ejemplos de ella. Con respecto a la Edad Media
crisfiana, está más interesada en el componente feudaJ que en el cristiano.
Montesquieu afirma, en esta obra, que él es autor político, no teólogo.
Pero también afirma que estos dos talentos son perfectamente compatib'es:
el crisfiamsmo no sólo constituye la verdad sino que es el más grande bien
que la humanidad podría poseer en el mundo. Argumenta, en contra de
Bayle, que los cristianos son los mejores ciudadanos. Sin embargo, la des–
cripción con !a que acompaña dicha aseveración hace claro que considera
que los consejos cristianos de perfección son incompatibles con la vida políti–
ca, de tal suerte que el más perfecto cristiano constituiría un muy mai ciu–
dadano. Es esta opinión de Montesquieu la que causa su alabanza de las
antiguas sectas estoicas y de los grandes emperadores romanos, los Antoni-
nos. que compartían esa convicción. Los estoicos eran ciudadanos ante todo,
es decir, no eran santos. Y la función principal de la rebgión y las leyes civi–
les es hacer de los hombres buenos ciudadanos y así ayudar a cada sociedad
a satisfacer sus necesidades. Pues el más fidedigno y santo de los dogmas
puede tener consecuencias terribles si no se vincula con los principios de la
sociedad, y los dogmas más falsos pueden tener consecuencias admirables
cuando se vinculan con tales principios.
Montesquieu critica los efectos sociales y políticos del cristianismo en va–
rios respectos. El cristianismo se opuso ai comercio
y
al empréstito en la
Edad Media: al fomentar la castidad conventual, desalentó el matrimonio y
la propagación de la especie; fue hostil en todas partes a la pohgamia y al
divorcio; promovió la desobediencia civil en nombre de una ley superior;
puso a cristianos en contra de otros cristianos y a éstos en contra de los no
cristianos, por un afán intolerante de universalidad.'t Pero también tuvo
efectos saludables al frenar las intrigas de déspotas
y
monarcas y ayudar
11
Ibid.,
XXI.
xx;
.XXIII. <xi; XXIV. xiii; XXV. x.
1...,205,206,207,208,209,210,211,212,213,214 216,217,218,219,220,221,222,223,224,225,...271