extensamente entre la masa del pueblo para la conservación de
sus derechos y libertades; y como aquéllos dependiesen de ex–
tender las ventajas y oportunidades de la instrucción por las
diversas partes del país y entre las diversas clases de población,
será deber de las legislaturas y funcionarios, en todas las épocas
futuras de esta Federación, el cultivar los intereses de la literatura
y las ciencias dc todos los seminarios consagrados a ellas, espe–
cialmente en la Universidad dc Cambridge, y en loa Institutos y
las escuelas primarias, en las ciudades». Como veremos seguida–
mente, los revolucionarlos franceses se mostraban absolutamente
unánimes en defensa de los mismos principios; se creían espe–
cialmente «'ilustrados», y no cabe duda de que eran notablemente
humanitarios.
Manifestóse asimismo el humanitarismo en el simultáneo
desarrollo de movimientos en favor de la paz internacional. Se
suscitó una viva reacción contra las atrocidades de las guerras
políticas y religiosas de los siglos xvi y xvii, organizándose nume–
rosas protestas, por parte de profesores y otros intelectuales ((ilus–
trados», contra el pertinaz espíritu destructivo de las guerras
comerciales y dinásticas dc los siglos xvn y xvm. Hugo Crocio,
el jurista y liberal religioso holandés, escribió su gran tratado
De jure belli ad pacts libres Ires,
punto de partida del moderno
Derecho internacional en medio de las barbaridades de la Guerra
de los Treinta Años у con la esperanza de que se impidieran tales
barbaridades con una declaración explícita de los métodos civi
lizados. William Penn, el cuáquero inglés, escribió entre el ma
yor fragor de la guerra de la Liga dc Augsburgo («Guerra del
rey Guillermo») su famoso
Essay loiüards Ihe present and future
peace of Europe
—"Ensayo respecto a la paz presente у futura
de Europa»— preconizando la constitución de un tribunal arbi
trai internacional у la sustitución de los métodos militares por
los judiciales en el arreglo de las diferencias internacionales. El
Abbé
Saint Pierre, sacerdote francés y miembro de la Academia
de su pals, lanzó un «Proyecto dc paz perpetua», en
1713,
al
terminarse la luenga Guerra dc Sucesión española; el proyecto,
que preveía una suerte de Liga de Naciones permanente, halló
gran eco entre un considerable mimerò de humanitarios y fue
seguido más adelante cn cl siglo xvm por proyectos similares
de ta mano de Rousseau, Bentham y Kant.
En-el fondo de estos categóricos proyectos de paz del siglo xvm
aparecían dos concepciones y programas de acción especiales, que,
si bien de tendencia algo contradictoria entre sí, procedían dc un
comiJn impulso humanitario de la época. Hacia uno de ellos
hincapié cn que el hombre cs un animal social no sólo dentro
de un grupo relativamente pequeíio, sino también en relación
con toda su especie; en que todos los hombres son hermanos y
que el bienestar dc cada uno es, o debiera ser, responsabilidad
de todos. Desde los tiempos de los primeros cristianos y Marco
Aurelio, el Estoico, no se había predicado tanto el principio del
cosmopolitismo, ni menospreciado hasta tal punto el patriotis–
mo estrecho, ní aconsejado de tal modo al prójimo rebasar la
lealtad local y de grupo y convertirse en («ciudadano del mundo»,
consagrado a fomentar el progreso y la paz de la humanidad en
conjunto. «Ya no existen —decía Rousseau— franceses, españo–
les, alemanes, ni siquiera ingleses; no hay más que europeos.
Todos tienen los mismos gustos, las mismas pasiones, idénticas
costumbres». «El amor a
la
patria —añrmaba Lessing— es, a
lo sumo, un vicio heroico* del que estoy satisfecho de carecer
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patria es el mundo —pretendía Thomas Paine—; mis her–
manos, la humanidad»; y tampoco era el tal '«cosmopolitismo)'
simple cuestión dé actitudes y palabras. En
el
mismo momento
en que Francia e Inglaterra luchaban a muerte eti América,
en
la
India y en los mares, y cuando Francia combatía en Alemania
contra María Teresa o contra Federico el Grande, los intelectuales
franceses fraternizaban entre sí, se agasajaba en Londres a Vol–
taire y a Rousseau, y en París, a Gibbon, Adam Smith у Benja
min Franklin; у los alemanes ((ilustrados» se esforzaban por ser
verdaderamente franceses en la lengua y
el
pensamiento,
Al mismo tiempo se defendía enérgicamente, como medio in–
mediato para el fin último, una segunda concepción y programa
de acción. Consistía en el nacionalismo; pues muchos de los inte–
lectuales del siglo
XVIII
eran tan nacionalistas como humanitarios.
Se interesaban enormemente no sólo por la humanidad en con–
junto, sino por las manifestaciones especiales de la humanidad
((primitiva», que hallaban en las tribus salvajes de América,
en
los pueblos extraños de Oriente, y en los aborígenes, más o menos
fantásticos, de las nacionalidades civilizadas de Europa.
De
ello
vinieron a considerar las semejanzas
y
contrastes entre los »pue-
blos» o ((nacionalidades», y mientras más lo consideraban mil
se convencían de que las nacionalidades son las unidades funda–
mentales de la sociedad humana y el medio más natural para
llevar a cabo las reformas necesarias y fomeritar el progreso
y
la