En tas teorías de Rousseau acerca de la desigualdad no iiabla
mucha «ciencia», pero sí una atrayente novedad que las distin–
guía. Su famoso folleto de filosoEla política, cl
Contrato
social
(1761),
no se caracterizaba siquiera por la novedad. Su tesis en
¿1
era fundamentalmente la de Locke, de que todos los gobiernos
ejercen sus poderes, en último análisis, por virtud de un contrato
que los hombres en estado de naturaleza han hecho voluntaría-
mente unos con otros y pueden cambiar a voluntad. Mas el
Contraía
social
de Rousseau tuvo una boga enorme. El espí–
ritu de los hombres estaba mejor preparado para acoger la doctrina
de la soberanía popular de Rousseau en
1761,
que de Locke
en
1691.
La versión de aquél de la soberanía popular era, por
otra parte, más romántica, destacada e incisiva, y estaba dolada
más copiosamente de latiguillos fáciles de recordar. No tardó
Rousseau en ser aclamado, o atacado, como padre de la democracia
y del republicanismo modernos.
El grito constante de Rousseau; «Volvamos a j a Naturaleía»,
tenia, además, otra importante faceta. En una novela romántica,
Emite
(1702),
aconsejaba una revolución en la Enseñanza. Decfa
que se debía dejar a los niños seguir sus inclinaciones naturales,
en vez de forzarlos a estudios artificiales que detestaban y que los
corrompían. Debían aprender cosas útiles y prácticas, no latín
y griego. «Que aprendan lo que han de hacer cuando sean hom–
bres, no lo que han de oÍvidar
-ii
Es difícil fijar los limites de la influencia de Rousseau. Cierto
que fue condenado por más de un vehemente cristiano y atacado
por un racionalista y escéptico tal como el propio Voltaire, Mas
sus partidarios eran numerosos, tamo entre las clases altas como
entre la burguesía especialmente. La «Vuelta a la Naturaleza" se
convirtió rápidamente en una chiñadura de la época, y los hin–
chados cortesanos de Versalles pretendían adorar a la «Natura–
leza». La reina María Antonieta se hizo construir una pequeña
granja y representaba el papel de lechera; sus camaristas se dedi–
caron a pescar en los estanques al aire libre. Y no fueron sólo los
casquivanos los que cayeron bajo el hechiio de Rousseau. David
Hume le tenía afecto y le concedió su amistad. Thomas Paine lo
admiraba y le era acreedor de gran parte de la filosofía política
de
Sentido
común.
Herder casi le adoraba. Kant se apropió
muchas de sus ideas y, después de vestirlas con un atuendo idea–
lista, las difundió por Alemania. En Francia, millares de ciuda–
danos "ilustrados» iban a desencadenar a poco una revolución
política, social y religiosa —ta Cran Revolución francesa— cuyos
móviles principales еглп Ins tie Rousseau: libertad, igualdad, fra­
ternidad; soberanía popular; democracia; la república de la vir–
tud; el ostracismo de aristócratas y plutócratas, de privilegios y
clerecía. Desde el punto de vista del antiguo régimen, Francia
y la mayor parte de Europa se iban a volver dementes, como
Rousseau.
Era éste más romántico que racionalista; pero, a la manera de
todos los demás filósofos políticos de la ípoca, desde Hobbes a
Kant, su finalidad era organizar un sistema de gobierno que, inde–
pendiente de ia religión, ia tradición o la autoridad externa, se
basase en el conocimiento de ta sociedad y sirviera los intereses
de ¿sta. Dicho de otro modo, su finalidad era hacer de la política
una ciencia social.
Análoga finalidad se perseguía en relación con los estudios de
Derecho. Montesquieu no deseaba sólo asentar la filosofía política
sobre bases «científicas», sino que con
El Espíritu de las leyes
formaba la primera tentativa seria tie estudio objetivo y compa–
rado de los sistemas legales de diversos países. Sir William Black-
stone
(1723-1780)
consagró muchos años, como profesor en Oxford,
a investigar y dar lecciones sobre el sistema legal inglés. En sus
Comentarios
(1765).
obra maestra literaria, considerada de anti–
guo como ei manual clásico para el estudio del Derecho inglés,
sostenía que tas leyes de Inglaterra eran tan científicas como ta
de la gravitación o cualquier otra ley natural. Beccaria
(1738-
179
-1),
noble italiano y profesor de Derecho y Economía en Milán,
fue el apóstol de la moderna ciencia penal; en
1761
publicó un
famoso tratado,
De los delitos y de las penas,
del que se hicie–
ron en año y medio seis ediciones y fue traducido a veinte lenguas
europeas. Defendía, sobre bases «cieritlficas», ia prevención, más
que el castigo, de los delitos, y la rapidez de éste cuando fuera
indispensable. Beccaria condenaba, sobre todo, prácticas tan co–
rrientes y habituales como la confiscación, la pena capital y el
tormento.
De todos ios juristas "científicos» del siglo xviii, el mis inte–
resante fue Jeremías Bentham
(1748-1831).
Procedía Bentham
de una acomodada familia de abogados londinenses respetable–
mente Тогу en política. Estudió, como es debido, en Oxford y
se licenció oportunamente de abogado. Se salvó, sin embargo, de
una vida convencional por el hecho de disponer de un recio
espíritu en un cuerpo particularmente débil. Enclenque, casi
1...,184,185,186,187,188,189,190,191,192,193 195,196,197,198,199,200,201,202,203,204,...271