La grandísima popularidad de historias conio
i a s
de Raynal
у Voltaire era prueba patente de que el
t i p o
medio dc intelec­
tual del'siglo xviti se interesaba mucho más en la filosofia con­
temporánea que en los hechos pasados, У
e l l o o f r e c e ,
precisamente,
la clave de una de las facetas más importantes del progreso dc la
ciencia social en los siglos xvii y xvm, A pesar dc los progresos
en lo) métodos e ideales históricos,
e n
la reunión de materiales
y en la producción de narraciones históricas tan brillantes como
la dc Gibbon, la Era de la Ilustración fue extrañamente anti–
histórica. Los intelectuales estaban seguros, sobre todo en el si–
glo xvm, de que su ¿poca era enormemente más (dlustrada» que
ninguna otra y de que, por consiguiente, no hablan de sacar
mucho o ningún provecho del estudio de las anteriores (con ex–
cepción, tal vez, dc las edades paganas de Grecia y Roma); y
estaban demasiado convencidos de la infalibilidao
d e
su propia
razón para encontrar utilidad alguna en la
e x p e r i e n c i a
o tradi–
ción pasadas. Como ailustradosn que
e r a n ,
deseaban librarse de
la
( ( S u p e r s t i c i ó n » ,
y la historia del pasado
se
les antojaba un con–
junto de superstición
e
ignorancia, Una vez
l i b r e s
dc la "supers–
tición», se creyeron autorizados para sacar, no
d e
la historia, sino
de su propia consciencia interna —a la que ellos llamaban «ra–
zón»— el conocimiento verdadero de la naturaleza humana, la
verdadera «ciencia socialn. De ahí el que la mayor parte dc los
intelectuales del siglo xvni despreciasen
e l
pasado dc la Humani–
dad y no se interesaran
m á s
que en su presente y su futuro.
¿Cuál es la forma
m á s
racional de gobierno político para la
Humanidad? Tal era la pregunta que, a la
z a g a
de aquella otra
sobre cómo se podría racionalizar la religión, despertaba mayor in–
terés entre los filósoíos de la ((Ilustración» y suscitaba el mayor
número de respuestas. La cuestión habla sido suscitada, de una
manera impresionante y práctica, por las revoluciones políticas
británicas de los siglos xvn y xvm; y algunas de las soluciones
más notables —y más partidistas— las sugirieron ingleses. Mas
no procedían sólo dc éstos, pues con el triunío de las revoluciones
británicas, la filosofía
p o l í t i c a
inglesa inspiraba muchas de las
críticas y discusiones políticas en el Continente, sobre todo en
Francia.
Al principio
s e
hicieron tentativas
p a r a
demostrar que la ex–
tendida costumbre
d e
monarquías absolutas de derecho divino
se basaba en buenos
p r i n c i p i o s
filosóficos. Al comienzo del si–
glo
XVII,
el rey Jacolio I defendió tal posición, basándose princi–
palmente en la Biblia:
y
otro tanto hizo cl obispo francés Bos-
suct en la segunda mitad de dicho siglo
(i).
Hobbes, el materia–
lista inglés, preconizó en su famoso
Leviallian
(1651)
otro género
de argumento, más en consonancia con los postulados de la nueva
ciencia social. En extremo escéptico acerca de la Biblia y de todas
las religiones sobrenaturales, Hobbes justificaba la monarquía
absoluta basándose en que es el método mis racional dc ma–
nejar la naturaleza humana. El hombre, según él, es por natu–
raleza un animal antisociabie, guiado exclusivamente por el
egoísmo e ínstimivamente hostil a los demás hombres. Mas, con
objeto dc vencer la hostilidad de los otros y conseguir en paz sus
propios fines egoístas, cl hombre ha hecho naturalmente un ((con–
trato social» con su soberano, por medio del cual se organiza cl
Estado político absoluto como autoridad suprema en todas las
cuestiones, incluso el manejo de la religión y la conciencia indi–
vidual. Semejante contrato, una vez hecho, obliga para siempre;
el romperlo haría desaparecer la única barrera eficaz contra la
guerra civil, la barbarie y la anarquía, Hobbes expuso su filosofía
política como protesta frente a la Revolución puritana, la ejecu–
ción dc Carlos I y la consiguiente guerra civil en Inglaterra, Fra–
casó en sus propósitos inmediatos; resultó demasiado monárquica
para atraer al partido parlamentario o a Cromwell, y demasiado
antirreligiosa para conseguirlo entre angticanos y disidentes, Pero,
indirectamente, tuvo gran influencia. Llamó la atención sobre
la necesidad de un Estado fuerte, autoritario; puso de moda el
estudio ((racional» del gobierno y ayudó a reforzar la idea de
que la Iglesia había de someterse al Estado. Y, lo más importante
de todo: suscitó animados debates y despertó un particular
interés sobre el ncontrato social».
Halló éste gran predicamento entre determinados defensores
de la causa puritana y parlamentaria en Inglaterra, John Lilbume
(1616-1657),
radical puritano y jefe del grupo denominado los
к Igual i tari os», declaró que los hombres son libres e iguales por
naturaleza, que fundan el gobierno por medio del contrato so­
cial para poder conservar sus derechos de libertad e igualdad,
y que siempre que se menoscaben tales derechos, pueden aquéllos
revisar su contrato y crear un gobierno nuevo. John Milton
(1608-
1674)
defendió, en innumerables folletos de prosa majestuosa,
que la libertad es la verdadera insignia del hombre natural
y
el
{O Otro latito liicieron dos jauitas. el flamenco Leulm
(1611)
y
el ita­
liano Scrib^ni
(1614),
1...,181,182,183,184,185,186,187,188,189,190 192,193,194,195,196,197,198,199,200,201,...271