Porque los gobernantes no obran conforme al Derecho
cuando se lanzan a tales intentonas, ya que ejercen un
poder que jamás el pueblo puso en sus manos, no pu–
diendo suponerse que nadie lo gobierne en daño suyo.
Cuando el conjunto del pueblo, o un solo hombre ais–
ladamente, se ven despojados de su derecho, o someti–
dos al ejercicio de un poder ilegal, como no tiene nadie
en la tierra a quien apelar, están en libertad de apelar
a! cielo, si juzgan que tienen para ello causa suficien–
temente grave. Aunque el pueblo no puede ser juez,
pues no tiene, por la constitución de aquella sociedad,
ningún poder superior con el que sentenciar y hacer
efectiva la sentencia en este caso, le queda siempre
aquella última decisión reservada a todo el linaje hu–
mano cuando no tiene a quiéo recurrir en la tierra, y
eso por una ley que precede y está por encima de todas
las leyes positivas de los hombres, de apelar a! cielo
cuando tienen causa justa para ello. Y no pueden re–
nunciar a esa facultad que tienen, porque el hombre
no tiene derecho a someterse a otro dándole libertad
para acabar con él. Dios y la Naturaleza no permiten al
hombre que se abandone hasta el punto de descuidar
su propia conservación. Y así como no tiene derecho
a quitarse la vida, tampoco lo tiene a dar a otro el
poder de quitársela. Y que nadie vaya a pensar que
con esto se crea una fuente de perpetuos desórdenes;
esa apelación de que hablo no entra en acción hasta
que los daños son tan grandes que llega a sentirlos la
mayoría del pueblo, cansándose de ellos y experimen–
tando la necesidad de ponerles remedio. El poder eje–
cutivo, o los monarcas prudeates, no deben dar jamás
lugar a que eso ocurra. Deben precaverse ante todo de
una situación de esa clase, porque es la más peligrosa
de todas.
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