Carlas persas
У- princip.-ilmente, en su obra maestra
El esplrUn
lie ias leyes
(1748),
se manifiesta como uno dc los cienlirtcos de
ia política mis origínales y brillantes que jamás produjera el
Mundo. A diferencia de la mayor parte de los filósofos contem­
poráneos de la Era dc la ilustración (incluso Hobbes y Locke),
no creía que la ciencia politica hubiera de bastarse con la lógica
pura, ni basarse cn un hipotético iiestado natural» o un imagi­
nario
Kcontrato
sociabi. Trató más bien de demostrar, con cl
estudio critico de la historia humana, que no existe ningún sis­
tema perfecto de gobierno para todas las naciones, sino que las
instituciones y leyes políticas son en extremo complicadas y,
para tener éxito, se han de adaptar a las particularidades de los
varios climas y pueblos. Cierto que Montesquieu incluyó en su
obra maestra una halagadora descripción de la Constitución bri­
tánica, sus trabas y equilibrios, y su separación entre los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial, colaborando todos en la conse­
cución de una libertad adecuada al ambiente y genio británicos.
Y esta descripción, no excesivamente exacta, tendía a disimu­
lar la tesis principal de Montesquieu, al propio tiempo que ofre­
cía ia autoridad de su firma en apoyo de aquellas personas que
trataban, en Francia y en Norteamérica, de modelar sus respec­
tivos gobiernos según la pauta británica.
Aparte su panegírico de'la política británica, Montesquieu fue
menos famoso en su época que en la nuestra. Su método era de­
masiado histórico, y sus descubrimientos, no lo bastante sencillos,
Quedó para otro francés más joven el cautivar la imaginación
de la multitud de intelectuales, efectivos y presuntos, dei siglo xvm
con una filosofía política extraordinariamente ícncilla al par
que completamente revolucionaria. Este francés, o suiío-francés
•—nació en Ginebra—, fue ensalzado como cl filósofo político:
Juan-Jacobo Rousseau (171Я-1778).
Rousseau era un ser desajustado. Fue todo lo que no debía
haber sido. Fracasó como lacayo, como criado, como ayo, como
secretario, como copista de música, como encajero. Anduvo por
Ginebra, Turin, París, Vicna y Londres. Era notoria su inmorali–
dad y a sus hijos los puso én un asilo de expósitos. Fue picaro,
descontentadizo, y en sus últimos afíos, demente.
¡
Sin embargo, este hombre, que tan mal supo ordenar su vida,
ejerció una Influencia asombrosa sobre la de los demás. Por ruin
que su vida fuera, ¡a persona misma no carecía de impulsos bellos
y generosos. Sentía amor por la Naturaleza en una edad en que
muchos otros se limitan a estudiaría. Gustaba de contemplar el
claro cielo azul, o de admirar los prados verdes y las bellas for–
mas de los árboles, y no se avergonzaba de confesarlo. Los filó–
sofos, que alababan la inteligencia, se inclinaban a despreciar las
emociones; Rousseau hizo ver al siglo xvm que, en firi de cuentas,
acaso fuera tan sensato disfrutar de una puesta de sol como re–
solver un problema de álgebra. Tenia Rousseau alma dc poeta;
fue un precursor del romanticismo.
Se interesaba de un modo romántico en la Naturaleza, no
sólo en el paisaje, sino también en el hombre natural. Era éste,
para éi, no la peligrosa bestia egoísta imaginada por Hobbes y
otros muchos filósofos, sino un ser confiado y virtuoso: un verda–
dero tmoble salvaje». No tuvo Rousseau jamás personal contacto
con los indios de Norteamérica ní los isleños de los mares del
Sur, pero estaba seguro de que precisamente tales iinoblcí salva–
jes» eran ejemplares vivos de una especie de "hombres naturales»
que fueron los progenitores de todas las naciones civilizadas. En
su primer ensayo importante, el
Discurso sobre las ciencias y
las arlas
(1749).
coniparaba la naturalidad y bondad inherente
de los hombres primitivos con el artificio y maldad adquirida de
los civilizados, y retrataba las delicias que acompañarían ni derro–
camiento de la ifcivilización» y el retorno a la "Naturaleza».
Todos los hombres serían libres e iguales; nadie pretenderla
poseer la tierra que Dios habla dado a todos; no existirían gue–
rras para matar, ni impuestos para oprimir, ni leyes para restrin–
gir la libertad, ni filósofos para engañar al pueblo.
Todo ello resultaba bastante atrayentc para una generación
que sufría una revolución intelectual y que se encontraba entu–
mecida por instituciones políticas y costumbres sociales gastadas.
Rousseau se hizo inmediatamente famoso, y a su primer éxito
siguió inmediatamente otro. En el ensayo sobre cl Origen
de la
desigualdad
enlre los hombrci
(1753)
trató de demostrar cómo
hallaron albergue en cl corazón de los iisencillos salvajes» la va–
nidad, b avaricia y el egoísmo; cómo hablan cercado los más
fuertes trozos de tierra para st propios y obligado a los débiles
a admitir el derecho de propiedad privada. Esto, sostenía él, era
cl verdadero origen dc la desigualdad entre los hombres, dc la
tiranía de los fuertes sobre los débiles;
y
el tal derecho de pro–
piedad privada,
ncn
beneficio de unos cu.intos hombres ambicio–
sos», había sometido a toda la raía humana "al trabajo, la servi–
dumbre
y
la miseria».'
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