ploradores europeos acerca dc las lenguas, religiones y costumbres
de los más diversos pueblos sobre la £аг de ta Tierra: hindúes,
malayos, chinos, paraguayos, mejicanos, iroqucses, esquimales. Los
viajes del capitán Cook por el Pacihco y hasta Australia sirvieron
para facilitar al voraz público lector dc Europa informes espe–
cialmente interesantes sobre las partes más remotas y menos cono–
cidas del mundo.
Dc este gran aumento de conocimientos geográficos —en gran
parte bastante superficial e inexacto— sobrevino un gran impulso
al estudio comparativo de los pueblos. Se denotó bien en la obra
de Montesquieu y, sobre todo, en los elocuentes y reiteradle irnos
alegatos de Herder, pretendiendo que habla llegado el momento
de
que científicos de primera dase emprendiesen ta descripción
de
la ((fisonomía de las lenguasii y la ((fisonomía de las razas». Lo
que Herder quería decir con las tales (¡fisonomías» cs lo que hoy
llamamos «Filologia» y «Antropología».
Los principales progresos científicos de la filología y la antro–
pología habían de ser producto de la labor del siglo xrx, mas
el origen de estas nuevas ciencias sociales aparece ya,en el xvm.
en el mayor auge de la ((Ilustración». En el campo de la filología
aparecieron una profusión de diccionarios y gramáticas, y gran
copia dc estudios comparativos. La Academia francesa, fundada
por Richelieu en
1635,
publicó la primera edición de su famoso
diccionario francés de
1694.
La Real Academia española comenzó
cn Madrid un diccionario de su lengua en
I7s6,
y publicó una
Gramática castellana en
1771.
Samuel Johnson terminó su monu–
mental diccionario inglés en
1755.
J . C. Adelung publicó un
Gran Diccionario alemán entre
1774
y
1786.
Sir William Jones
(1746-1794),
uno de los primeros e.studiantes científicos de filolo–
gía comparada, realizó importantes trabajos, desde
1770,
en árabe,
hebreo y persa, y al ser nombrado juez en el Tribunal Supremo
de Calcuta, bajo la Comparila de Indias, cn
1783,
se dedicó du–
rante sus últimos años a los estudios sánscritos. Fue Jones el
primero i^ue llamó la atencit^n sobre ciertas semejanzas del sáns–
crito, en sintaxis y raices, con el latín, el griego y el alemán,
señalando así un punto de partida para las provechosas investi–
gaciones posteriores de las lenguas y pueblos «arios» o indo–
europeos
(1).
(1) De modo análogo tnosirii Gyamiathl, en 1 7 9 9 , que el magiar estaba
emparentado con el finlandés, fomentando así los estudios de lai lenfcuaa
j
pueblo) iituranlogii.
Uno de tos primeros antropólogos «(científicos» fue J . F. Blu-
mcnbach
(175Í-1840),
médico alemán que escribió copiosamente
sobre fisiología y, al propio tiempo, consagró gran atención a la
clasificación de las razas humanas. La clasificación que Btumen-
bach adoptó
(1787)
se basaba en las diferencias de color de la
piel y los rasgos craneales. Admitía cinco «razas» fundamentales;
caucásica o blanca, mongólica o amarilla, malaya o parda, negra,
y americana o roja. Se la aceptó por todas partes y, durante mucho
tiempo, siguió siendo la tesis central de los estudios antropo–
lógicos.
Faceta notable del pensamiento del siglo xviit fue el humani–
tarismo, un interés absorbente por la humanidad en general
y
una firme convicción de que su suerte se podía
y
se debía mejorar.
Los motivos humanitarios movían, tanto como los científicos, a
muchos.aficionados a la sociología, y el progreso de ésta en dicho
siglo estuvo en estrecha relación con el auge del humanitarismo.
Tomó éste formas diversas. Se manifestaba en las extensas
demandas dc «reformas»: reforma de la sociedad, como Rous–
seau la predicaba; reforma de la economía, como Adam Smith la
preconizaba; reforma de las leyes, como pedían Beccarla y Bent–
ham; reforma dc la moral, como Kant patrocinaba; reforma
de la religión, como lo pretendían Voltaire y los deístas, o Wesley
y los pietistas. Se pretendía que todas estas reformas traerían
emparejadas la libertad, la salud, la riqueza y la perfección hu–
manas. Es más, se suponía que el estudio del hombre,
de
sus
características individuales y sociales, no podría dejar de probar
cuan perfectible es, y cómo, si se te libertaba de las trabas del
pasado y confiaba únicamente en su propia razón, crearía un
paraíso social, político, económico, ético y religioso sobre ta Tierra,
y lo crearía sobre la marcha. El humanitarismo implicaba opti–
mismo. Y los optimistas científicos sociales humanitarios del si–
glo
XVIII,
que comenzaron con los versos de Alexander Pope
Know then thyself; presume not God to sean;
The proper study of mankind is man
(i),
llegaron a inspirar en
1776
la ((Declaración
de
Independencían
norteamericana, la
Wealth of Nations,
de
Adam Smith,
y el
Frag-
ment on Government
de Bentham. Las sombrías suspicacias
de
(I
) Conócete,
pues,
a
ti mismo; nc le
alrevaí
a escuadrlflar a
Dios;
el
ei-
tudjo natural de la humanidad es cl homhre.
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