un Hobbes en el siglo xvii, acerca
de
la naturaleza humana, se
disiparon ante la
fe
credente en ella que hablan de expresar los
"ilustrados» revolucionarios de Francia en su nDedaración de
derechos del hombre y el ciudadano»
(1789).
Se mostró el humanitarismo algo más especi(icamente en el
creciente impulso de ios movimientos en favor de un trato más
humano de los delincuentes, de la abolición
de
la esclavitud de
los negros, de la instrucción popular y de la paz internacional.
Como ya hemos visto, Beccaria y Bentham solicitaron un trato
más humano de los delincuentes, que fue defendido por multi–
tud de intelectuales del siglo xviii, incluso los «déspotas ilustra–
dos» de la ¿poca. Dio frutos no sólo en el desarrollo
de
la tole–
rancia religiosa, sino también, más lentamente, en la disminución
de las penas capitales, la desaparición del tormento
y
la mejora
del estado de las prisiones.
Basándose en motivos religiosos y humanitarios, se atacó ahora
la e.sclavitud de los negros que en los siglos
XV[ y
xvii habla pa-
rccitlo una necesidad económica para los europeos en el Nuevo
Mundo. Los cuáqueros de Pensilvania protcstartm en
1696
con–
tra la trata de esclavos; sus correligionarios de la metrópoli
declararon en
1717
que no era una práctica recomendable o
permitida, y en
1761
prohibieron a sus miembros tomar parte
en ella. £n Norteamérica se fundó en
1774,
en Filadeiña, una
sociedad para la abolición de la esclavitud por un médico «ilus-
tradoii, el Dr. Benjamín Rush; y muchos de los «ilustrados»,
padres de la revolución norteamericana, tales como Washington
y Jefferson, aunque poseyeran esclavos, manifestaron su antipatía
por la institución de la esclavitud y sus esperanzas en que no
tardara en desaparecer
(1).
En Inglaterra llamó mucho la atención
un
Essay on the Slavery and Commerce
0/
the Human
Species
—Ensayo acerca de la esclavitud у comercio de la especie hu­
mana— por un tal Thomas Clarkson, publicado cn
1786,
у con­
dujo, el año siguiente, a la constitución de una activa junta
antiesdavísta bajo la diligente pre'-idenda de William Wilber-
force
(1759-1833),
anglicano «e--ángelico», miembro del Parla–
mento y amigo íntir > df William Pitt. En Francia se fundó,
con el mismo hn, en
i7bb,
ui.
Sociedad de amigos de los ne–
gros», entre cuyos miembros se
Cv
-nlaban Condorcct, Lafayette
(•) En el movimiento humanitario antiesdavista ic distlnguié Henjimln
Franklin, que fue elegido, en 1787. Presidente de la Sociedad de Filadelfia.
y otros intelectuales de las dases alta y media. El primer pafs que
prohibió concretamente la trata de esclavos fue Dinamarca (i7g>).
Los motivos humanitarios respaldaban igualmente los movi–
mientos siglo xvm en favor de la instrucción popular. Personas
tan iiilustradas» como Milton y Locke habían ya preconizado cn
Inglaterra lo que se podría llamar sistema nacional de instrucción
popular, y, a principios del siglo xviii, diversos grupos religiosos
emprendieron la organización de «escuelas de caridad» para adoc–
trinar a los niños pobres en una «piedad sensata» y conodmien-
tos elementales. Tales, por ejemplo, las «Escuelas dominicales»
que fundaron los metodistas y los anglicanos evangélicos, y tales,
también, las diurnas establecidas en Inglaterra por la Sociedad
para el fomento de los conocimientos cristianos; y cn Francia,
por Juan Bautista de la Salle y la Congregación católica de Jos
Hermanos de las Escuelas Cristianas, No tardó en unirse, a
los esfuerzos de los cristianos caritativos, la inspiradón de deístas
humanitarios. Como ya vimos, Rousseau puso en boga, con su
Emite,
las aspiraciones a la educación natural y popular, Herder
dio gran impulso a lá reforma utilitaria de las escuelas alemanas
Pcstaloizi
(1746-1817),
pedagogo profesional suizo, demostraba
prácticamente cómo se podía enseñar, de modo provechoso e
interesante, a las personas de las dases bajas.
Hasta los tjltimos tiempos del siglo xvm, las masas de todos
los países de Europa permanecieron, en su mayor parte, en ta
ignorancia. Y eso que, gracias a tas influencias que hemos leña-
tado, había ya entre los intelectuales una convicción muy ex–
tendida de que la Enseñanza no habla de ser privilegio de unos
pocos, sino un derecho de los más, y que no debía ser académica
o primordialmente religiosa, sino útil e «ilustrada». En el si–
glo xvín se plantaron ya los esquejes del gran sistema de Ense–
ñanza nacional cuyos ingentes frutos en el xix constituyeron una
de tas más notorias consecuencias de la revolución intelectual.
El «ilustrado» Federico el Grande de Prusía decretó en
1765
que
todos los niños de su reino debían asistir a la escuela. Los revolu–
cionarios norteamericanos se agitaban en defensa de la nueva
enseñanza. Apenas transcurridos tres años desde la (iDíclaradón
de Independendan, ya presentaba Thomas Jefferson, en
1779,
a
la Legislatura de Virginia un plan de Enseñanza universal en
dicho Estado. La Constitución republicana de Massachusetts, tal
como se la ratificó en
178D,
prescribía que, «siendo necesarios ta
sabiduría y tos conocimientos tanto como ta virtud, difundidos
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