fin verdadero de U sociedad y el Estado; que como mejor se la
asegura es por medio de una autonomía racional, y que el Estado
racional ha de asegurar a sus ciudadanos libertad de cultos (i),
libertad de palabra, libertad para casarse y divorciarse, y libertad
comercial, Milton propugnó en
1641
el ideal de "la Iglesia libre
en el Estado libre», y en su célebre
Areopngitica
defendió la
abolición de ta censura de imprenta.
Mayor inlluencia inmediata tuvo John Locke
(163Я-1704),
que
facilitó los lemas razonados y ta justificación de ta Revolución
'tGloriosa» de
1C89.
Su principal obra política —los
Tuio
Trea
tises on Government
— se proponía nasentar sobre firmes bases
el trono de nuestro Gran Restaurador, el actual rey Guiller
mo I I I ; refrendar sus títulos con cl consentimiento del pueblo".
Sostenía Locke que todos los hombres tienen derecho natural a
la vida, a la libertad y a U propiedad; que cl pueblo funda el
gobierno para la protección de tal derecho, y que si un gobierno
deja de realizar su tarea, e! pueblo puede ejercer lógicamente el
dereclio, igualmente natural, a ia revolución, el derecho a derri
bar at gobierno. Dicho de otro modo, el verdadero soberano es el
pueblo, la verdadera potencia tras el trono. Nunca se habla ex
puesto con semejante fuerza lógica la doctrina de la soberanía
popular ( i ) ; doctrina central de la que Locke deducía luego
dos importantes principios: primero, dado que el "pueblo» es
simplemente un conjunto de individuos con idénticos derechos,
las decisiones políticas corresponden a la mayoría de losmishtos.
Segundo, como el fin del gobierno es la protección de la libertad
individual, no debe entrometerse en las convicciones religiosas
(le sus ciudadanos. En esto, sin embargo, no fue Locke tan abso
luto como se pudiera imaginar. Se opuso a la tolerancia con los
ateos, ya que, sin una fe en Dios, no se podía confiar en que
cumplieran sus obligaciones sociales, y también se opuso a la
tolerancia respecto a los católicos basándose en su fidelidad a un
soberano extranjero.
La filosofía política de Locke se hizo extraordinariamente
popular. En Inglaterra se la aceptó como justificación de los
últimos progresos políticos: la monarquía limitada (en oposición
(1)
F.KCcpIo
para
1оч
caróücn^. Como puritano vehemente qiie era, Millón
no podin defender u n í loiersncia vcügiosa compicia,
(1) Y.i hablan expuesio doctrinas 'cmcjanici el cardenal neUrmino < I M ' -
ifisi) y dc" ie'íiita» espinóle", Míiiar.i (г51(>-|Гч4) y Siiíreí (is^B-ifii;);
я
\1
tomo Grocio (15Я3-1615) y Pnfcndorf
(1631-169^).
a la absoluta), el predominio del Parlamento (representante tlcl
"puebloii en teoría, ya que no en U pr.ictica) y la aparición del
régimen de "Gabincteit. En Norteamérica constituyó un arsenal
de argumentos para los "patriotas» en su rebelión contra rey y
Parlamento; sus principios dieron mucho cuerpo a la declara–
ción de Independencia de
1776
y
3
la Constitución de los Estados
Unidos de
1787,
Entre tanto, influía en gran cantidad de esaitores
del continente europeo.
Spinoza, el preclaro filósofo judio de los Palsei Bajos, conoció
personalmente a Locke. y aunque aceptó ia concepción algo som–
bría de Hobbes, sobre el carácter
y
tendencias naturales del
hombre, se vio inducido a aceptar la versión de Locke sobre cl
contrato social. Spinoza sostenía, con Locke, que la función pri–
mordial del Estado consistía en asegurar e! bien de sus miembros,
lo cual sólo se consigue mediante un reconocimiento completo de
las libertades individuales.
Los escritores franceses del siglo
xviii
experimentaron particu–
larmente no sólo la inílucncia de la filosofía política de Locke,
sino también la de los extraños contrastes que' descubrían entre
el gobierno de su país y el del gran filósofo, Inglaterra tenía una
"Constituciónii de la que Francia carecía. La soberanía del rey
de Inglaterra era limitada, en tanto que la del de Francia era abso–
luta y arbitraria. El Parlamento inglés era poderoso y la libertad
personal se encontraba garantizada
y
respetada allí, en tanto
que en Francia no existía una participación efectiva dei ptichln
en et gobierno, ni, menos, salvaguardias de las libertades iiulivi-
duíiles. La larga serie de guerras que dividieron a Inglaterra y
Francia desde
1689
a
i7fi3
parecían demostrar que cl Gobierno
de la primera era más "racíonabí que cl de la segunda, que es-
tab
.T
más en armonía con los sanos principios de la ciencia polí–
tica; la autocràtica Francia fue vencida continuamente, y la
"libcralii Inglaterra, conlinuamcnte vencedora.
Ya vimos cómo Voltaire, de joven, pasó varios aiios en Ingla–
terra, y cómo escribió acerca de sus costumbres e institucioncs-
N0
era Vnlt.iire el
i
'mico en su admir.nción por aquélla; la mayor
parte de ios intelectuales franceses de la época tenían gran pro–
pensión a entusiasmarse con la Constitución, ias libertades y la
filosofía política práctica de sus vecinos islcnos-
El más preclaro de todos ellos lue, indudablemente, Montes–
quieu
(if'8c)-i7r
,r,), noble y abogado, aficionado a las ciencias
naturales y admirador de Isaac Newton y John Locke. En sus