en el cuerpo natural; el
dinero y
las
riquezas
de cada miembro par­
ticular son
\л fuerza;
la
ialui popuU,
o
seguridad del pueblo,
es
fi–
nalidad;
los
consejeros,
por quienes le son sugeridas a este cuerpo ar–
tificial todas las cosas que le es necesano conocer, sen la
memoria;
la
equidad y
las
leyes
son una
razón y
una
voluntad
artificiales; la
concordia
es la
salud;
la
sedición,
la
enfermedad; y
la
guerra civil,
la
muerte.
Por último, los
pactos y alianzas
en virtud de los cuales las
partes de este cuerpo político fueron en un principio hechas, ¡unta–
das y unidas, se asemejan a at^uel
fiat, o hagamos al hombre,
pro–
nunciado por Dios en !a Creación.
Para describir la naturaleza de este hombre aruficial, consideraré:
Primero, la
materia
de éste, y el
artífice:
ambos son el hombre.
En segundo lugar,
cómo y
mediante qué
acuerdos
es hecho; cuá–
les son [os
derechos y
el justo
poder
o
autoridad
de un
soberano, y
qué es lo que
conserva
o
disuelve
este poder.
En tercer lugar, qué es un
Estado Cristiano.
-i
Por últuno, qué es el
reino de las tinieblas.
En cuanto a lo primero, hay un dicho del que últimamente se abu–
sa muy 3 menudo; que la
sabiduría
se adquiere, no leyendo
libros.
sino
hombres.
Como consecuencia de esto, aquellas personas que ge–
neralmente no dan otra prueba de ser sabias, se complacen enorme–
mente en mostrar lo que han leído en los hombres, mediante impla–
cables censuras del prójimo pronunciadas a sus espaldas. Pero nay
otro dicho que todavía no se ha entedido,
y
por e! que verdadera–
mente podrían conocer al prójimo, si se tomaran el esfuerzo necesa–
rio. Ese dicho es
nasce te ípsum, léete a ti mismo.
Con él no quiere
decirse —como ahora es uso— que ha de fomentarse la barbara con–
ducta de los poderosos con sus inferiores, ni que hay que animar a
los hombres mediocres a que se comporten irrespetuosamente con
los que son mejores que ellos. Lo que ese dicho nos enseña es que,
)or a semejanza entre los pensamientos y pasiones de un hombre, y
os pensamientos y pasiones de otro, quien mire dentro de sí mismo
y considere lo que nace cuando
piensa, opina, razona, espera, teme,
etcétera, y por qué, leerá y conocerá cuáles son los pensamientos y
lasiones de todos los otros hombres en circunstancias parecidas. Ha–
llo de una semejanza entre las
pasiones,
que son las mismas en todos
los hombres:
deseo, miedo, esperanza,
etcétera; no digo que haya una
semejanza entre los
objetos
de esas pasiones, los cuales son las cosas
deseadas, temidas, esperadas,
etcétera; pues éstas varían tanto según
la constitución de cada individuo y su panicutar educación, y son can
fáciles de ocultarse a nuestro conocimiento, que las características del
corazón de un hombre, emborronadas y disfrazadas por el disimulo,
el engaño, la falsedad y las doctrinas erróneas, sólo son legibles para
aquél que penetra en los corazones. Y aunque algunas veces, guián-
donos por las acciones de tos hombres, descubrimos sus intenciones,
hacerlo sin establecer una comparación con nosotros mismos y sin
distinguir todas las circunstancias que pueden alterar una situación,
es ponemos a descifrar si poseer una clave; y en la mayor pane de
los casos nos equivocaremos, ya por exceso de confianza, ya por re–
celar demasiado, según que el hombre que lea sea bueno o malo.
Pero aun suponiendo que un hombre pueda, nunca perfectamen–
te, leer en otro guiándose por sus acciones, ello le servirá tan sólo en
eJ trato con quienes le son conocidos, y éstos siempre son pocos.
Quien gobierna toda una nación debe leer dentro de sí mismo, no a
éste o a aquel hombre en particular, sino a la humanidad entera, cosa
que, aunque es más difícil que el aprendizaje de cualquier lengua o
ciencia, cuando yo baya expuesto ordenada y claramente el resultado
de mi propia lectura, el único esfuerzo que le quedará hacer a cada
uno será e de considerar si lo que yo he encontrado no lo encuentra
umbién él dentro de sí. Pues ese tipo de doctrina no admite otra
demostración.
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