una, cuando buscamos las causas de un efecto imagmado, y tos me–
dios que lo producen. Esta es común al hombre y a la bestia. La otra
es cuando, al imaginar una cosa cualquiera, buscamos todos los efec-
tos posibles que pueden ser producidos por ella, esto es, imaginamos
lo que podremos hacer con ella cuando a tengamos. Nunca he visto
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ue esto lo posea nadie, excepto el hombre. Pues es una particular!-
ad que raramente podrá incidir en ta naturaleza de una criatura vi–
viente que no tenga más pasiones que las sensuales, tales como ham–
bre, sed, apetito sexual
y
cólera. En suma, este discurso de la mente,
gobernado por el designio, no es otra cosa que la
sagacidad,
llamada
por los latinos
sagacitas y soiertia:
una búsqueda de las causas de al–
gún efecto presente o pasado, o de tos efectos de alguna causa pre–
sente o pasada. A veces, un hombre busca lo que ha perdido; y par–
tiendo cfet lugar y dei tiempo en que lo echó de menos, su mente co–
rre hacia atrás, de lugar a ugar y de tiempo en tiempo, para descu–
brir dónde y cuándo la tuvo por última vez, es decir, para encontrar
un punto seguro en el tiempo y en el espacio a partir dei cual pueda
iniciar su método de búsqueda. Y desde allí, sus pensamientos vuel–
ven a recorrer los mismos tugares y los mismos tiempos a fin de dar
con la acción o circunstancia que le hizo perder lo que busca. Esto
rcuerdo.
es lo que llamamos
recordar;
los Latinos lo llamaban
reminiscentia,
como si fuera un
recuento
de nuestras acciones previas.
A veces un hombre sabe de un lugar determinado en cuyo ámbi–
to debe emprender la búsqueda;
y
entonces sus pensamientos reco–
rren todas tas partes de ese lugar, igual que cuando barremos una ha–
bitación para encontrar una joya, o cuando un perro
spaniel
olfatea
el campo hasta dar con un rastro, o cuando un hombre recorre ei al–
fabeto para componer una rima.
•udmcia.
A veces un hombre desea conocer el resultado de
una acción, y entonces piensa en una acción parecida
y
en los resul–
tados sucesivos a que ésta dio tugar, en la suposición de que resulta–
dos semejantes se seguirán de acciones semejantes. Quien prevé cómo
terminará un criminal es que recuerda lo que les ha sucedido a otros
criminales con anterioridad, según este orden de pensamientos: el cri–
men, la policía, ta prisión, el juez y el patíbulo. A esta clase de pen–
samientos la llamamos
previsión, y prudencia
o
providencia;
y, algu–
nas veces,
sabiduría,
aunque esta última conjetura, por lo difícil que
es tener en cuenta todas as circunsuncias, sea muy engañosa. Pero
hay algo que es seguro: que cuanta más experiencia de cosas pasadas
haya tenido un hombre, más aventa|ará a otro en prudencia, y se equi–
vocará menos veces en sus premoniciones. El
presente
existe sólo en
¡a naturaleza; las cosas
pasadas
tienen su ser sólo en ta memoria; pero
las cosas que están
por venir
no tienen existencia alguna, ya que el
futuro no es otra cosa que una ficción que la mente fabrica atribu–
yendo a las acciones presentes las consecuencias que se siguieron de
acciones pasadas. Esto puede hacerlo con mayor certeza quien haya
tenido más experiencia, pero jamás con certeza suficiente. Y aunque
(ligamos que una persona es
prudente
cuando el resultado coincide
con lo que fueron sus expectaciones, la verdad es que su prudencia
no es otra cosa que presunción
La auténtica previsión de las cosas
que están por venir, ta verdadera providencia, pertenece sólo a quien
por propia voluntad tiene el poder de hacer que esas cosas vengan de
becho. Sólo de El, y sobrenaturalmente, procede ta profecía. Y en el
orden de lo natural, el mejor profeta es el que conjetura mejor; y
quien conjetura mejor es quien está más versado en ta materia sobre
la que versan sus conjeturas, pues es también el que posee más sig–
nos que puedan guiarlo.
Un
signo
es el evidente antecedente del consecuen-
Sipwí.
te; y, a la inversa, el consecuente del antecedente, cuando se ban ob–
servado consecuencias similares con anterioridad. Cuanto más a me–
nudo hayan sido observadas, menos incierto será el signo. Y, por
t a n –
to, tiuien tenga mayor experiencia en un asunto, tendrá más signos
por los que guiarse en conjeturas posteriores, y será más prudente;
mucho más prudente que quien es un novato en esta clase de asun–
tos. Un hombre con experiencia no puede ser igualado por quien ten–
ga mayor ingenio natural, impropio de sus anos. Ello es así aunque
muchos hombres jóvenes piensen lo contrario.
Sin embargo, no es la prudencia lo que distmgue al hombre de ía
bestia. Hay bestias que, a a edad de un año, tienen más poder de ob–
servación, y persiguen lo que tes conviene con más prudencia que la
que un niño puede tener a los diez años.
Así como la prudencia es una
presunción àe\ futuro,
adquirida por
la
experiencia
del
pasado,
así también hay una presunción de cosas
pasadas, adquirida mediante la experiencia, no de co-
Conjetura del
sas futuras, sino de otras cosas también pasadas. Quien
tiempo pasado.
ha visto por qué caminos y etapas ha llegado una nación floreciente
a la guerra civil, y de ahí a ia ruina, cuando vea la ruma de cualquier
otra nación, deducirá que ésta ha padecido una guerra civil simi ar y
ha seguido un curso semejante. Pero este tipo de conjetura contiene
casi el mismo grado de incertidumbre que el que va implícito en la
conjetura sobre el futuro: ambas están fundamentadas, exclusivamen–
te, en la experiencia.
Que yo recuerde, no hay ningún otro acto de la mente humana
que penenezca itaturalmente a ella y que no necesite, para ejercitar-
' Aunque es daro en el contexio el significado que debe darse j esta palabra, qui–
zá sea oponuno advenir que Hobbes la utiliza en su acepción más propia: cálculo pro–
bable, acto de pre-suponer.
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