En un buen poema, ya sea
épico o dramático,
así como en
sone–
tos, epigramas
y otras composiciones, se requieren las dos cosas, jui–
cio y fantasía; pero la fantasía debe predominar, porque este tipo de
composiciones agradan por su extravagancia, si bien no deben desa–
gradar por su indiscreción.
En un buen relato histórico debe predominar el juicio, porque la
buena historia consiste en el método, en la verdad y en la selección
de aquellos episodios cuyo conocimiento sea más provechoso. La fan–
tasía no tiene aquí sirio, excepto para adornar el estilo.
En la oratoria elogiosa, y en las invectivas, predomina la fantasía,
porque estos ejercicios no se proponen decir la verdad, sino honrar
y deshonrar, lo cual se consigue estableciendo comparaciones nobles
o viles. Lo único que hace aquí el juicio es sugerir qué circunstancias
hacen de una acción algo laudable o vituperable.
En las exhortaciones y alegatos, según sea que la verdad o el di–
simulo sirvan mejor en cada caso, así predominarán prespectivamen-
te, el juicio o la fantasía.
En la demostración, en el consejo y en toda rigurosa búsqueda de
la verdad, el juicio lo hace todo. Excepcionalmente, el entendimiento
necesita a veces, para abrirse, la ayuda de algún símil adecuado, y en–
tonces se hace uso de la fantasía. Pero debe omitirse por completo,
en casos así, el uso de las metáforas. Pues como éstas profesan abier–
tamente su función engañadora, sería una locura manifiesta admitir–
las en el consejo o razonamiento.
Y en cualquier otro tipo de discurso, si su la falta de discreción
es notable, deberá ser tomado como señal de falta de ingenio, por
muy brillante que sea la fantasía; y ocurrirá lo contrario cuando la
discreción en é contenida sea manifiesta, aunque la fantasía no apa–
rezca con tanta frecuencia.
Los íntimos pensamientos de un hambre discurren sobre todo
tipo de cosas —santas, profanas, puras, obscenas, graves y hgeras—,
sin que sean expuestas a ndiculo o censura, lo cual no puede hacerse
con el discurso verbal más allá de lo que sea aprobado por el juicio
según el tiempo, el lugar y las circunstancias personales. Un anato–
mista o un médico pueden expresar verbalmente o por escrito sus jui–
cios acerca de asuntos impuros, porque no lo hacen para agradar, sino
para recibir sus emolumentos; pero que otro hombre escriba sus ex–
travagantes y placenteras fantasías sobre los mismos asuntos, es lo
mismo que si alguien, después de haber estado revolcándose en el
lodo, viniera a presentarse ante un grupo de personas distinguidas.
Y es la falu de discreción lo que aquí establece la diferencia. De igual
modo, puede un hombre, en un declarado estado de ánimo jocoso,
y entre gente conocida, jugar con los sonidos y con los significados
equívocos de las palabras; y puede ocurrir que muchas veces dé mues–
tras de poseer una extraordinaria fanusía. Pero en un sermón, o en
público, o ante personas desconocidas a quienes debería uno dirigir–
se con respeto, no hay juegos de palabras que no puedan interpre–
tarse como insensateces; la diferencia también está aquí, solamente,
en la falta de discreción. De manera que cuando no hay ingenio, ello
no es porque falta la fantasía, sino la discreción. Por lo canto, un jui–
cio sin fantasía es ingenio; pero una fantasía sin juicio, no.
Un hombre que tiene un plan observa cómo sus pensamientos,
discurriendo acerca de una mu titud de cosas, van llevándolo a la con–
secución de ese plan. Si sus observaciones no resultan fáciles o co–
munes, el ingenio que debe desplegar este hombre se llama PRU–
DENCIA, y depende de su mucha experiencia y me-
Prudencia.
moria de situaciones similares, y de las consecuencias que han tenido
lugar. En esto no hay tantas diferencias entre los hombres como la
que se da en lo referente a sus fantasías y a su juicio. Ello es así por–
que la experiencia de los hombres que tienen la misma edad oo es
muy diferente en lo que se refiere a cantidad; pero es experiencia de
cosas diferentes, ya que cada hombre tiene sus fmes particula–
res. Gobernar bien una familia o un reino no requiere diferentes gra–
dos de prudencia; lo único que ocurre es que son tareas diferentes.
Tampoco implica grados diferentes de arte el pintar un cuadro que
represente algo menor, igual o mayor de lo que es al natural. Un
simple cabeza de familia es más prudente administrando los asun–
tos de su casa que un consejero privado manejando los de otro
hombre.
Si añadimos a ia prudencia ei uso de medios Injustos o deshones–
tos —como generalmente ocurre entre hombres que son llevados por
el miedo o la necesidad— tenemos esa sabiduria pervertida a la que
damos el nombre de ASTUCIA, la cual es señal de pu-
Astucia.
silanimidad. Porque la magnanimidad es un despreciar las ayudas in–
justas o deshonestas. Y lo que los Latinos llamaban
versutia,
en in–
glés
shifting (artimaña),
consiste en evitar temporalmente un peligro
o incomodidad presentes, enredándose en otros mayores, como cuan–
do un hombre roba a uno para pagar a otro; esto no es otra cosa que
una maniobra de cortas miras,
y
se llama
versutia
con palabra deri–
vada del término
versura,
que significa tomar dinero prestado de un
usurero, para efectuar ei pago de intereses presentes.
En cuanto ai
mgenio adquirido,
quiero decir ad-
Ingenio
quirido mediante el método y la instrucción, el único
adquirido.
que hay es la razón, la cual está basada en el correcto uso del len–
guaje, y produce las ciencias. Pero de la razón y ia ciencia ya he ha–
blado en los capítidos quinto y sexto.
Las causas de esta diferencia de ingenios están en las pasiones; y
la diferencia en las pasiones proviene en parte de la constitución del
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