hacer JMO,
por
el
miedo.
YporU
desconfitmza en el
prnpio ingenio.
O
busque ayuda de ta sociedad. No hay otro modo de
que un hombre pueda asegurar su vida y
su
Ubenad.
Quienes desconfían de su propia sutileza están, en
dempos de tumulto y sedición, mejor preparados para
ta victoria, que quienes se consideran a sí mismos sa–
bios o habilidosos. Pues a estos últimos les gusta de–
liberar y consultar, y los otros, temiendo ser cogidos en una trampa,
son los que dan et primer golpe. Y en una sedición, cuando todos os
hombres se aprestan para la oatatla, es mejor estrategia mantenerse
unidos y usar todas las venujas que trae consigo el uso de la fuerza,
que apoyarse en cualquier cosa que provenga de la sutileza y el
ingenio.
Los hombres vanidosos que, sin tener auténtica
Vanoi
empeños
conciencia de su eran valor, se complacen en imagi-
derivados de la
narse valientes y decididos, tienen proclividad a la os-
vanag na.
tentación, y a no intentar realmente nada. Pues cuando aparece ei pe–
ligro o la dificultad, sólo buscan que su falta de capacidad sea
descubierta.
Los hombres vanidosos que se consideran capaces como resulu-
do de la adulación que han recibido de otros, o por la fortuna que
han tenido en alguna acción precedente, sin fundar su confianza en
un auténtico conocimiento de sí mismos, son proclives a tomar de–
cisiones precipitadas; y cuando se encuentran cerca del peligro o la
dificultad, huyen si pueden. Pues como no ven el modo de ponerse
a salvo, prefieren arriesgar su propio honor y tratar de restaurarlo
después con alguna excusa, antes que arriesgar sus vidas, las cuales,
una vez que se pierden, nada es basunie para recuperarlas.
Los hombres que tienen una alta opinión de su
Ambidóit,
propia sabiduría en materia de gobierno, tienen pro-
derivada de una
chvidad a ser ambiciosos. Porque si no ocupan nin–
gún cargo público de consejo o de magisterio, pierden
el honor cíe su saber. Por lo tanto, los oradores elo–
cuentes son proclives a la ambición, ya que la elocuencia, a sus ojos
y a los de los otros, tiene apariencia de sabiduría.
La pusilanimidad predispone a los hombres a la
irresolución y, consecuentemente, a perder las mejo–
res ocasiones y oportunidades de actuar. Pues cuando
se ha estado deUberando hasu que llega el momento
de la acción, si no se consigue entonces ver claramente qué es lo que
debe hacerse, ello es señal de que la diferencia entre los motivos para
actuar en un sentido o en otro no es muy grande. Por lo tanto, no
resolverse
a
hacer nada, es perder
la
ocasión por haber tenido dema–
siado en cuenu pequeñas triviaUdades. Y eso es la pusilanimidad.
La frugalidad,
aunque es
una virtud en los hombres pobres, hace
alia opinión de la
propia
suficiencia.
irraoÍMción,
derivada de dar
gran valor a
pequeñas cosas.
Confiama en los
otros, derivada de
la ignorancia de
cuales son bu
señales de
sabiduría y
arruihilidad.
que un hombre sea incapaz de consumar acciones que requieren la
fuerza de muchos hombres a la vez. Pues debihta su empeño, el cual
tiene que ser alimentado
y
mantenido en vigor mediante alguna
recompensa.
La elocuencia aduladora predispone a los hombres
a fiarse de quienes tienen esanabihdad. Ello es así por–
que ta elocuencia es sabiduría aparente, y ia adulación
es aparente amabilidad. Si les añadimos prestigio mi–
litar, quien posea estas tres cosas hará que ios hom–
bres estén predispuestos a unirse y someterse a ét. Pues
su
elocuencia aduladora tes dará garantía de que no han de esperar
de éi ningún peligro, y su prestigio miliur tes dará seguridad frente
al peligro que pueda venir de otros.
Y de la
La falta de ciencia, es decir, la ignorancia de las
ignorancia de las
causas, predispone, o mejor dicho, obliga a un hom-
causas naturales.
j , ^ ^ 3 depender de] consejo y de la autoridad de otros.
Porque todos aquéllos a quienes les interesa la verdad, si no depen–
den de sí mismos, han de depender de ia opinión de algún otro a
quien consideran más sabio, y no ven por qué éste querría engañarlos.
Y déla carenáa
La Ignorancia del significado de tas patabras, que
de entendimiento.
es carencia de entendimiento, predispone a los hom–
bres, no soto a aceptar verdades que ellos desconocen, sino a aceptar
también el error, y, lo que es más, el sinsentido de aquellos en quie–
nes confían. Porque m el error ni el sinsentido pueden detectarse sin
un perfecto conocimiento de las palabras.
De eso mismo procede el que los hombres den nombres diferen–
tes a una misma cosa, según sean afectados por sus diferentes pasio–
nes. Así, cuando aprueban una opinión privada, la llaman opinión; pero
si les disgusta, la laman herejía; y aunque el término herejía significa
simplemente opinión privada, está marcadamente tenido de cólera.
También de eso mismo procede el que los hombres no puedan dis–
tinguir, sin estudio y gran esfuerzo, entre una acción de muchos, y
muchas acciones de una multitud, como, por ejemplo, entre lo que
fue una acción de todos los senadores de Roma ai matar a Catílina,
y lo que fueron muchas acciones de un grupo de senadores al matar
a César. Y, consiguientemente, son propensos a tomar por acción del
pueblo lo que es una multitud de acciones hechas por una multitud
de hombres, guiados, quizá, por la persuasión de uno solo.
Adherencia ala
La ignorancia de las causas y de la constitución ori-
coítumbre como
gina\
del derecho, de la equidad, de ta ley y de la jus–
ticia, hace que un hombre tenga propensión a hacer
de la costumbre y el ejemplo ta regla de sus actos; de
tal manera, que tieae inclinación a pensar que lo in–
justo es
lo que
ha sido costumbre castigar,
y
que lo
resultado de la
ignorancia de la
naturaleza de lo
bueno y de lo
malo.