Creer a otro, fiarse de él, es honrar, pues es señal de la huena opi–
nión que tenemos de su virtud y poder. No creer a otro y desconfiar
de él es afrentar.
Escuchar el consejo de un hombre, o cualquier cosa que tenga
que decir, es honrarlo, pues es señal de que pensamos que es sabio,
elocuente o ingenioso. Dormirse, marcharse o hablar mientras dice
su discurso, es affrentar.
Mostrar para con otro esas deferencias que se toman como seña–
les de rendir honor, o que la ley o la costumbre han establecido como
tales, es honrar; porque al aprobar el honor que ha sido rendido por
otros, se reconoce el mismo poder que los otros han reconocido. Re–
husar hacerlo es afrentar.
Estar de acuerdo con la opinión de otro es rendirle honor, pues
es señal de que aprobamos su juicio y sabiduría. Disentir es afrentar,
y es también un acusar a otro de estar en el error. Y si se disiente en
muchas cosas, es un acusarle de locura.
Imitar es honrar, porque es un aprobar con vehemencia. Imitar
al enemigo de otro es afrentar a este último.
Honrar a quienes son honrados por otro es honrar a éste, pues
es señal de que damos aprobación a su juicio. Honrar a sus enemigos
es afrentarlo.
Emplear a otro en funciones de consejo o en acciones difíciles es
honrarlo, pues es señal de que tenemos una alta opinión de su sabi–
duría o de cualquier otro poder suyo. Negar emp eo a aquellos que
lo solicitan en esas mismas funciones es afrentar.
Todos estos modos de honrar son naturales y se dan tanto en las
repúblicas como fuera de ellas. Pero, dentro de la república, quien tie–
ne, o quienes tienen, la suprema autoridad pueden hacer que sea una
señal de honor todo lo que ellos quieran, creando así otros honores.
Un soberano honra a un subdito dándole algún título, o cargo, o
empleo, o misión, que el soberano mismo ha establecido como señal
de que quiere honrarlo.
El rey de Persia honró a Mordecai cuando ordenó que éste debía
ser paseado por las calles con vestimenta real, montado en uno de los
caballos del rey, con una corona en la cabeza y precedido por un prín–
cipe que fuera anunciando:
Asi se hará con toda aquél a quien el rey
quiera honrar.
Pero otro rey de Persia, o el mismo en ocasión dife–
rente, a uno que le había pedido como recompensa por un gran ser–
vicio vestir uno de los mantos reales, te dio permiso para hacerlo,
pero con esta condición: que se vistiera así, y que fuera anunciado
como payaso del rey. Y esto fue una afrenta. De manera que la fuen–
te del honor civil está en ta persona de ta república, y depende de la
voluntad del soberano. El llamado
honor civil
es, así, de carácter tran–
sitorio y lo constituyen cosas como las magistraturas, los cargos, los
títulos y, en algunos lugares, escudos y blasones. Y los hombres rin–
den honor a quienes los poseen, porque son señales de favor dentro
de la república, favor que es poder.
Honorable.
Honorable
es toda posesión, acción o cualidad que
constituye un argumento y señal de poder.
Y, por lo tanto, ser honrado, amado, o temido por muchos es ho–
norable, porque es una prueba de poder. Ser honrado por pocos o
Deshonorable.
por ninguno es
deshonorable.
El dominio y la victoria son honorables porque se consiguen me–
diante el poder; la servidumbre motivada por la necesidad o el miedo
es deshonorable.
La buena fortuna, si es duradera, es honorable, por ser señal de
que se tiene el favor de Dios. La mala fortuna y las pérdidas son des-
honorables. Las riquezas son honorables porque son poder. La po–
breza, deshonorable. La magnanimidad, la liberalidad, la esperanza,
la valentía y la confianza son honorables, pues proceden de un tener
conciencia de poder. La pusilanimidad, el miedo y la ínsegundad son
deshonorables.
Decidirse a tiempo, tener determinación sobre lo tjue ha de ha–
cerse, son cosas honorables, pues implican un despreciar las peque–
ñas dificultades y peligros. La falta de resolución es deshonorable,
pues es señal de que se valoran demasiado los pequeños impedimen–
tos y las pequeñas ventajas. Porque cuando un hombre ha pondera–
do las cosas en la medida en que el tiempo se lo ha permitido, y no
toma una resolución, ello supone que la diferencia entre los pros y
los contras no se le presenta muy clara; por tanto, si no toma una
resolución es que ha dado demasiado valor a cosas que son insigni–
ficantes, lo cual es pusilanimidad.
Todas las acciones y palabras que proceden o parecen proceder
de la mucha experiencia, del conocimiento, de la discreción o del In–
genio, son honorables; pues todas ellas son poderes. Las acciones o
Honorable y
las palabras que proceden del error, la ignorancia o la
deshonorable.
locura son deshonorables.
La gravedad, cuando parece proceder de una mente empleada en
algo, es honorable, pues el empleo es una señal de poder. Pero si pa–
rece proceder del propósito de dar la apariencia de gravedad, es des–
honorable. Pues el primer tipo de gravedad es como la firmeza de rum–
bo de un barco cargado de mercancías, pero la segunda es como la fir–
meza de rumbo de un barco cargado de arena y otros desperdicios.
Ser una persona notable, es decir, ser conocida por razón de di–
nero, posición, acciones insignes o cualquier otro bien sobresaliente,
es honorable, pues ésas son señales de poder. Por el contrario, la os-
curídad es deshonorable.
Descender de padres notables es honorable, porque coa ello se
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