consigue más fácilmente Ь ayuda y las amistades de Jos progenitores.
Por e! contrario, descender de padres oscuros es deshonorable.
Las acciones que son resultado de proceder con equidad, si llevan
consigo pérdidas, son honorables, pues son señal de magnanimidad.
Por el contrario, las maniobras, la marrullería y la falta de equidad
son deshonorables.
El deseo de grandes riquezas y la ambición de grandes honores
son signos honorables, pues son señales de que existe e! poder para
obtenerlos. El deseo y ia ambición de pequeñas ganancias o peque–
ños honores es deshonorable.
En esta cuestión de lo honorable, no importa si una acción gran–
de y difícil, y, consecuentemente, señal de mucho poder, es justa o
injusta; porque rendir honor es algo que consiste solamente en un re–
conocimiento del poder. Así, los antiguos paganos no pensaban que
estaban deshonrando a los dioses, sino que estaban honrándolos,
cuando los introducían en sus poemas y los representaban cometien–
do estupros, robos y otros actos enormes, aunque injustos e impu–
ros. Nada fue más celebrado en Júpiter que sus adulterios; nada en
Mercurio, como sus fraudes y robos. En un himno de Homero, el
mayor elogio dedicado a Mercurio es éste: que, habiendo nacido por
la mañana, había inventado la música al mediodía, y, antes de que lle–
gara ia noche, había robado ei ganado de Apolo burlando a sus
pastores
Tampoco entre ios hombres, hasta que no fueron constituidas las
grandes repúblicas, se pensaba que era un deshonor ser un pirata o
un salteador de caminos, sino que estas actividades eran menesteres
legales. Así lo juzgaron no sólo los griegos, sino casi todas las demás
naciones, como queda de manifiesto en la: historias de la época an–
tigua. Y en ei tiempo presente, en esta parte dei mundo, los duelos
)rivados son y siempre serán honorables, aunque ¡legales, hasta que
legue un tiempo en que se establezca que es un honor rechazar el
desafío, y una ignominia formularlo. Porque los duelos son muchas
veces el efecto de la valentía; y el fundamento de la valentía es siem–
pre una fuerza o destreza, cosas que son poder; pero en ia mayor par–
te de las ocasiones, son el resultado de palabras dichas precipitada–
mente y de un miedo ai deshonor en uno o en ambos contrincantes.
Y así, llevados por ei atolondramiento, se ven obligados a combatir
en ei campo de honor para evitar caer en descrédito.
Los emblemas y escudos de armas hereditarios, si
Escudos de amua.
llevan consigo algunos privilegios sobresalientes, son honorables. Si
no, no. Porque su poder consiste, o en esos privilegios, o en rique–
zas, o en cualquier otra cosa que sea igualmente honorable en otros
" Himnos Homéricos,
IV.
hombres. Esta clase de honor, llamado honor nobihario, se ha deri–
vado de los antiguos germanos, pues no hubo nunca tal cosa allí don–
de
las costumbres germánicas fueron desconocidas. Ni tampoco se
usa en lugares dónele no han residido ios germanos. Los antiguos
je–
fes militares griegos, cuando iban a la guerra, pintaban sus escudos
como querían, y sólo porque los escudos sin pintar eran señal de po–
breza, y propios de un so dado raso, Pero esos escudos no se trans–
mitieron como cosa hereditaria. Los romanos transmitían sus marcas
de familia; pero eran las imágenes, no los escudos de sus ancestros..
Entre los pueblos de Asia, Africa y América, ni hay ni hubo nunca
tal cosa. Sólo los germanos tuvieron esa costumbre,
y
de
ellos la
he–
redaron Inglaterra, Francia, España e Italia cuando ios germanos es–
tuvieron al servicio de ios romanos, o hicieron sus propias conquis–
tas en esas parces del mundo.
Antiguamente, y como todos ios demás países, estuvo Alemania,
en sus comienzos, dividida en un número infmíto de señores o jefes
de familia que se hacían constantemente la guerra los unos a los otros;
estos jefes o señores, principalmente para ser reconocidos por sus se-
¡uidores cuando vestían su armadura, y en parte por adorno, pinta-
)an sus armaduras o sus escudos con la efigie de alguna bestia salvaje
o con cualquier otra cosa, y también se ponían alguna marca bien vi–
sible en la cresta de sus yelmos. Estos adornos pasaron por herencia
a sus hijos: en ei primogénito eran exactamente iguales, y en los de–
más había alguna variación, tal y como el viejo jefe de familia, o,
como se dice en alemán, ei
Here-alt,
juzgara oportuno. Pero cuando'
muchas de estas familias se unieron en una gran monarquía, esta dis–
tinción de escudos que antes hacía el Hercalt, se convirtió en un tí–
tulo privado. Y la concesión de estos señónos dio lugar
a
la grande
y antigua nobleza que, en su mayor pane, se distinguía con emble–
mas de animales notables por su coraje y rapiña, o castillos, fonale-
zas, cinturones, armas, barras, empahzadas y otros signos
de
guerra,
ya que entonces el único honor eran las vinudes militares. Después,
no sólo los caballeros, sino también las repúblicas populares, otor–
garon diversos tipos de escudos de armas a quienes iban
a
la guerra
o volvían de ella, como señal de apoyo o de recompensa por sus ser–
vicios. Todo esto puede encontrarlo el atento lector en as historias
escritas por los griegos y romanos en las que se menciona al pueblo
germano y sus costumbres en aquellos tiempos.
Titulot de honor,
Los títulos de
honor,
como los de duque, conde,
marqués y barón, son honorables, en cuanto que significan el valor
que es ha sido asignado por el poder soberano de
Ta
república. En
tiempos antiguos, fueron títulos de posición y mando. Algunos se
de–
rivaron de los romanos; otros, de los germanos y los franceses. Los
duques, en latín
duces,
eran los generales en tiempos de guerra; los