derivado de la
competencia.
cada uno tiene en lo que respecta a las causas que producen el efecto
deseado.
De manera que doy como primera inclinación na-
Un incansable
turai de toda la humanidad un perpetuo e incansable
deseo de conseguir poder tras poder, que sólo cesa con
' '
omtrres.
la muerte. Esto no siempre es porque el hombre espere conseguir
cada vez una satisfacción más intensa que la que ha poseído previa–
mente, o porque no se contente con un poder moderado, sino por–
que no puede asegurarse el poder y los medios que tiene en el pre–
sente para vivir bien, sin adquirir otros más. De ahí que los reyes,
cuyo poder es el más grande, se empeñen en asegurarlo dictando le–
yes en el interior y haciendo la guerra en el exterior. Y cuando esto
ha sido hecho, otro nuevo deseo riene lugar. En algunos, es el de ad–
quirir fama mediante nuevas conquistas; en otros, el de la comodi–
dad y los placeres sensuales; en otros, el de suscitar admiración so-
bresahendo en algún arte o en cualquier otro menester de ia mente.
La competencia por alcanzar riquezas, honores,
Amot^a la
mando o cualquier otro poder, lleva al antagonismo,
confrontación,
a la enemistad y a la guerra. Porque el modo como un
competidor consigue sus deseos, es matando, some–
tiendo, suplantando o rechazando a quien compite con él. En parti–
cular, cuando se compite por recibir elogios, hay una inclinación a
reverenciar la época antigua. Ello es así porque los hombres tienen
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ue habérselas con los vivos, y no con los muertos; y por eso se les
a a tos antiguos más gloria de la que les es debida, para oscurecer
así la gloria de los contemporáneos.
El deseo de comodidad y placer sensual predispo–
ne a los hombres a obedecer al poder común; pues
quien tiene esos deseos renuncia al tipo de protección
que podría esperar de su propia industria y trabajo.
El miedo a la muerte y a ser herido conlleva una pre–
disposición semejante, y por la misma razón. Por el
contrario, los hombres necesitados y los decididos no se satisfacen
con su condición; y lo mismo ocurre con quienes ambicionan tener
mando militar, los cuales están inclinados a continuar las causas de
guerra y a provocar disensiones y actos de sedicÍ9n, pues no hay ho–
nor militar como no venga de la guerra, ñi esperanza de arreglar una
nueva situación tumultuosa sin haber causado primero un nuevo
desorden.
El deseo de conocimiento y de ejercitarse en las ar-
Y del amor a l
tes no militares, inclina a los hombres a obedecer al
artt
poder común. Porque ese deseo va acompañado del deseo de dispo–
ner de tiempo, y, consecuentemente, de encontrar protección en otro
poder que no sea el generado por uno mismo.
deíeo de
alabanza.
Obediencia civil,
derivada del amoi
a la comodidad.
Del miedo a le
muerte o a sei
herido
Amor a la virtud.
El deseo de alabanza lleva consigo una disposición
derivado dtl
a realizar acciones laudables que agraden a aquellos
cuyo juicio se tiene en estima. Pues las alabanzas de
aquellos a quienes despreciamos nos resultan también
despreciables. El deseo de fama postuma hace lo mismo. Y aunque,
después de morir, no tendremos sencido de las alabanzas que se nos
dediquen en la uerra, ya que esas satisfacciones serán entonces,
o
eclipsadas por las alegrías inefables del Cielo,
o
extinguidas por los
extremos tormentos del infierno, esta fama postuma no es, sin em–
bargo, algo totalmente vano: pues los hombres se complacen al pen–
sar en ella, complacencia que proviene de representársela y de prever
los beneficios que por su causa podrán redundar en sus descendien–
tes; y aunque todo eso no pueden verlo en el presente, lo imaginan;
y cualquier cosa que es placentera para los sentidos, umbién es pla-
centara para la imaginación.
Odio, derivado
Haber recibido de alguien a quien no considera–
ci
¡a difiadiad de
nios iguales, beneficios que son mayores que aquellos
devolver grandes
^os
ouc esperamos poder corresponder, nos pre-
favores.
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dispone a un lalso amor que, en reabdad, es un odio
secreto. Pues esa situación pone a un hombre en estado de deuda per–
manente. Y ел-itando la presencia de su acreedor, desea tácitamente
que éste se marche a un lugar donde jamás tenga ocasión de verlo.
Los favores obügan. y la obligación es una esclavitud; y una obliga
ción que no puede cumplirse, es una esclavitud peфetuз que resulta
odiosa para quien es esclavo de otro a quien se considera un igual.
Pero haber recibido beneficios de alguien a quien reconocemos como
superior, nos inclina a un amor verdadero. Porque la obligación no
nos hace entonces sentimos más inferiores; y una alegre aceptación,
que los hombres llaman
gratitud,
supone un honor tan grande para
el benefactor, que generalmente es tomada como suficiente recom–
pensa. Asimismo, recibir beneficios de un igual o de uno que es in–
ferior, nos inclina a una amor verdadero, siempre y cuando haya es–
peranza de poder devolver el favor. Pues en la intención de quien re–
cibe, el sentimiento de obligación es de ayuda y servicio mutuos. De
ahí proviene ese cipo de emulación que consiste hacer por superar a
otro en lo que a favores se refiere; y es esta clase de competencia la
más noble y beneficiosa que puede darse. Quien resulta victorioso se
complace en su victoria, y el otro queda sobradamente dignificado al
reconocerla.
Y de la conciencia
Hacer a otro hombre más daño del que éste puede
de merecer ser
O
quiere contrarrestar, inclina al agresor a odiar a su
Wcrima. Pues se verá obligado a esperar de ella ven–
ganza o perdón, cosas ambas que son odiosas.
Disposición de
El miedo a la opresión hace que un hombre espere