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ел рапе de las diferencias en la educación. Porque si ia di–
ferencia proviniese de la disposición del cerebro y de los órganos del
sentido, exteriores o interiores, los hombres no se diferenciarían más
en su vista, oído y otras facultades sensoriales, que en sus fantasías
y discreciones. La diferencia proviene, pues, de las pasiones, que son
diferentes no sólo a causa de que existe entre Íos hombres una dife–
rencia en su constitución, sino también de que hay en ellos una di–
ferencia en sus costumbres y educación.
Las pasiones que más afectan las diferencias de ingenio son, prin–
cipalmente, el mayor o menor deseo de poder, de riquezas, de cono–
cimiento y de honores. Todas las cuales pueden reducirse a ta prime–
ra, es decir, al deseo de poder. Porque las riquezas, el conocimiento
y el honor no son sino diferentes tipos de poder.
Por lo canto, un hombre que no tiene una gran pasión por nin–
guna de estas cosas, sino que es, como suele decirse, indiferente, aun–
que pueda ser un buen hombre en el sencido de que no ofende a na–
die, no podrá, sin embargo, poseer ni una gran fantasía, ni mucho jui–
cio. Porque los pensamientos son, con respecto a tos deseos, como
exploradores y espías que se aventuran en tierra extraña y encuen–
tran el camino que los leva a las cosas deseadas. Toda ia firmeza de
los movimientos de la mente, y toda su rapidez proceden de ahí; por–
que no tener deseos es estar mueno. Así, tener pasiones débiles es
síntoma de embotamiento; y tener pasión por tocio, sin hacer distin-
FrivoUdad.
gos, es FRIVOLIDAD y
distracción; y
tener pasiones
más vehementes de las que de ordinario se observan en los otros es
Locura.
lo que los hombre llaman LOCURA.
De ello se sigue que hay tantas clases de LOCURA como las hay
de pasiones. Algunas veces, la pasión extraordinaria y extravagante
proviene de una mala constitución de los órganos del
с и е ф о ,
o de
algún daño que han padecido;
y
a veces ese daño e indisposición de
los órganos es causado por la vehemencia o ia larga y continua pre–
sencia de la pasión. Pero en ambos casos la locura es siempre de una
y la misma naturaleza.
Las pasiones cuya violencia y continuidad causan ia locura son,
o una marcada
vanagloria,
que es comúnmente llamada
orgullo
o
ex–
cesiva
autoestima,
o una gran
depresión
mental.
E! orgullo hace que un hombre sea susceptible de irritación, cuyo
Rabia.
exceso es el tipo de locura llamado RABIA y FURIA.
Y así ocurre que un deseo excesivo de venganza, cuando llega a ser
algo habitual, daña los órganos y se convierte en rabia; el amor ex–
cesivo, mezclado con los celos, también deviene rabia; la excesiva au–
toestima que un hombre puede tener de sí mismo al juzgarse posee–
dor de inspiración divina, sabiduría, ciencia y demás, se convierte en
distracción y frivolidad; y cuando ésta va acompañada de envidia, en
^nbia; y también se convierte en rabia la vehemente opinión sobre la
Iverdad
de algo, cuando es contradicha por otros.
La depresión hace que un hombre esté sujeto a miedos sin causa,
locura que es comúnmente llamada MELANCOLÍA
Mtlancolia.
y
que se manifiesta de diversas maneras; horror
a
ta soledad y a las
tumbas; conducta supersticiosa; temor a esta o a aquella cosa en
par–
ticular. En suma, todas las pasiones que producen una conducta ex–
traña y fuera de lo normal reciben el nombre general de locura. Pero
si alguien se tomara el trabajo de contar todas las d¡-
Locura.
ferentes clases de locura, éstas serían legión. Y
si
el exceso es lo que
tas produce, no hay duda de que
las
pasiones mismas, cuando tien–
den
al
mal, son grados de
lo
mismo.
Por ejemplo, el efecto de la locura en quienes son poseídos por
la
opinión de que están inspirados,
no
siempre es apreciable en
un
hombre que produce alguna acción extravagante como resultado de
esa
pasión. Sin embargo, cuando muchos hombres conspiran juntos
en un acto multitudinario, su rabia colectiva se hace bien visible.
¿Qué
mayor prueba de locura puede haber que la de gritar, golpear y arro–
jar
piedras a nuestros mejores amigos? Sin embargo, estas acciones
son todavía menos malas que las que puede realizar una multitud.
Pues las masas son capaces hasta de denostar, combatir y destruir a
quienes han sido sus protectores durante coda la vida y las que han
salvado de daño. Y
si
ésta es una locura de las multitudes, también
lo es de cada hombre en particular. Pues igual que en alta mar, un
hombre no percibe ningún ruido en el agua que está más próxima a
él, aunque esta seguro de que esa porción de agua contribuye igual
que las otras ai rugido general del mar, así también, aunque no per–
cibamos ninguna perturbación considerable en uno o dos hombres,
podemos estar bien seguros de que sus pasiones particulares son par–
te del rugido sedicioso de toda una nación perturbada. Y aunque no
hubiera ninguna otra cosa en la que manifestaran su locura, sólo el
hecho de apropiarse para sí el privilegio de poseer una inspiración
di–
vina sería argumento suficiente. Si un hombre en un manicomio nos
amenizara con su discreta conversación, y quisiéramos, al despedir–
nos de él, preguntarle quién era, a fin de poder corresponderte en
otra ocasión por su cortesía, y él entonces nos dijese que era Dios
Padre, no necesitaríamos observar ningún tipo de comportamiento
extravagante por su parte para confirmar su locura.
Esta idea de poseer una inspiración divina o, como se dice co–
múnmente, de poseer un espíritu privado, comienza muy a menudo
con algún afortunado descubrímíento de un error en ei que ha
caído
la
mayoría de la gente. Y sin saber o recordar qué procedimiento
ra–
cional les ha llevado a descubrir esa verdad singular (tal les parece a
ellos, aunque en muchas ocasiones descubren algo que
no
es verda-