Asimismo, las riquezas, acompañadas de liberalidad, son poder,
porque procuran amigos y sirvientes. Sin liberalidad no ocurre así,
porque en ese caso las riquezas no defienden, sino que provocan la
envidia de tos hombres y se convierten en una presa codiciada.
La reputación de poder es poder, porque atrae a quienes necesi–
tan protección.
Por ta misma razón, también es poder la reputación de amar al
propio país, llamada popularidad.
De
Igual
manera, cualquier cualidad que hace que un hombre sea
amado o temido por muchos, o ta reputación de poseer esa cualidad,
también es poder, pues constituye un medio para lograr la asistencia
y servicio de muchos.
El buen éxito es poder, pues trae consigo una reputación de sa–
biduría o de buena fortuna, y hace que los hombres teman o confien
en quien posee dicha reputación.
La afabilidad de los hombres que ya están en el poder aumenta
ese poder, pues hace que los poderosos sean amados.
La reputación de prudencia en tiempos de paz o en el ejercicio
de la guerra es poder, porque estamos más dispuestos a dejamos go–
bernar por hombres prudentes que por otros.
La nobleza es poder, no en todos los sitios, sino solamente en
aquellas repúblicas en que ia nobleza disfruta de privilegios, ya que
en éstos se basa su poder.
La elocuencia es poder, porque tiene aspecto de prudencia.
La buena apariencia es poder porque, siendo una promesa de bien,
procura a los hombres el favor de las mujeres y de los extraños.
Las ciencias traen consigo poco poder, porque no son muy visi–
bles y no pueden reconocerse en ningún hombre. Además, sólo son
patrimonio de unos pocos, y únicamente se tiene de unas pocas co–
sas. Por otra parte, a ciencia es de ta! naturaleza que nadie puede
apreciarla si no ia ha conseguido ya en buena medida.
Las artes de utilidad pública, como la fabricación de fortificacio–
nes, máquinas y otros instrumentos de guerra, es poder, porque ha–
cen posioie ia defensa y la victoria. Y aunque su verdadero nombre
es el de ciencia, es decir, ciencia matemática, son estimadas porque
ia mano del artífice saca esa ciencia a la luz. Para el común de las gen–
tes, el artífice es considerado como madre de las artes, cuando en rea–
lidad es sólo la comadrona.
E!
valor
o
VALIA de un hombre es, como ocurre
Va/ía
con todo lo demás, su precio, es decir, lo que daríamos para hacer
uso de su poder. Por lo tanto, no es algo absoluto, sino que depende
de la necesidad y del juicio de ios otros. Un hábil conductor de ejér–
citos es de gran precio en tiempos de guerra presente o inminente;
pero no lo es tanto en tiempo de paz. Un juez instruido e insoborna–
ble riene mucho valor en época de paz, pero no tanto en tiempo de
^erra. Y, como sucede con otras cosas, sucede umbién con ei hom-
)re: que es el comprador, y no el vendedor, quien determina ei pre–
cio. Pues aunque un Individuo, como hacen ia mayoría de los hom–
bres, se dé a sí mismo el máximo valor, su valor real no será más que
ei que venga determinado por otros.
La manifestación del vaior que asignamos y que se nos asigna se
llama comúnmente honorabilidad, o afrenta. Valorar altamente a un
hombre es
honrarlo;
y darte poco valor es
afrentarlo.
Pero, en esto,
lo mucho y lo poco deben entenderse por comparación con el índice
de valía que cada hombre ha establecido para sí mismo.
La va ía pública de un hombre, que es el valor que le ha sido asig–
nado por la república, es lo que comúnmente llamamos DIGNIDAD.
Y este valor que le ha sido dado por ia república se manifiesta en pues–
tos de mando, en responsabilidades ¡uaiciales, en empleos públicos,
o mediante nombres y títulos que se usan para dar distinción a esc
valor.
Rogar a otro solicitando ayuda de cualquier tipo, es HONRAR
a ese otro, porque es señal de que tenemos la opinión de que posee
el poder de ayudar. Y cuanto más difícil sea la ayuda, mayor será el
honor.
Obedecer a un hombre es honrarlo, porque nadie obecede a quie–
nes no se considera con poder de ayudar o de dañar. Consecuente–
mente, desobedecer es
afrentar,
mrary afrentar.
Dar grandes regalos a un hombre es honrarlo, pues
es comprar su protección y reconocer su poder. Pero dar regalos in–
significantes es afrentar, porque es sólo dar limosna, e implica que el
que las recibe tiene necesidad de pequeñas ayudas.
Ensalzar constantemente las bondades de otro, lo mismo que adu–
lar, son modos de honrar a una persona, porque buscamos su pro–
tección o ayuda. Ignorar a una persona es, por el contrario, afrentarla.
Ceder el paso o dejar que otro ocupe un sitio más cómodo, es
honrar. Mostrarse arrogante es afremar.
Mostrar alguna señal de amor o temor hacia otro es honrarlo,
pues tanto amar como temer son modos de conceder valor. Despre–
ciar, o amar o temer a otro menos de lo esperado, es afrentarlo, por–
que implica que no se le concede mucho valor.
Alabar, engrandecer a otro, o llamarlo feliz, es honrar, porque no
hay otra cosa que se valore que no sea la bondad, el poder y a feh-
cidad. Insultar, burlarse o tener lástima es afrentar.
Hablar a otro con consideración, y presentarse ante él con decen–
cia y humildad es honrar, pues son señales de miedo a ofender. Ha–
blarle violentamente, o realizar ante él algo obscenamente, suciamen–
te, con impudicia, es afrentar.
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