dero), estos inspirados se admiran a sí mismos como sí hubieran re–
cibido una gracia especial de Oios Todopoderoso revelándoles ese
descubrimiento de un modo sobrenatural por mediación del Espíritu
Santo.
Esta locura no es otra cosa que una excesiva pasión por las apa–
riciones, la cual puede ser resultado de los efectos producidos por el
vino, que son los mismos que los que se derivan de una mala dispo–
sición de ios órganos. Porque la variedad de comportamientos de los
hombres que han bebido demasiado es la misma que la de los locos;
a algunos es da por irritarse, a Otros por amar, a otros por reír, siem–
pre de una manera extravagante, pero de acuerdo con las diversas pa–
siones dominantes de cada uno. Los efectos del vino hacen que de–
saparezca el disimulo y dejan que las deformidades de las pasiones
se muestren al desnudo. Pienso que aun los hombres más serenos,
cuando pasean en solitario y dejan que su mente divague sin emplear–
se en nada fijo, no querrían que la trivalidad y extravagancia de sus
jensamientos fuera expuesta públicamente. Ello es indicación de que
as pasiones no controladas son, en la mayor parte de los casos, mera
locura.
Las opiniones que en tiempos antiguos y modernos ha tenido el
mundo cerca de la locura son dos. A gunos dicen que se deriva de
las pasiones; otros, que procede de demomos o espíritus, buenos o
malos, que entran en un hombre, se apoderan de él y mueven sus ór–
ganos de una manera extraña y peculiar, como hacen los locos. Quie–
nes mantienen la primera opinión han llamado locos a este tipo de
hombres; pero los que mantienen la segunda, los llaman a veces
en-
demomados,
es decir, poseídos por espíntus; otras veces los llaman
energumeni,
esto es, aguados o movidos por espíritus; y ahora, en
Italia, no sólo son llamados
pazzi
—locos— sino también
spintati,
hombres posesos.
En Abdera, ciudad griega, hubo una vez gran concentración de
gente que se había congregado para asistir a ia representación de la
tragedia
Andrómeda.
El día era extremadamente caluroso, y, como
consecuencia, muchísimos espectadores fueron aquejados por fiebres;
y entre la calentura y la tragedia que estaban viendo, tuvieron este
accidente: que no hacían otra cosa que recitar versos yámbicos, con
ios nombres de Perseo y Andrómeda. De esto y de la fiebre se cu–
raron con la llegada del invierno. Y se pensó entonces que aquella lo–
cura había procedido de la pasión impresa en ellos por la tragedia.
De modo parecido tuvo lugar un ataque de locura en otra ciudad grie–
ga; afectó sólo a las doncellas, y eausó el que muchas de ellas se ahor–
caran. Muchos pensaron que esto había sido un acto del Diablo. Pero
uno que sospechó que aquel desprecio por ¡a vida podía proceder de
algun,a pasión de la mente, y en fa suposición de que aquellas jóvenes
во tendrian el mismo desprecio por su propio pudor, aconsejó a los
magistrados que desnudaran a las mujeres y las dejaran colgarse des
nudas. Cuenta la historia que aquello puso fin a la locura en cues
tión. Mas, por otra parte, los mismos griegos atribuían Ь locura a la
intervención de las Euménldes o Furias; y, algunas veces, de Ceres,
Febo y otros dioses. Lo mismo se hizo atribuyéndola a tos fantas–
mas, pensándose que eran cuerpos que vivían en el aire y a los que
solía darse ei nombre de espíritus. En esto los romanos tenían ia mis–
ma opinión que los griegos; y también los judíos, quienes Uamaron
}rofetas a los locos, si pensaban que estaban poseídos de un espíritu
)ueno, y endemoniados, si el espíritu era malo; algunos llamaban lo–
cos tanto a los profetas como a los endemoniados, y algunos llama–
ban a un mismo hombre endemoniado y loco. No es raro que los gen–
tiles pensaran así, porque las enfermedades corporales, los vicios, las
virtudes y otros muchos accidentes naturales eran por ellos conside–
rados y venerados como demonios. De tal forma que por demonio
entendían tanto un hombre aquejado por la fiebre, como un diablo.
Pero que los judíos tuvieran la misma opinión resulta bastante extra–
ño. Porque ni Moisés ni Abraham pretendieron ser profetas por es–
tar poseídos por un espíritu, sino por la voz de Dios, o por haber
tenido una visión o sueño; tampoco hay nada en sus leyes morales
o ceremoniales, que indique que se consideraban poseídos por un
celo sobrenatural. Cuando se dice que Dios (Números, xi, 25} tomó
el espíritu que residía en Moisés y lo puso sobre los setenta ancianos,
el Espíritu de Dios (entendido como sustancia de Dios) no fue com–
partido. Cuando las Escrituras hablan del Espíritu de Dios en el hom–
bre, lo que quieren expresar es un espíritu humano con inclinaciones
a la vida de santidad. Y donde la Escritura dice (Éxodo xxviii. 3)
^a
quienes he llenado con el espíritu de sabiduría, y ellos harán las ves–
tiduras de Агоп'
'°, no quiere con ello expresarse que un espíritu fue
puesto en ellos, capaz cíe hacer vestiduras, sino la sabiduría de sus
propios espíritus en esa clase de trabajo. En un scnndo parecido de–
cimos de ordinario que el espíntu del hombre, cuando produce ac–
ciones impuras, es un espíritu impuro; y nos referimos también a
otras clases de espíritus siempre que la vinud o el vicio que quieren
expresarse con esa manera de hablar son extraordinarios y eminen–
tes. Tampoco los demás profetas del Antiguo Testamento clamaron
estar poseídos por ningún celo divino, ni que Dios hablaba en ellos;
sólo decían que Dios les hablaba a ellos de palabra, o sirviéndose de
una visión o un sueño. Y
la carga del Señor
no debe entenderse como
Doy
la cila en su coniexto:
Harás
a
Aran, tu hermana, vestidnras sagradii, para
gloria y amamento.
TV
servirás para ella de tos hombres diestros a quienes he llenado
con el espiran de labiduria. y ellos harán las vestiduras de Aran
(Éxodo xxvüi. 2-3).