litografías, dibujos y fotos con imágenes históricas de la plaza, y en
medio del pasillo principal hay tres grandes maquetas del Zócalo en
épocas diferentes. Con frecuencia pueden verse pequeños grupos o
familias que se apartan de la multitud de viajeros y se detienen delan–
te de esas maquetas. Se les ve explicarse mutuamente la plaza a la que
están a punto de llegar. La primera maqueta muestra el distrito de los
templos aztecas, rodeado por los muros de serpientes y los palacios
de los dignatarios del imperio. Las personas que pasan repiten los
nombres de cada uno de los templos y quedan asombradas con las
dimensiones de los dos principales.
La segunda maqueta muestra la plaza como centro de la ciudad
colonial en el siglo
XVIII,
con el mercado El Parián y el monumento a
Carlos IV. La reconstrucción histórica pone en evidencia cuán radical
ha sido el cambio que ha sufrido la plaza: en el lugar de los templos se
encuentran ahora la Catedral, el Palacio Nacional y los arcos. Sin
embargo, a la mayoría de los usuarios del Metro parece gustarle más
la última maqueta, hecha en la década de 1940, que representa la
plaza en esa década: se asemeja por sus edificios a la plaza actual,
aunque en el medio se halla un parque con césped
y
muchos árboles.
La estación Zócalo es según Augé un clásico lugar de tránsito y
paso urbano (Augé, 1994). Con la concreción del lema "El Metro: un
espacio para la cultura", éste se convierte en un lugar de divulgación
de la historia nacional con ayuda de las maquetas, las ilustraciones y
las informaciones sobre la evolución del Zócalo. Al igual que Boris
Groys en el caso del tren subterráneo de Moscú, que con sus referen–
cias a los templos de la antigüedad grecolatina comprobó que "las
estaciones del Metro [evocan] la imagen de un pasado atípico que
nunca existió" (Groys, 1995:162), las maquetas en la estación del Zó–
calo aluden a una construcción historicista del pasado desde el punto
de vista del presente de la plaza.
En cuanto las personas dejan detrás las maquetas, los dibujos y
las fotos, y cruzan finalmente los torniquetes de salida, los espera un
Zócalo muy distinto. Saliendo del subterráneo , los habitantes de la
ciudad - e incluso los visitantes- describen llenos de fascinación la vis–
ta de las dimensiones y del vacío de la plaza.
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