tidad de gente que dormita durante esos largos viajes subterráneos
por la ciudad, una masa apática y tambaleante que se d iferencia
sobremanera de la febril agitación reinante "afuera". Otros leen las
gustadas historietas, diminutos cuadernos con historias de vaqueros,
de amor o pornográficas, que pueden ser hojeadas en el espacio más
estrecho y que al final del viaje pueden ser vendidas por un peso o
cambiadas por otra en un quiosco. Pero el Metro es también un lugar
de trabajo para muchos vendedores ambulantes y mendigos . A pesar
de las estrictas prohibiciones, en las estaciones los vendedores se
mezclan entre los pasajeros y se introducen en los vagones. Con la
salmodia acostumbrada ofrecen sus mercancías: mapas de la ciudad,
baterías, despertadores, libretas de cálculo, nuevas regulaciones,
calendarios de bolsillo, cacahuates y el periódico de un grupo de
oposición independiente de izquierda,
Corre la voz.
Músicos ciegos
entonan desafinadas melodías en sus instrumentos de plástico; de
brazos unos con otros, van de tren en tren haciendo sonar un jarro.
En cada una de las líneas parece haber preferencia por una u otra
mercancía: en dirección al sur a veces aparecen personas que cuentan
chistes o payasos; una línea poco frecuentada en el norte es empleada
por muchos j óvenes que ganan un poco de dinero cantando
modernas baladas de rock mexicano. En todas hay goma de mascar y
dulces.
Aunque la primera función del Metro es transportar a las perso–
nas que se encuentran de viaje, este medio cobra a veces aspectos de
espacio vital
(Cf.
Augé, 1988:67). A pesar de los rígidos controles y
reglamentaciones del mundo subterráneo, las personas se apropian
del espacio y lo usan de acuerdo con su práctica cotidiana.
Pero esa práctica y experiencia cotidianas se caracterizan por el
hecho de que ese medio de transporte es muy frecuentado. Las imá–
genes de estaciones atestadas y de personas que con gran esfuerzo
se apretujan en los vagones con los rostros aplastados contra las ven–
tanillas, son algo cotidiano en las líneas principales durante las ho–
ras pico. Ya en los primeros años de su puesta en funcionamiento,
por las mañanas y las tardes la multitud era tal que fue preciso regu–
lar la avalancha de pasajeros. En vista de que en medio de esa multi-
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