[loial o rarcinl. y. aunque
¡¡nhierno
no sea la misma cosa que
poder
o que
dominación]
no exislirà la posibilidad de iransToimar la "dialéctica perversa" cniíe los " b u e n o s " y los
" i m p u r o s " , en ptAciicn transíoimadora de la sociedad y del
Estado.
Si sólo fuese coliate
electora! se cierra a los verdaderos cambios y se producirá la desmoralización por n o po–
der cnnlituirsc en u n instrumento de conducción polilica.
N o ignoro lo que implica, en este contexto, un largo debate sobre el populismo. Pres–
cindo de ello, para evitar interpretaciones equivocadas que la brevedad de la exposición
segutamcnte tracria, Pero el populismo, para decir algo, es la f o r m a politica que la
"dialéctica perversa" asume del lado de los oprimidos. Condición propiciadaia de un sal–
lo cualiloiiso. puede ser también el Waterloo de muchas ilusiones.
Aqut cabe otro pnrcnlcsls. Mablí del partido. Pienso mejor en los partidos. Si ia base
de la sociedad aciunl es diversificada y compleia y si existe el reconocimicnio de que la po–
litica no es la mera expresión en el plano institucional del choque de las fueriat > lo* inte–
reses sociales, sino que es también un "deber ser" y
la
anticipación de proyectos, nada justif)-
ca el monopolio cn el paso de lo social a lo politico. Es cn este plano y no en
el
de la con–
ciencia inilividual o del pacic en're voluntades individuales y de libre elección personal,
•ue ha de juslificarsc el pluralismo. N o es preciso pensar
como
los
feíitralisias
ni
negar
a
Housseaii para ailoptar
la
nica de la di\i
'.¡oii
del poder {¡\
le
Monu
-Hpiieiil >
de l;i
liK
'iUid
de organización política. Cabe, dentro de la propia iradición socialista y en nombre
de
la
autonomia práctica y teórica de los miembros de la sociedad —por homogénea que esta
sea— reivindicar cl pluralismo. Si adoptáramos pura y simplemente la defensa del pluralis–
m o como reivindicación de las reglas formales de alternancia en el poder, no leitemos co–
m o escapar de la critica formal marxista; lo polilico pensado como algo aparte de lo so–
cial.
Si jusiificásemos la diversidad en nombre precisamente de la multiplicidad de cucs-
li.mcs y de soluciones que presenta lo real, se salta el cerco de la metafísica i . al mtsmo
tiempo, se dcsiniíifica cl germen de loialiíatisino que la idea de paiiido
v
nrüniu
/Mcion
única poseen.
Por fin, cn cl gran escenario del Estado es un secreto de PoUcliineln que
cn
la'-
SOLICIJ;I
des modernas el ejecutivo invade funciones de oíros poderes. Si cn la defensa de la dc-
moclaeia caímos en la trampa de pensar que los "partidos constitucionales" organizarán
la voluntad general, aunque fragmentándola, para ejercer el control del ejecutivo, a través
de los parlamentos, la dura crítica sobre el formalismo de la política burguesa caerá sobre
nosotros. Naturalmente que la verdadera politica burguesa no se hace en los parlamenios,
sino en el ejecutivo y en las empresas. Y es ahi también que las tuerzas democráticas
tendrán que jugar el valor de su perseverancia. Si no ha de haber una política democrática
para el Eslado. n o habrá politica, por la buena y bella razón de que la "sociedad contem–
poránea", su economía y su sociabilidad, se lepioducen por el Estado y con el apovo deci–
sivo del Eslado.
En esta materia el aspecto dínosáuríco de la democracia que heredamos del siglo \ i \
es alarmante. El polilico profesional y el parlamento iradicional disponen del "ministeiío
de la palabra"; los funcionarios, técnicos y politícos efectivos de la gran empresa inven–
tan, discuten c imponen planes y soluciones; controlan recursos y manipulan la informa–
ción,
¿Quién será contrario a la " m o d e r n i z a c i ó n " de! parlamento? Nadie. ¿Quién acredita
qtie de él deriva el control efectivo de las decisiones cotidianas? Nadie.
El parlamento continuará siendo esencial. Simbolo e instrumento de la libertad y de
la critica social, Pero sin que los partidos — y la gran presión democralizadora de la so–
ciedad— tengan acceso y controlen democrátícamcnie la adminísiración. quedará sólo el
consuelo de la protesta. Para los buenos y candidos espíritus es suficiente la buena con–
ciencia. Para satisfacer a los hombres piiblicos y a las masas empobrecidas
es
preciso
mucho más que eso.
De ahí la imporiancia de los votos, de aumemar las áreas de lucha por la ajnumstra-
ción y por el control del Eslado. Es comprensible el " h o r r o r al poder" del honibte co–
mún, cn el cual \
e
una fuente de corrupción y
de
privilegios. Es inaceptable que los refor–
madores y los partidos abdiquen de la creencia de que, a despecho de ello, domesticitán al
monstruo eslaial ¿Cómo? Dando a las masas acceso directo a él. ¿Cómo? Fragmcnián-
dolo (como quena la buena tradición americana de los siglos xviii y x i x ) sin aplastar la
voluntad pública en las manos de los intereses particulares, tornando más iraniparenics
las decisiones, articulando el debate sobre las cuestiones estatales, usando la TV r^'^i sen–
sibilizar al público sobre ellas, desacralízando la burocracia y los léemeos, coiiv
;rtii
;ndo al
prepotente en im delegado sumiso a su consiítucionalídaü, antes que en un proleta.
Hay, pues, un largo camino que recorrer para iransformai la idea democrática enal–
go compatible con la necesidad de cambios estruciurales, y sin desfigurarla. Esic largo ca-
niíno requiere de algo más que de la mera actualización; no se trata de tomar a tos clásicos
de la democracia y colocarlos al día; requiere algo más también que la simple adición de
socialismo a
!з'
reglas formales
de
la democracia; requiere todo eso como
ипя
respuesta
creadora a una sociedad cuya base
de
civilización y cuyas necesidades son disiinias de las
sociedades del pasado, aun del pasado reciente.
Esto n o quiete decir que esta proeza sea imposible. Ella se viene realizando dia iras
dia. Las diferentes situaciones políticas laiinoameiicanas a que me referí dan una urgen–
cia y una dimensión variable a la idea democrática. Esto es cierto. Pero lodas ellas tienen
algo en común, que también mencione; se refunden al calor del capitalismo oligopólico,
se indusirialiran o simplemente enfrentan el desafio del crecimicmo económico; en este
proceso se liansíorman socialmcnic, de modo contradictorio. Pues bien, de una manera
variable, según las especificidades nacionales y el desarrollo de la lucha social entre las cla–
ses,cn lodas ellas se comienza a perlilai el nuevo actor histórico. Nuevo, no porque antes
no existiese, sino porque ahora existe de un modo especifico: enfrentándose con el Esta–
do, siendo más bombardeado por los medios de comunicación de masas, sujeto a una bur–
guesía que perdió la capacidad histórica para ser artifice de la democracia cn una sociedad
de
masas.
Por esto, aunque en algunos casos la luciía polilica se da en torno de un plebiscito
en otros de una huelga, en otros de elecciones, en otros de una confroniación armada,
siempre sigue planteada la pregunta: ¿De qué democracia se trata, hecha por quién y con
qué capacidad de unir lo formal a lo real?
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