consolidar las ideas у atraer seguidores. A muchos ecologistas
puede convencérseles de que luchen por leyes que prohiban la
contaminación oceánica; a pocos ecologistas puede persuadirse
de que luchen por un impuesto del 1 por ciento sobre los arrojos
de desechos en las aguas del océano.
Casi por la naturaleza de sus inquietudes, los economistas
enfocan los bienes y los servicios como el centro principal de
atención, y consideran que el medio ambiente es ima cuestión
secundaria. Los ecologistas ven el mundo exactamente al revés."
Un medio ambiente limpio es fundamental; los bienes y servi–
cios constituyen un objetivo secundario.
Por ejemplo, los economistas ven ia generación de electricidad
como
un
resultado muy deseable, y observan que cualquiera que sea
el modo de producirla, se originan ciertos problemas ambientales. Si
se utiliza carbón, el problema es la lluvia acida y el relleno de ¡os po–
zos mineros abiertos. Si es la energía nuclear, desemboca en los peli–
gros de la radiación. S¡ es la energía hidráulica inunda los caminos y
los valles. Si se utiliza petróleo o gas natural, está consumiéndose un
recurso natural que tiene fin. Si se emplea la energía solar, se produ–
cen algunos desechos muy tóxicos (por ejemplo, arsénico) en el pro–
ceso de la fabricación de las células solares y además los recolectores
solares tienen una tecnología intensiva en recursos, que exige enor–
mes cantidades de espacio y de cobre. Todas las técnicas concebibles
para la producción de electricidad originan desechos, y todas las
técnicas que se pueden concebir matan gente, pero los beneficios
que provienen de la electricidad justifican eso.
En contraste, los ecologistas concentran la atención en
la lluvia acida, el agotamiento de los recursos naturales o la
radiación, y consideran a la electricidad más bien como un
factor secundario. Creen que la conservación del medio am–
biente puede conducir al empleo de menos electricidad sin
una reducción perceptible de los niveles de vida. Pero para
el economista tal cosa es imposible, a menos que la gente de
hoy sea ineficiente y adopte una actitud irracienal, una posi–
bilidad que tos ecologistas consideran posible y los econo–
mistas rechazan.
Desde el punto de vista de los ecologistas, los que sean
perjudicados por los desechos tóxicos siempre deben ser com–
pensados, incluso si los responsables no sabían en el momento
dado que la sustancia era tóxica. Los economistas tienden a per–
cibir ¡as pérdidas del medio ambiente tan solo como uno de los
tantos eiementos casuales que reducen los ingresos personales.
No hay nada especial en ¡as pérdidas dei medio ambiente.
La economía impÜca una actitud esencialmente previsora. De–
ben fijarse ¡os precios de modo que la economía dei futuro sea efi–
ciente. Estos precios deberían incluir cargas que garanticen que la
contaminación actual está controlada, pero no inciuir cargas orienta–
das a corregir el pasado (es decir, no deben cobrarse impuestos para
aumentar un fondo que limpie ¡os antiguos depósitos de desechos
tóxicos en ¡os casos en los que ¡os verdaderos responsables hace mu–
cho que están muertos y ya no acnían). Pagar por ¡os pecados de an–
tes con ¡os precios actuaies equivaie a deformar ¡a eficiencia y ¡a be-
lleza de¡ mecanismo de ¡os precios.
A ¡os eco¡ogistas no ¡os preocupa ¡a belleza de una eco–
nomía de mercado libre. Un medio ambiente verde vale más que
e¡ dinero verde. Cuando se üega al famoso resuìtado de las ga–
nancias de las empresas (una expresión que ¡es encanta a los
economistas y que detestan ¡os ecologistas), ¡a probabiüdad de
que ¡os economistas y ¡os eco¡ogÍstas firmen un tratado de paz es
menor que la que se da en el caso de Israel y sus vecinos árabes.^
Pero deberían hacerlo.
Con ¡os desastres ambientaies posib¡es y ¡os que ya
existen -agujeros de ¡a capa de ozono en ¡a Antártida y aho–
ra quizás en e¡ Artico, iluvia acida en Nueva Ingialerray Sue-
cia, caientamiento g¡oba¡, la destrucción de las se¡vas tropi–
cales; que a¡ parecer nos rodean, va¡e ¡a pena recordar que
estas situaciones pueden revertirse si tenemos ¡a vo¡untad de
hacerlo. No vivimos en una tragedia griega dei medio am–
biente, donde el resultado está predeterminado, a¡ margen
de ¡os actos de los protagonistas.
Hace poco estuve en Baitistan, una región del extremo
norte de Pakistán, en la frontera con China. Reúne algunas
de ¡as grandes montanas de¡ mundo (inc¡uso Godwin Austen
-también conocida como K2- entre otros), y a menudo se di–
ce de eila que es un desierto vertical. No crece vegetación en
¡as montañas, excepto donde ¡as riegan, usando agua que
proviene del deshieio de ¡a nieve en ¡as alturas. Estuve por
primera vez en Ba¡tistan en 1972. En ese momento los árbo-