La coordinación macroeconómica en un país ya no es posi–
ble. La locomotora norteamericana simplemente no tiene fuer–
za suficiente para continuar arrastrando e! tren económico mun–
dial. Con un déficit comercial que ya es grande, con un déficit
del gobierno federal que también es considerable, y partiendo
de una posición que es la del principal deudor del mundo, y no
la del principal acreedor neto, Estados Unidos sencillamente no
podría hacer en 1992 lo que hizo con eficacia en 1982; sacar al
mundo de la crisis. El intenso estímulo macroeconómico de Es–
tados Unidos en 1982 fue el último de estos esfuerzos solitarios
que el mundo verá. En la década de 1990 ningún país parte de
una posición suficientemente fuerte para ser la locomotora de la
economía mundial.
Sin embargo, el mundo necesita una locomotora. Alema–
nia occidental, uno de ios grandes prestamistas de la década de
1980, será un gran prestatario en la de 1990, cuando invierta en
Alemania orienta! para construir la infraestructura de! capitalis–
mo. El resto de Europa oriental y Kuwait también serán grandes
prestatarios en la década de 1990. Las tasas de ahorro nacional
están descendiendo en todos los países importantes del mundo.
Se perciben fisuras en el crédito mundial.'^ Si se elevan las tasas
de interés real, el crecimiento tenderá a ser lento en el mundo
desarrollado y negativo en el mundo subdesarrollado.
Si no sobreviene esta situación, el que fue el gran prestata–
rio de la década de 1980, Estados Unidos, debe convertirse en el
gran prestamista. Pero el paso de Estados Unidos de la condi–
ción de prestatario a la de prestamista implica recortes en el
consumo púbhco y privado. Durante el período de transición
Alemania y Japón también tendrán que suministrar los merca–
dos -la demanda agregada- que el mundo necesita para evitar
una crisis.
Juntos, Estados Unidos, Japón y Alemania poseen la mag–
nitud suficiente para ser la locomotora que impulse al resto del
mundo hacia la prosperidad. Si actúan conjuntamente, el resto
del mundo no tendrá muchas alternativas, salvo ¡a de adoptar
políticas análogas. El problema es lograr la coordinación, en los
casos en que lo que es bueno para la economía mundial no es
bueno en un sentido concreto para las economías nacionales de
otros países.
EL PRESTAMISTA DE ULTIMO RECURSO
A través de una experiencia brutal las naciones han apren–
dido que necesitan administradores para sus sistemas financie–
ros. Generalmente, las instituciones necesarias han sido creadas
después de desastres como el derrumbe de la bolsa en 1929. Con
el desarrollo de un sistema financiero mundial, el mundo nece–
sita un administrador financiero.
Los países desarrollados necesitan prestamistas de último
recurso cuando sobrevienen los pánicos financieros, como por
ejemplo, el desastre de octubre de 1987. En ese caso especial, la
estrecha coordinación entre los principies bancos centrales del
mundo creó un banco central mundial de carácter provisional
hasta que finalizó la crisis. Pero bien pueden aparecer circuns–
tancias en las que la coordinación
ad hoc
no sea eficaz.
Los países en desarrollo necesitan un auténtico banco central
de carácter mundial que ordene el caos de sus sistemas financieros,
del mismo modo que las autoridades bancarias norteamericanas
están ordenando el caos de la industria norteamericana de préstamo
y ahorro. En ambos casos, hay muchas culpas que achacar a los que
provocaron el desorden, pero el verdadero problema no es atribuir
la culpa o castigar a los malvados, sino devolver la salud al sistema fi–
nanciero de modo que pueda reanudarse el crecimiento real. Si tan–
to el Segundo como e! Tercer mundo deben comenzar a crecer (y es
del interés general dc todos que eso suceda cuanto antes), es necesa–
rio idear algún sistema que atienda las deudas internacionales pen–
dientes incurridas en el pasado, pero que no pueden ser canceladas
en el futuro. Mientras existan esas deudas, no puede haber creci–
miento.
Sólo un prestamista mundial de último recurso puede re–
solver los problemas actuales de la deuda, y sólo él puede asumir
las pérdidas que evidentemente habrá. Obligar a los bancos pri–
vados que inicialmente realizaron los préstamos a asumir las
pérdidas sería sencillamente provocar una crisis bancaria co–
mercial que rivalizaría con la actual crisis de préstamo y ahorro.
En definitiva, el contribuyente tendría que solventar esos costos,
y esos sin duda serían más considerables que los costos asocia–
dos con un banco central de carácter mundial.
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