gerir plantas nutritivas, pero no consumidas normalmente, por
ejemplo, los dientes de león, podía obtenerse una dieta mínima
incluso por menos. Se realizaron estudios similares sobre el ca–
lor y el espacio. Los esquimales nos proporcionan la prueba con–
creta de que en realidad no son necesarias grandes proporciones
de las dos cosas. Si la gente estuviese dispuesta a vivir de la for–
ma más barata que permita una expectativa de vida normal, no
necesitaría mucho en términos de bienes y servicios y la capaci–
dad de sostén de la tierra sería enorme.
Sin embargo, ei problema no consiste en determinar
qué es factible económicamente, sino qué es socialmente
aceptable, ¿La mayoría de la gente está dispuesta a aceptar
los supuestos que están detrás del problema de la dieta míni–
ma, a saber, que nadie debe tener nada por encima y más aílá
de lo que necesita para llevar una vida sana? La respuesta sin
duda es negativa, y esa falta de disposición es el límite real
en la población mundial. Para mejorar su estilo de vida, los
que "tienen" están dispuestos a otíservar cómo se abstienen
"los que no tienen".
Por supuesto, estas actitudes pueden cambiar. Las ideas
acerca de lo que es aceptable dependen de las circunstancias y
cambian lentamente en el curso del tiempo, de acuerdo con la
densidad demográfica. Por ejemplo, los japoneses viven en apar–
tamentos atestados que a juicio de los norteamericanos son an–
gustiosamente pequeños. Al ver cómo vive el resto del mundo
rico, el descontento se está acentuando actualmente en Japón,
pero por lo menos hasta hace poco los japoneses estaban socia–
lizados dc modo que aceptaran las viviendas muy pequeñas. Pe–
ro no llegaron rápidamente a ese estilo de vida "amontonada".
Esta forma se desarrolló lentamente en el curso de los siglos co–
mo consecuencia de ta necesidad en un país cuya población ha
llegado a ser cinco veces la de California en un área más o me–
nos de la misma extensión. Si la población californiana aumen–
tase lentamente hasta quintuplicarse, el estilo de vida aceptable
en California también variaría. Los jardines y las piscinas de na–
tación privadas desaparecerían. Sin embargo, los japoneses tie–
nen un nivel de vida alto. Sucede simplemente que es muy dis–
tinto del nivel de vida norteamericano. Con un alto grado de
disciplina y organización social, el mundo podría adaptarse a ca-
si cualquier población, con la única condición de que esta crez–
ca con suficiente lentitud.
En términos realistas, una población mundial que crece
lentamente, es necesaria en beneficio del desarrollo económico
y del medio ambiente. Ni el crecimiento económico ni la disci–
plina social pueden salvaguardarse con un rápido crecimiento
demográfico. El problema es cómo llegar de este punto al otro.
Cuanto más rico es el país, más lenta es la tasa de creci–
miento demográfico. La mayoría de los países de Europa y
Japón tienen tasas de crecimiento que son inferiores a ias nece–
sarias para mantener una población constante. Los que más pue–
den darse ei lujo de tener hijos son quienes de hecho tienen me–
nos. Lo que a simple vista parece una paradoja, no lo es. En los
países ricos los padres comprenden que si desean tener un nivel
de vida de alto consumo y quieren dar a sus hijos un estilo de vi–
da por lo menos tan alto como el que ellos poseen, no pueden
permitirse tener muchos hijos. En los países pobres los iiijos no
son la misma carga, pues nadie proyecta realizar las inversiones
necesarias para enriquecerse. Pero como no se realizan estas in–
versiones, sucede que no existe la posibilidad de que los hijos de
esta gente vivan en un país rico.
En los países rurales pobres durante la siembra y la co–
secha los niños son seres productivos a edad mucho más tem–
prana que en el mundo industrial. Lo que es más importante,
en estos países los niños son el sistema de jubilaciones de la
ancianidad. Hace dos décadas, cuando yo trabajaba en Pa–
kistán, un campesino me explicó por qué necesitaba tener 17
hijos. En primer lugar, de hecho tendría sólo 9, pues 8 mo–
rirían antes que él. Segundo, en realidad, sólo tendría 3, pues
otros 6 serían demasiado pobres para cuidarle en su anciani–
dad. Tercero, en realidad tendría uno solo, pues dos de los
que dispusieran de bienestar suficiente para cuidarle serían
mezquinos y egoístas y rehusarían hacerse cargo. En conse–
cuencia, si no deseaba pasar hambre en su ancianidad, nece–
sitaba por lo menos 17 hijos.
Aunque las poblaciones no aumentan rápido en el Primer
y el Segundo Mundo, el rápido crecimiento demográfico en el
Tercer Mundo origina un problema en el Primero. La produc–
ción de electricidad en China mediante ta combustión de lignito