les eran muy escasos y muy separados unos de otros. Hacia
1989, uno observa un mundo muy distinto. En las capitales
regionales como Skardu hay un océano verde. Crecen bos–
ques donde nunca los hubo. En el límite de la ciudad se uti–
liza el riego para agrandar los bosques. En las aldeas más ale–
jadas del del camino, uno puede encontrar pequeños viveros
donde se producen árboles para transplantarlos a otras áreas
cuando tienen fuerza suficiente para sobrevivir. Estas parce–
las a menudo tienen una cerradura en el portón de entrada,
pese a que uno fácilmente puede traspasar los muros de ba–
rro que las rodea. La cerradura es sobre todo un símbolo del
valor de lo que hay adentro, más que un verdadero impedi–
mento destinado a quien quiera robar un arbolito.
Este cambio no sobrevino espontáneamente. Llegó por–
que los holandeses utilizaron el dinero destinado a la ayuda ex–
tranjera para ampliar las áreas que podían regarse, de modo que
los agricultores pudieran plantar bosques sin necesidad de redu–
cir el área que dedicaban a la producción de alimentos. Utilizan–
do el dinero de la ayuda exterior, los holandeses lograron que
plantar árboles fuese rentable. Los campesinos analfabetos
pronto aprendieron que plantar árboles les permitía ganar dine–
ro. Los holandeses bien pueden enorgullecerse de las sumas gas–
tadas con inteligencia. Baltistan sin duda está mejor, y en cierto
aspecto también los holandeses están mejor. Cada árbol contri–
buye a purificar la atmósfera.
Las actividades de los holandeses indirectamente son
causa de vergüenza para Estados Unidos. Hace unos años
Estados Unidos encabezó esfuerzos para obtener que todos
los países desarrollados del mundo se comprometiesen a en–
tregar el 1 por ciento de su PNB con destino a la ayuda
económica al extranjero. Los holandeses cumplieron su pala–
bra. Estados Unidos no. Hoy la ayuda al exterior representa
alrededor del 0,2 de su PNB, pero casi todo este dinero va a
Israel, Egipto, Turquía y Pakistán, donde de hecho forma
parte de la ayuda militar. En un período bastante breve, Es–
tados Unidos ha pasado de ser el más generoso de los países
a ser el menos generoso. E¡ modo en que a los norte–
americanos les agrada verse a si mismos (como generosos) es
un reflejo del pasado, no del presente.
Pero si uno quiere ser obstinado, afronta un obstinado pro–
blema que exige solución. Las lluviosas selvas tropicales pueden
producir la atmósfera que todos necesitamos para sobrevivir,
pero para Brasil, Indonesia y China es económicamente racional
talarlas. Nadie paga por el aire puro, pero la gente paga por las
naranjas o la carne. Tienen todo el derecho del mundo a talar sus
bosques y convertirlos en naranjales y tierras de pastoreo con el
fin de enriquecerse.
En definitiva, el mundo industrial rico tendrá que hacer lo
que los holandeses hicieron en Baltistan, y hacerlo en escala mu–
cho más amplia en las áreas de la selva tropical. Los holandeses
determinaron que para los baltistanos fuese más rentable plan–
tar árboles que hacer otra cosa. La parte rica del mundo tendrá
que pagar alquiler por las selvas lluviosas, de modo que el culti–
vo de las mismas se convierta en una actividad más rentable que
la tala.
Los seres humanos no están acostumbrados a tener que
pagar para conseguir un aire respirable y una atmósfera que les
permita salir de sus casas sin enfermar de cáncer de la piel; pero
tendrán que aprender a hacerlo. Pagarán a los pobres con el fin
de que planten árboles, no porque sean generosos, sino porque
necesitan respirar aire puro.
El problema fundamental es el retraso temporal. Cuando
algo como el aire pasa de la condición de un elemento gratis a la
de algo costoso, nadie quiere afrontar esa realidad. Todos prefe–
riríamos encontrar el modo de retornar a los buenos viejos tiem–
pos, cuando no necesitábamos inquietarnos por el aire puro y no
pagábamos por el. Pero la nostalgia resuelve pocos problemas.
Si queremos aire puro de aquí a treinta años, es necesario plan–
tar hoy esos árboles.
Un medio ambiente sano es un aspeclo importante del ni–
vel de vida material de un ser humano.^ Sin embargo, se advier–
te cada vez más que un medio ambiente apropiado no puede ob–
tenerse mediante los actos individuales de un país.* El
calentamiento global, el excesivo anhídrido carbónico en el me–
dio ambiente, el agujero de la capa de ozono en la Antártida, y
eí exceso de florocarbono en la atmósfera, no son problemas que
puedan ser controlados o remediados por un solo país. Será ne–
cesario idear soluciones cooperativas.*
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