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templos tanto budistas como taoístas, lo mismo que
del culto zoroastriano; o bien, se sabe que, hacia el
siglo IX d.C., en la ciudad se estableció un grupo ui-
gur que prosperó por los siguientes 400 años. La ar-
queología ha revelado parte de su historia, pero aún
queda mucho por explorar. Goachang fue destruida
por tropas mongolas, en el siglo XIV de nuestra era,
y desde entonces inició su ruina. Más tarde, la fun-
dación de la ciudad de Turfan (40 km al sudoeste)
propició su abandono total.
La antigua ciudad cubrió un área de 2 millones
de metros cuadrados en un área plana enmarcada,
hacia el norte, por las llamadas “montañas flamíge-
ras (o de fuego)”, por su relieve y color al atardecer;
en este punto la depresión de Turfan llega a los 40
m bajo el nivel del mar. La gran escala del actual
sitio arqueológico que contiene a la antigua ciudad,
sin árboles ni cultivos, y con enormes ruinas y am-
plias áreas abiertas, intensifican el duro calor que,
en verano, alcanza los 50 grados centígrados. A pe-
sar de ello, se encuentra rodeada de grandes áreas
de campos verdes donde el clima es más conforta-
ble. Goachang estaba contenida por un sistema de
grandes murallas construidas en tapial que alcanza-
ban hasta 12mts de altura, y esta altura era posible
dada la calidad de la arcilla en ese lugar. Su forma,
aunque irregular, es aproximadamente rectangular.
Tenía doce puertas de acceso, talleres, templos,
mercados y casas. Se calcula que la habitaban unos
30,000 habitantes y 3000 monjes. Urbanísticamente
se divide en la ciudad interna con sus propias mura-
llas, y la externa. La primera, contenía la residencia
de los militares y nobles, lo mismo que conjuntos de
templos y monasterios. Se cree que la ciudad exter-
na fue construida después del poblamiento uigur. La
ciudad estaba construida en su totalidad en tierra:
se detecta el uso de enormes tapiales mayormen-
te; razón por la cual, después de cientos de años
de abandono, erosión y saqueo, es difícil imaginar la
forma de sus edificios o establecer el sistema de ca-
lles. Los trabajos de recuperación de las ruinas y su
adecuación para que puedan ser visitadas aun son
incipientes: los grandes conjuntos, ya sean palacios,
cuarteles, templos o monasterios (con pagodas, es-
tupas, dormitorios, torres), han sido parcialmente
excavados y consolidados, y se han adecuado al-
gunos andamios peatonales de madera y caminos
adoquinados; estos conjuntos principales presentan
plantas arquitectónicas con patios y edificios de for-
ma regular, pero en conjunto da la impresión de que
existía un orden de vías principales y secundarias
irregular. Los restos de las casas habitacionales se
han perdido mayormente. Sin embargo, es sorpren-
dente observar la magnitud de las ruinas y la gran
escala del uso de la tierra como material predomi-
nante, y se aprecia un uso mayoritario del tapial y
muy pocos bloques de adobe, lo que podría deberse
a que las partes de los edificios que requerían mayor
detalle se construían con bloques, mientras que la
base de los gruesos muros se hacía de tapial. Con
el tiempo, los bloques han desaparecido y sólo que-
dan las bases de tapial. Subsisten ruinas, que usan
ambos elementos, de hasta 20 m de altura. Existe la
posibilidad, por ejemplo, de visitar el recientemente
intervenido monasterio budista, donde se observa
el uso alternativo de ambos elementos de tierra. En
este monasterio también se aprecia el acabado o re-
voque de algunos muros con fragmentos de pintura
mural, una capa delgada de tierra a la que se añade
otra capa de cal-arena y color para decorar. Segu-
ramente, cuando la ciudad existía, muchos de estos
edificios eran complementados con otros materiales,
según su jerarquía, para embellecerlos: a partir de
la aun existente “Pagoda del Caballo Blanco”, en la
cercana ciudad de Turfan, con sus aplanados y su
gracioso remate en madera, podemos imaginar que