Dolores Rangel
57
fieras, porque no tenían remedio” (91), “niño ictérico y chamizo
se revuelca en la tierra”,(61), “hatajo de indios degenerados” (66).
El amo Gonzalo “los trataba como a las bestias… Eran tramposos,
hipócritas, viles, degenerados, sórdidos, borrachos cobardes,
traidores, capaces de consumar todas las felonías imaginables, a
condición de que no se las descubriera el amo” (150).
La novela muestra también claramente las condiciones de la
tierra en donde están asentados los pueblos en los cuales viven los
indígenas otomíes, San Felipe y San Andrés. La tierra se considera
maldita por la escasez de recursos y la aridez: “tierra estéril” (61),
“tierra tétrica, tierra de ceniza y cal” (61-62), “yermo de cal y pe-
dernal... sed y muerte, hambre y muerte en la tierra de los tlacua-
ches (74). La tierra también se decía que estaba maldita tras el ase-
sinato que el primero de los Fuentes cometió contra su hija debido
al amor incestuoso que le profesaba. Este Gonzalo Fuentes, “que
no había dejado sin saciar ningún deseo de su carne y que pasó
por la sierra y los valles como un cataclismo, destrozando cabezas
de indios y preñando vientres de indias, ardía en seniles ansias de
poseer a su propia hija” (99). La creencia popular se refugia en la es
peranza de que esta maldición termine algún día, aunque ya de
este acontecimiento han pasado cientos de años: “La piedra flore
cerá cuando el indio deje de sufrir” (100). Sin embargo, la hacien-
da La Brisa donde vivían los Fuentes sí se encontraba beneficiada
por las lluvias y el río. Ésta, que se vio abandonada tras la revolu-
ción, es recuperada por Saturnino a través del matrimonio venta-
joso con la única heredera y es vuelta a reconstruir y a producir a
costa del trabajo miserablemente pagado a los indios. Pero antes,
Saturnino, siendo candidato promete que “La Brisa sería un gran
campo de experimentación, refaccionado por el gobierno del Es-
tado, y cada quien levantaría la cosecha que buenamente pudie-
ra” y que más adelante se construiría la presa para dotar de agua
a todos y pudieran tener sus cosechas. (234). Dichas promesas no
se llevaron a cabo, ya que como le expresa a Saturnino el adminis-
trador Felipe Rendón, versión moderna del capataz de la colonia,
“con mañas, seguiremos haciendo creer a los indios que están tra-
bajando lo que va a ser pronto suyo” (311).
La hambruna que padecen los habitantes es atroz y ancestral
y finalmente, esto es lo que desencadena los últimos actos de vio-
lencia y rebeldía de los indígenas. “Se malogran los chamacos ti-
fosos y revientan los viejos, con los estómagos roídos por la ami-
Revista_42.indb 57
10/11/14 12:27