Gloria Zaldívar Vallejo
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llante sorprende a Fidel y Julia quienes expectantes aguardaban
que no los hubieran descubierto.
No era difícil que se tratase de un cateo, a pesar de que muy conta-
das personas, y ésas de una confianza a toda prueba, conocían ese
sitio, a la vez casa-habitación y oficina clandestina del Partido. Se
mantuvieron quietos por largos instantes. La proximidad del peligro
tuvo la virtud de crear, cubriéndolos bajo la misma atmósfera, un cli-
ma que parecía restablecer entre los dos una especie de cálido reen-
tendimiento de sus espíritus. (51-52)
El espacio sagrado de la ciudad de México lo podríamos subdividir
en dos, el cerrado al que no entran los que no son partidarios del
Partido Comunista y el exterior. En este último cobra especial rele-
vancia la travesía que realizan Bautista y Rosendo por los tiraderos
de basura, cuando llevan propaganda a las fábricas de las afue
ras de la ciudad. Su trayecto se torna un viaje sagrado en medio
de meditaciones que los conducen al descubrimiento de su propia
humanidad y la ajena, independientemente de su pertenencia al
partido, pero que los identifica como partícipes de una religiosidad
como la de sus nombres: Bautista (Juan, el que bautiza a Cristo) y
Rosendo (aquel que defiende la gloria). Espiritualidad que se im-
pone después de la muerte de la niña Bandera, como reflexiona
Bautista durante su caminar con Rosendo:
–El periódico podía esperar –insistió éste con tozudez cual si con esto
quisiera decir algo muy diáfano y contundente, pero aludiendo tan
sólo el hecho de que los quince pesos que llevó para el entierro de
Bandera hubieran sido destinados por Fidel para los gastos de envío
a las provincias de
Espartaco
, el órgano de la Juventud Comunista.
“La que puede esperar es
ella
, porque está muerta”, había sido
la réplica atroz y lógica que diera Fidel a estas palabras de Bautista.
Guardaron silencio durante largos instantes. El cigarrillo se ha-
bía consumido por completo, y entonces ambos se pusieron de pie
para encaminarse hacia la zona de las fábricas.
“La que puede esperar es ella, porque está muerta”, se repitió
Bautista aquella frase terrible. (72-73)
Precisamente la muerte de la niña Bandera da oportunidad para
que Julia rememore cómo era su vida en Jalapa, donde las pala-
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