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Edilberta Manzano
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menciona la palabra; sólo deja entrever el hecho, de distintas ma­
neras plasma este tema en su obra. La homosexualidad es algo de
lo que no desea hablar la sociedad de Tepetongo que el escritor
nos presenta, es un tema que está silenciado, y ese silencio es bru­
tal por lo que significa, porque para esa sociedad hipócrita, como
en algún momento la llamó Vicente Francisco Torres, lo gay es
algo que ni siquiera merece ser discutido, simplemente es anula­
do, lo ocultan tras el silencio porque nadie lo quiere ver.
Así, en
Donde deben estar las catedrales
, para los vecinos de
Crescencio Montes es preferible pensar que existe una relación
amorosa entre Máxima Benítez y Crescencio, que entre Chencho
y Baldomero; el amor entre hombres nunca es mencionado, jamás a
ningún poblador del Tepetongo novelado se le ocurre esa posibili­
dad de triángulo amoroso. Por más que la narración sea ambigua,
el lector sabe que el fuego que devora a Crescencio es aquel que
se encendió esa tarde en que, con mirada codiciosa, Chencho des­
cubrió al domador de caballos bañándose río arriba.
En la Europa del siglo
xix
, señala Didier Eribon, la cultura ho­
mosexual era tan audaz que “hombres jóvenes llegaban a pasearse
por el pleno corazón de Londres o ir al teatro vestidos de mujer”,
20
situación que a muchos incomodaba al grado de llevar a juicio a
estos travestis que finalmente eran absueltos porque:
El delito del que eran sospechosos era tan horrible que resultaba im­
pensable que alguien pudiese exhibirlo en público. En consecuencia.
Su actitud probaba… su inocencia. Como dice Neil Bartlett, la evi­
dencia de su visibilidad se convertía sencillamente en prueba de que
no existían, de que había que negar lisa y llanamente su cultura.
De igual modo sucedía en el México del siglo xx. Severino Salazar
evidencia la simulación forzosa de los pobladores de Tepetondo
ante un caso de travestismo. Cuando en el cuento “Jesús, que mi
gozo perdure”, aparece una pareja de enamorados que dan vida
al bar de la casa que alguna vez fuera de Adelaida Ávila, todos
quedan embelesados por la belleza de la cantante-bailarina Terry
Holiday, “el transformista ha idealizado la posición genérica de
una mujer fuertemente idealizada, mientras niega la suya propia.
20 
Didier Eribon, “Margot la panadera y la baronesa con horquillas”, en
Re-
flexiones sobre la cuestión gay
, p. 286.
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