Los suicidad en la literatura - page 115

Carlos Gómez Carro 
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fico”, que se reflejan —como en el caso de “La suave Patria” y
“Novedad de la patria”— en un diálogo de compensaciones, y que
servirán de trasfondo a lo que concebirá Juan Rulfo para su perso-
naje Juan Preciado en su novela. En ésta, el hijo olvidado del pa-
triarca regresa al edén perdido, a insistencia de una madre que re-
clama venganza:
Todavía antes me había dicho:
—No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obli-
gado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, có-
braselo caro.
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Y se encuentra, para su sorpresa —como la de López Velarde en su
reencuentro con su natal Jerez— con una Comala abandonada, apli-
cación tácita del modo como en “El solar” de
El minutero
, en “con-
tra de mi [su] voluntad”, López Velarde va descubriendo del añora-
do terruño, después de “leguas y leguas de alcaparras”: “Divago por
ella en un traspiés ideal y no soy más que una bestia deshabitada
que cruza por un pueblo ficticio”. El de Apulco, Jalisco, apuntará:
“El camino subía y bajaba:
‘Sube o baja según se va o se viene.
Para el que va, sube; para el que viene, baja’
”. “Fantasmas, fantas-
mas, fantasmas”, anota el de Jerez, acerca del pueblo que encuentra
(“Se me destina, en la casona, la sala de la derecha”). Jerez es esa
Comala afantasmada a la que Juan Preciado regresa y desde la cual,
ya muerto, cuenta su historia.
El ángel absoluto
La última tentación de López Velarde no sólo fue definir, con abso-
luto apego a sus cavilaciones, en un gesto “casi divino”, el momen-
to en el que debía detener las manecillas de su minutero,
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a la edad
87 
Juan Rulfo,
Pedro Páramo
, México, Plaza y Janés, 2000, p. 15.
88 
Con
El minutero
, título de su colección de textos en prosa, López Velarde no
alude, nos refería Tomás Segovia en sus cursos, a la manecilla del reloj, sino a un
mecanismo en boga en los primeros años del siglo pasado, de origen francés, dis-
puesto al comienzo o al final de las escaleras que mantenía la luz encendida un minu-
to, mientras el viajante transitaba por ella. El minuto de iluminación por el que tran-
sita el poeta. También es, claro, el minuto perpetuo que Dios le concede al poeta para
vislumbrar el enjambre de la creación toda: “... y yo apenas / si palpito a tus ojos /
para poder vivir este minuto.” (en “Humildemente...”, p. 232) (Z). El minutero es,
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