Myriam Rudoy C.
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pastores llevan bastones de acebo. Para los celtas, el acebo reinaba
sobre la temporada oscura y fría del año: el invierno, cuando la natu
raleza parece morir o aletargarse. Luego se suman veinte pastores
más que van coronados de tejo (árbol venenoso) y de ciprés. Las andas
en que llevan a Grisóstomo están cubiertas de flores. Y un agregado
más de nuestro autor, en las andas llevan libros y papeles que van a
quemar. Se genera una pequeña discusión sobre si hay que ejecutar
la orden de Grisóstomo o no, en ese fragmento se cita a Virgilio: “el
divino mantuano”. Virgilio, como sabemos, es un pagano, un pre-
cristiano, por eso no puede llevar a Dante al Paraíso. El papel salva-
do del fuego por Vivaldo sirve para introducir el capítulo que sigue
donde se habla de los versos desesperados del difunto. Los cervanti-
nos documentan que “desesperado” quería decir en los siglos
xvi
y
xvii
, que alguien había cometido suicidio según el Tesoro de la
Lengua Española
de Sebastián de Covarrubias.
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El capítulo más
dramático e intenso de toda esta sección es el
xiv
. Empieza con la
“Canción de Grisóstomo”. El poema es mucho más claro sobre el
acto realizado por el pastor estudiante y está lleno de referencias
tristes, atemorizadoras, aterradoras y de referentes del inframundo
de la mitología grecorromana.
Grisóstomo nos cuenta su historia y pide incluso “al infierno”
que contagie a su pecho “un son doliente”. Sabe que está a las puer-
tas del infierno y por ahí ha de entrar al otro mundo. Lo primero que
nos participa es que oiremos voces espantables. Todas las voces de
fieras o animales peligrosos son el preámbulo del tormento que le
espera: rugidos de león, aullidos de lobo, horrorosos silbos de ser-
piente, balandros de monstruos. Luego, voces animales que pueden
aterrarnos como: bramidos de toro, graznar de cornejas, arrullos de
tórtolas y cantos de búhos. Se quejan así, con sus voces, la tórtola y
el búho por su viudez. Aquí nos anticipa el tema de la soledad amo-
rosa. Busca una nueva manera de contar con intensidad su infortu-
nio. Tantos sonidos terribles hacen que “se confundan los sentidos
todos”. Como se escucha un ruido terrible y confuso sin orden ni
concierto, nos dice, las aguas de los ríos Tajo y Guadalquivir (o Be-
tis), ni las arenas del primero ni las olivas del segundo podrán “oír
los tristes ecos”. Pero el poeta piensa que sus duras penas irán arriba
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“[...] desesperarse: matarse de qualquiera manera por despecho, pecado contra
el Espíritu Santo”. Transcripción de la entrada, texto citado por Santiago López-Ríos
en
Dejar hablar a los textos. Homenaje a Francisco Márquez Villanueva
, Sevilla,
Universidad de Sevilla, 2005, p. 312.