Tema y Variaciones 42 - page 173

José Francisco Conde Ortega
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de vista?–, la genialidad cervantina juega con sus personajes. La
Iglesia, a través del cura, juzga y quema, pero salva los libros que
quiere Cervantes. Desde luego, el
Amadís
. Y algunos de poesía,
entre ellos la
Araucana
, único poema épico ocurrido en territorio
americano, y la
Galatea
, una novela pastoril del propio Cervantes.
Independientemente de la pericia narrativa de un Cervantes
culto y socarrón, que se permite, en voz de sus personajes, dar cuen­
ta de algunas de sus lecturas –libros de caballería aparte– y de la
opinión que tenía sobre sus contemporáneos, el capítulo pone de
manifiesto la sinrazón de la censura. Si por un lado esto le permite
afinar el engranaje de la novela para que ésta crezca sin fisuras y
se enriquezca, por otro, es evidente que su crítica social, aunque
atemperada en el andamiaje de la ficción, enfatiza un asunto cada
vez más preocupante: los libros que no caben en una sociedad con
sus límites y “valores” rígidamente establecidos, inamovible y sa-
tisfecha consigo misma, deben desparecer. La censura, guillotina
feroz de todas las tiranías, está para eso. Ha estado para eso. Los
“buenos” deben pensar por los que son distintos.
Umberto Eco, en
El nombre de la rosa
, ofrece otro ejemplo.
William de Baskerville, el personaje principal, un Sherlock Holmes
medievalmente analítico y observador acucioso, resuelve los críme­
nes ocurridos en un monasterio. Dentro de los conflictos de las di-
ferentes órdenes religiosas, las muertes misteriosas de algunos
monjes adscritos a la biblioteca parecen no tener sentido. Una in-
vestigación ardua y minuciosa llega, por fin, a la (sin)razón de
todo. Dadas las luchas por el poder en un entramado social com-
plejo, todo debía permanecer oculto. Los libros, el conocimiento
acumulado por siglos, se hallaban resguardados en las bibliotecas
de los conventos. Su lectura y consulta era nada más para inicia-
dos. Éstos decidían qué podían leer los demás.
Fuera de las luchas por el poder y la ambición desmedida, la
solución pareciera trivial. El motivo de las muertes era la búsqueda
de un libro perdido de Aristóteles, la
Comedia.
Sin embargo, a una
sociedad sumergida en la satisfacción de necesidades inmediatas,
conformista y auto complaciente, no le convenía saber más. Le era
suficiente con la idea de Dios que le habían impuesto, en la que la
resignación y el sufrimiento eran el único camino. Reír era imposi-
ble. El “bienaventurados los que sufren porque ellos serán conso-
lados” era suficiente. La vida en la tierra es para padecer. Ya en el
cielo habrá recompensa. Un libro como el de Aristóteles era peli-
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