José Francisco Conde Ortega
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Por los datos que se conocen, las pinturas rupestres permiten
avizorar al hombre primitivo. Abundan las escenas de caza. Des-
pués vendrían los primeros intentos de escritura. La fijación, en ca-
racteres más duraderos, los relatos orales. Tres mil años antes de
nuestra era aparece la escritura cuneiforme, fijada sobre tablillas
de barro cocido. Parece que los sumerios, primer grupo organizado
social, política y religiosamente, son los primeros en dejar huellas
de su escritura a partir de lo que podría llamarse literatura mítica.
Hay alusiones a Gudea, príncipe de Lagash, a comienzos de la ter-
cera dinastía de Ur (2050 a. C.). Y a textos que datan de las dinas-
tías babilónicas de Isin y de Larsa (entre 1969 y 1732 a. de C.).
Hacia esas fechas (2800 a. de C.), los egipcios utilizaban la es-
critura jeroglífica. Usaban como soporte el papiro, planta que
abundaba a orillas del Río Nilo. Trataban la corteza para hacer fi-
nas láminas que colocaban en bandas cruzadas. Luego las pulían
y blanqueaban para comercializarlas en rollos de 20 hojas. De he-
cho, el término volumen hacía referencia al acto de enrollar un pa-
piro. Mucho de la historia, religión y literatura de este pueblo se
debe a su contacto con los griegos, que supieron entender y en-
cauzar los aportes de los pueblos prehelénicos.
Cuando en Egipto se prohibió la exportación de papiro, en la
ciudad asiática de Pérgamo se empezó a tratar la piel de los ani-
males para utilizarla como soporte de escritura, dando pie al per-
gamino, y éste dio lugar al códex o códice. Los testimonios dan
cuenta de su existencia desde dos mil o dos mil quinientos años
antes de nuestra era. Y fue utilizado por los griegos y los roma-
nos. Y aquí sucede el primer gran paso en la historia de la civiliza-
ción: los griegos son los primeros en analizar exhaustivamente su
lengua.
Cuando la civilización helénica consigue el rigor necesario
para llevar hasta las últimas consecuencias el análisis de la lengua,
llega al punto culminante de su desarrollo. Y sienta las bases para
el devenir de Occidente. Al crear un alfabeto, es decir, un número
fijo de signos para que, en múltiples combinaciones, expresen rea-
lidades lo mismo tangibles que abstractas, están propiciando que
todos los hombres compartan el milagro de la escritura y la lectu-
ra desde un concepto tan moderno como la economía lingüística.
Otras nociones que ahora nos parecen obvias, como la de saber
que el signo lingüístico es simbólico y doblemente articulado, no
hubieran sido posibles sin este gran primer paso. La historia del
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