Tema y Variaciones 42 - page 177

José Francisco Conde Ortega
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respeto histórico, alusión a otra Edad de Oro y, quizás, el sueño
irrealizable de cualquier amoroso lector.
Más adelante, en la Europa protestante se difundió la ense-
ñanza de la lectura para estudiar los textos bíblicos. En el mundo
católico ocurrió algo similar. Fue durante la Ilustración, en el siglo
XVIII
, cuando la monarquía española dispuso la proliferación de las
escuelas de primeras letras sin fines de adoctrinamiento. Así pues,
la escolarización, principalmente en los centros urbanos, hizo ne-
cesaria la publicación de obras para la enseñanza, desde catecis-
mos, cartillas morales y silabarios para la instrucción elemental,
hasta manuales de conocimientos avanzados. En México, a partir
de 1867 y con el positivismo, se impulsó la edición de textos cien-
tíficos.
Y es el siglo
XIX
mexicano fundamental para la parte que nos
toca en la historia del libro. Los afanes de Sigüenza y Góngora y
sor Juana; los jesuitas Abad, Landívar, Alegre y Clavijero; los pio-
neros independentistas como Fernández de Lizardi, y muchos
otros, cristalizaron en el generoso proyecto de Ignacio Manuel Al-
tamirano. Había que reconstruir un país dañado por las guerras, la
de Independencia y las de las intervenciones extranjeras. Se llama-
do a la concordia nacional tenía como fundamento la educación,
el combate a la ignorancia. Muchos de sus contemporáneos lo
ayudaron.
Una caminata apresurada por ciertas calles del ahora llamado
centro histórico quizás permitiera recuperar alguna huella de
aquellos lugares que fueron santuarios laicos de los libros: la Aca-
demia de Letrán (de la que no queda nada), la Casa de la Primera
Imprenta de América, la imprenta de Ignacio Cumplido o la de la
viuda de Charles Bouret, la redacción de la
Revista Moderna
en el
edificio más alto, en ese tiempo de la calle Cinco de Mayo…
Nuestra vigésima centuria comienza con la ilusión de unos jó-
venes que fundaron el Ateneo de la Juventud. Al estrépito de los
cañones de la guerra opusieron la voluntad de saber. Más adelan-
te, Vasconcelos emprende el sueño mayor del siglo: enseñar a leer
ofreciendo qué leer. Brigadas de maestros se esparcieron por el
país con los clásicos de la literatura en su equipaje y con la fe en el
corazón. Jaime Torres Bodet creó una Enciclopedia de la ciencia.
La
UNAM
, su Biblioteca del Estudiante Universitario. Víctor Bravo
Ahuja funda la colección Sep-setentas. Inclusive, ya al finalizar el
siglo, se intentó que los niños de la calle, en vez de pedir limosna,
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