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Tema y variaciones de literatura 43
que errores, atristados por un luto humano que gritaba “llegué
para quedarme”...
En ese territorio don Pepe pudo pasmarse ante la miseria exis-
tente, material humano sobraba, con sus pasiones, anhelos, baje-
zas, traiciones, ternuras, vicios... Anduvo cerca, sí, por el rumbo de
La Merced. Quizá nos conoció, pero nosotros a él no.
Y cuando así fue, fue terrible. Topé con él en una antología de
Seymour Menton,
El cuento hispanoamericano
. Un supermercado,
Sumesa de la colonia Polanco, tuvo en oferta la “Colección Popu-
lar” del Fondo de Cultura Económica. Mis hermanos, carpinteros,
laboraban por el rumbo; yo salía de la escuela, bachillerato de la
UNAM
(
CCH
) en Azcapotzalco, y los buscaba a la hora de la comida.
En el súper nos hacíamos de jamón, queso, refrescos, chiles envi-
nagrados y pan de caja. Cercana a la caja lucía la “Colección Po-
pular”; chantajista, con avidez la revisaba, y ellos, mis carpinteros
hermanos, esculcaban el bolsillo y decían: “Escoge un libro, noso-
tros lo pagamos”.
Elegí
El cuento hispanoamericano
... En uno de los dos tomitos
venía “Dios en la tierra”, cuento terrible, aplastante, cruel por lo
que describe: a un pueblo que se ha encerrado durante la guerra
cristera y los soldados que combaten a los creyentes solicitan
agua; un profesor la brinda y paga las consecuencias por hacer el
buen samaritano en tiempos donde el odio hacia los que se con-
sideran contrarios a la fe cobra con vida, y quien brinda el agua,
que a nadie se le niega, ofenderá a quienes defienden la fe en un
Dios todopoderoso e implacable con los distintos a su rebaño.
El profesor, escribe Revueltas, de lejos “parecía un espantapá-
jaros sobre su estaca, agitándose como si lo moviera el viento, el
viento, que ya corría, llevando la voz profunda, ciclópea, de Dios,
que había pasado por la tierra”. También mis carnales leyeron,
sólo para pasar bocado y decir, mirando al cielo: “Staca’ brown
este cuate”.
Los sándwiches de jamón con queso ya nunca nos supieron
igual, aunque diera un mordisco al chile envinagrado, aunque ali-
viara el picor con refresco. La imagen del pueblo enceguecido em-
palando al profesor rural en nombre de Dios, me hizo ver de
manera distinta a mis semejantes, a los pobres pero honrados, tan-
to que para honrar su fe cometían un crimen como el narrado por
Revueltas, el apocalíptico no integrado. Impresionante, porque me
develó la miseria en que vivíamos miles de personas. Y no éramos
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