José S. Revueltas Valle
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sentes. El entierro se convirtió pronto en un mitin político. Una
bandera roja con la hoz y el martillo hecha en un desvelo apresu
radamente cubrió su ataúd, pero una bandera roja al fin y al cabo
inspirada más en el amor al prójimo, símbolo de la alianza entre
obreros y campesinos, que en otras ideas que a colación siempre
trae el movimiento socialista. Un canto surgió pronto, la tristeza
marcaba el ritmo: “Yo quiero que a mí me entierren como revolu
cionario, con una bandera roja y un fusil al lado…” Luego la Inter
nacional. Aunque no los conocía, cada vez que recuerdo el acto
me hubiera gustado que Víctor Bárcenas, Celso Valdez, Alejandro
del Palacio, Lourdes Higuera, Blanca López, Miguel Necoechea,
Roberto Ladrón de Guevara, Eva Uchmany, Guillermo Gazano,
Ivonne Murillo, Angélica Contreras, Patricia Jardines, Elsa Cecilia
Frost, Eva Moranchel, Xiomara García, Teresa Ocejo, Emilio Malpi
ca, Dulce Castro y en especial mi hija Camila Revueltas, hubieran
estado allí. Una gran lección de vida se dio esa tarde, digno marco
de la frase de Goethe que cubrirá su tumba eternamente: “Gris es
toda teoría, verde el áureo árbol de la vida”. A la que debe agre
garse otra de su autoría: “Todo acto de creación es un acto de
amor”. Poco después llovió sobre la ciudad de México, pero tam
bién sobre el ánimo de muchas personas.
Murió mi tío José y, cosa curiosa, nacía y se desarrollaba la le
yenda y la suma de conocidos y admiradores de su obra, de su per
sona, pero sobre todo de su quehacer político. Algunos muy since
ros y dignos, otros sumamente panfletarios, necesitados de justificar
su pobre personalidad diciendo que lo habían conocido, que mi tío
los llamaba por su nombre, que les tuvo consideraciones, que siem
pre preguntaba por ellos, que me atosigaron con comentarios más
bien insulsos ¡bah! En 1977 ingresé a la Universidad Autónoma
Metropolitana como estudiante de ingeniería y a poco leí una nota
bonita de quien a la larga sería un buen amigo, el economista Fer
nando Chávez. Admirador de José Revueltas, recordaba un acuerdo
de los varios de la primera huelga que realizó el
SITUAM
en 1976: la de
que el auditorio de la Unidad se llamaría José Revueltas.
En lo vivido tuve la fortuna de conocer a un número cada vez
más grande de conocidos de mi tío, y en no pocos de ellos vi además
de la sincera admiración, un talento grande. Fue increíble el nú
mero de amigos comunes que comenzamos a tener. Su vincula
ción con el movimiento estudiantil los unificaba, los deseos de me
jorar al mundo y la persecución sufrida también. En 1978 tuve el
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