Tema y Variaciones 43 - page 40

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Tema y variaciones de literatura 43
cada por el fallecimiento también de la lideresa de los billeteros
Sarita Ornelas, por la cual el entonces candidato del
PRI
a la presi­
dencia de la República, licenciado José López Portillo, expresó su
más sentido pésame.
Fuimos al panteón tras acompañar además los restos de mi tío
a la Facultad de Filosofía y Letras. En el auditorio Che Guevara se
le rindió un bonito homenaje en el cual el doctor Eli de Gortari
dijo, en medio de lágrimas y mucho muy acongojado, que José
Revueltas era su hermano. Eso me conmovió profundamente, y a
la fecha a quienes considero más cercanos a mí les doy ese trato,
invento de una familia que quise fuera creciendo y que pudieran
decir, entre otras muchas cosas, que también fueron parientes de
José Revueltas. En el Panteón Francés fue enterrado un día de Se­
mana Santa y me pareció bien, por no ser lejana a la tumba de su
hermano Fermín. Parece ser muy de los abuelos morirse en fechas
tales. Un cortejo no muy grande lo acompañó, pero un cortejo de
gente muy valiosa. Iba yo en la parte trasera, había llegado el ser­
vicio de Gayosso, mismo que lo llevó el día previo a la Universidad,
se decía que el secretario de Educación venía en representación
del presidente Echeverría, al que semanas antes había saludado
con motivo del traslado de los restos de Silvestre Revueltas a la Ro­
tonda –en aquel entonces– de los Hombres Ilustres. Recuerdo:
cuando Luis Echeverría y José Revueltas se encontraron, de inme­
diato se dieron un fuerte abrazo. La fotografía apareció en la pri­
mera plana del diario
El Día
, cosa que vi a pocos pasos de distan­
cia. Echeverría venía acompañado de su esposa María Esther, y fue
la última vez que lo vi. Habló cosas breves con mi mamá y mandó
los cariñosos saludos que acostumbraba a mi padre y hermanos.
Años después me enteraría que entre el presidente y el escritor
existió una amistad de consideración y ya de muchos años.
Llegado el féretro de José Revueltas a su tumba e iniciado el
discurso del ingeniero Bravo Ahuja, marcado por la típica retórica
oficial y que parece haber hecho escuela, pronto se escuchó un
grito: ¡cállate!, ¡ustedes lo mataron!, ¡lárgate!, sentenció otra voz,
ya los puños de la concurrencia en alto, tenor que fue pronto apo­
yada por el resto de la concurrencia, entre ellos uno que a la larga
sería también uno de mis maestros, el letrado Vicente Francisco
Torres. La conclusión fue definitiva y categórica: ¡Pero que no en­
tiende señor que no lo queremos oír!: Martín Dozal, el amigo de
mi tío, el compañero en la cárcel, como muchos otros de los pre­
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